Manteniendo vivo un refugio rumana de la cultura yiddish

BUCAREST, Rumania. A sólo pocos minutos a pie del bullicio del centro de Bucarest, el Teatro Judío Estatal, sobre una pequeña calle lateral en la capital rumana, ofrecía una imagen desolada.

Sin embargo, el teatro es uno de los pocos vestigios de lo que alguna vez fue una gran comunidad judía en Rumania, y uno de los pocos teatros en idioma yiddish que quedan en Europa.

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En 2014, una fuerte nevada literalmente derrumbó el techo, causando que el teatro cerrara por dos años. Reabrió al público en noviembre, con el techo reparado, su interior recién pintado y el cableado eléctrico de décadas de antigüedad finalmente reemplazado.

“Fue difícil sobrevivir en los dos últimos años”, dijo Maia Morgenstern, la gerente del teatro y una actriz que interpretó a María en “The Passion of the Christ” de Mel Gibson. “Actuamos aquí y allá. En otros teatros y en bibliotecas públicas”.

A principios de enero, el teatro montó “Varsovia: Guía de turistas”, una tragicomedia ubicada en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando las familias judías regresaron a Polonia para tratar de reclamar su propiedad. Pese a la densa nieve que cubría la ciudad, hubo lleno completo.

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El primer teatro judío en Rumania se fundó en la década de 1870 en la ciudad oriental de Iasi. El teatro actual en Bucarest fue establecido en 1940 y siguió abierto durante la guerra aun cuando Rumania estaba envuelta en el antisemitismo y muchos judíos rumanos fueron enviados a campos de trabajos forzados. Rumania fue aliado de la Alemania nazi hasta que cambió de bando en 1944.

Durante los años de la guerra, los actores y dramaturgos judíos que tenían prohibido montar obras en otras partes, vinieron a ejercer su oficio, aunque no se les permitía actuar en yiddish.

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Posteriormente, durante el periodo comunista, Nicolae Ceausescu, el líder autoritario que gobernó en Rumania desde mediados de los años 60 hasta 1989, derribó gran parte del antiguo barrio judío para abrir paso para su grandiosa visión arquitectónica estilo soviético para la ciudad.

“Ceausescu demolió todo este vecindario”, dijo recientemente Morgenstern en su oficina tras bastidores. “No quedó nada salvo este teatro. Otra casa, otra calle, demolida, demolida. Era un océano de ruinas”.

Añadió: “No demolieron el teatro, pero estaba en muy mal estado. Sin calefacción, con una instalación eléctrica improvisada. Casi estaba en ruinas. Era difícil llegar aquí, para nosotros y para el público”.

Aunque las autoridades comunistas permitieron las actuaciones en yiddish, los actores aprovecharon el hecho de que muchos miembros del público dependían de las traducciones para eludir parte de la estricta censura.

“Como estábamos hablando en yiddish en el escenario, podíamos decir cosas que no se permitía decir en Rumania”, dijo Rudi Rosenfeld, de 75 años de edad, un actor judío que ha estado involucrado en el teatro desde fines de los años 40. “El público tenía los audífonos puestos y nuestros colegas traducían al rumano, pero se saltaban las partes delicadas”, añadió.

Ahora, se ofrecen subtítulos en pantallas portátiles.

Para fines de los años 80, la mayor parte de la población judía de la ciudad se había ido. El área alrededor del teatro, alguna vez un barrio judío bullicioso, había perdido gradualmente sus lazos judíos. Los años de guerra y, posteriormente, la decisión del país de permitir que grandes cantidades de judíos emigraran en masa a Israel a cambio de dinero y asistencia israelíes, minaron a la población judía local. La mayoría de los que quedaban se fueron después de 1989, cuando cayó el régimen.

Se estima que la población judía en Rumania hoy es de menos de 11,000 personas, muy por debajo de los alrededor de 800,000 judíos antes de la Segunda Guerra Mundial. En Bucarest, quedan solo unos cuantos miles de judíos.

“No existe el barrio judío ahora, solo dibujos sobre un mapa”, dijo Gilbert Saim, un funcionario en el Templo Coral, una de las pocas casas de oración judías que quedan en la ciudad.

Al vagar por el barrio, es fácil pasar por alto las pocas señales restantes de la historia judía del área: solo un puñado de edificios religiosos, a menudo ocultos detrás de feos bloques de departamentos, y el propio teatro.

Desde afuera, el teatro, que se convirtió en una institución estatal oficial en 1948, apenas insinúa su legado o, más allá de “Teatrul Evreiesc”, o Teatro Judío, escrito en letras verticales, su papel actual. Es poco probable que destaque en cualquier lista de institutos culturales de Bucarest. Sin embargo, en su interior, la sala de 250 asientos ofrece una decoración clásica y una acústica rica.

“He actuado en Broadway y teatros regionales en todo Estados Unidos, pero en este teatro las proporciones y la acústica son fantásticas”, dijo Allen Lewis Rickman, un actor estadounidense que actuó en la sala durante un festival yiddish internacional celebrado a fines de noviembre.

Morgenstern dijo que no quería que el edificio fuera solo un monumento al pasado, sino más bien un lugar activo de involucramiento cultural y creatividad, que atrajera a todo tipo de público a ver las actuaciones predominantemente en idioma yiddish. (El teatro también presenta algunas obras en rumano.)

“Me preocupa la supervivencia de los teatros yiddish profesionales”, dijo, y señaló que Bucarest, Varsovia y Moscú probablemente tienen los últimos teatros yiddish profesionales restantes en Europa Oriental. “Queremos continuar nuestra tradición de hablar y actuar en yiddish. No quiero transformar este teatro en museo; está muy vivo”.

Con pocos hablantes de yiddish en el país, el público se ha mostrado renuente a ver actuaciones que parecen tan ajenas a la Rumania de hoy.

Morgenstern admite que ha habido ocasiones en que había más actores en el escenario que gente entre el público. “Hemos actuado para dos personas”, dijo. Pero, en los últimos años, antes de que colapsara el techo, habían estado actuando ante un teatro mucho más lleno.

Cuando colapsó el techo, los actores, sin querer admitir la derrota, montaron una plataforma y algunas luces frente al teatro y actuaron rodeados por la nieve.

“No estoy segura de si era una protesta o no, pero estábamos diciendo que no teníamos donde actuar. Queremos actuar, tenemos algo que mostrar, pero no un lugar”, dijo Morgenstern.

Funcionarios locales escucharon, encontrando el dinero necesario para reparar el edificio.

Ahora, el desafío es seguir manteniendo vivas las tradiciones, mientras también se involucran con una nueva generación de asistentes al teatro.

“Cuando empecé en este lugar, yo tenía 18 años”, dijo Morgenstern. “Ahora tengo 55. Siempre he pensado que dos años más y este teatro morirá”.

Añadió con una sonrisa: “Esta idea la he mantenido durante 36 años”.

Kit Gillet
© 2017 New York Times News Service