Mi hija, la polaca

© 2016 New York Times News Service

La votación británica para dejar la Unión Europea ha tenido muchas consecuencias, entre las cuales está un desplome de la confianza en excelentes negocios a la zaga, una crisis de identidad en los dos partidos principales de Gran Bretaña, confusión e incertidumbre. Uno de sus resultados menos conocidos es que mi hija Adele ahora está contemplando convertirse en polaca.

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“Papá”, me dijo la otra noche mientras cenábamos en Brooklyn, “si Gran Bretaña echa a andar esta cosa del Artículo 50 voy a conseguir la ciudadanía polaca”. El Artículo 50 del Tratado de Lisboa expone la forma en que un país renuncia a la Unión Europea. Debido a que está en un atolladero con respecto a qué hacer, el gobierno británico aún no ha desatado dicho procedimiento. Sin embargo, casi seguramente lo hará.

En visto de eso, la elección de Adele es más bien curiosa. Los nazis mataron con gas a su bisabuela materna, Frimeta Gelband, en Polonia. La abuela de Adele, Amalia Gelband, de 11 años de edad en 1942, terminó sola en Polonia bajo la ocupación nazi, una niña judía perseguida. Se cambió el nombre a Helena Kowalska, se hizo pasar por católica, encontró trabajo en una granja y sobrevivió al intento alemán de aniquilación de los judíos europeos.

Después de la guerra, autoridades polacas metieron a Amalia a un orfelinato judío en Cracovia, donde permaneció durante tres años. Todo lo que ella quería de Polonia era salir de ahí. Su madre, sus primos, tías y tíos habían sido masacrados en su totalidad.

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Amalia Baranek, su nombre de casada, actualmente es ciudadana brasileña y vive en Río. Ha estado celebrando la maravillosa Olimpiada que acaba de terminar. Ella tiene poco tiempo para denigradores de Brasil, el país que la acogió. Ha estado viviendo en Río desde 1948, el año que finalmente se reunió con su padre, quien había salido de Polonia poco antes de la guerra. No hay brasileña más orgullosa que Amalia. Ella conoce un país cuyo espíritu es generoso.

Adele, quien tiene 18 años de edad y cursa el segundo año en la Universidad del Sur de California, adora su abuela brasileña. De cualquier forma, ella está lista para volverse polaca.

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No estoy seguro de a quién debo culpar por esto, o si culpa es la palabra correcta (vea abajo). El mundo estaba pleno de temor e ira en los años 30 del siglo pasado, suficiente para impulsar a un promotor del odio al poder en Alemania. Actualmente está lleno de temor e ira nuevamente, suficiente para impulsar a Gran Bretaña a salir de la Unión Europea y a un hombre tan defectuoso como Donald Trump al borde de la presidencia de Estados Unidos.

La agobiada psiquis requiere de un chivo expiatorio. Para Hitler, fueron los judíos, entre otros. Actualmente se buscan chivos expiatorios en todas partes por el sentir generalizado de que falta algo: que se están perdiendo empleos; que la precariedad ha reemplazado a la seguridad; que los ingresos se han estancado o están cayendo; que se ha comprado a políticos; que los banqueros detrás de la crisis de 2008 salieron indemnes; que los inmigrantes son gorrones; que la desigualdad está fuera de control; que sistemas fiscales son sesgados; que hay terroristas por doquier.

Estos chivos expiatorios, de cualquier lado del Atlántico, incluyen a refugiados sirios, migrantes africanos, trabajadores polacos en Gran Bretaña, mexicanos, musulmanes y , ahora que es temporada abierta del odio, prácticamente cualquiera considerado “extranjero”.

No hay nada nuevo bajo el sol. Como observó Rudyard Kipling “Toda la gente buena coincide,/ Y toda la gente buena dice, / Toda la gente bonita, como Nosotros, somos Nosotros/ Y todos los demás son Ellos”.

Después de la locura de en contra de “todos los demás”, llega el remordimiento. Los descendientes de familias asesinadas en o expulsadas de Polonia durante el Holocausto son elegibles actualmente para solicitar ciudadanía ancestral. Algunos de los parientes cercanos de Adele ya se volvieron polacos.

Por supuesto, un pasaporte polaco actualmente es también un pasaporte para trabajar en cualquier parte de la Unión Europea, la mayor creación política de la segunda mitad del siglo XX, unión sin fronteras de 500 millones de personas (al menos hasta que Gran Bretaña se marche). Los jóvenes -incluyendo a todos los británicos jóvenes que votaron abrumadoramente por quedarse – quieren vivir, amar y trabajar en cualquier parte de Europa que elijan.

Adele es una de ellos. Ama Londres, donde terminó la preparatoria. Ama su apertura. Ella no puede creer que su pasaporte británico pronto pudiera ya no ser un pasaporte de la Unión Europea… a, menos que se restablezca la cordura de alguna manera. Y así Polonia hace señas para que venga, justamente como Alemania, con una ley similar, ha atraído desde el Brexit a algunos británicos judíos de ascendencia alemana. La historia cierra el círculo.

De alguna manera, este regreso es correcto. Adele debe su existencia a un valiente polaco de nombre Miecyslaw Kasprzyk, quien en 1942 arriesgó su vida para oculta a Amalia en el ático de la granja de su familia cerca de Cracovia. Él conocía a la familia Gelband, se había indignado ante los asesinatos de judíos y se preguntaba, incrédulo, como me dijo alguna vez, “¿Cómo puedes no ayudar, si un niño te lo pide?”

Kasprzyk me dijo algo más: “Alguien que no conoce la diferente entre el bien y el mal no vale nada. Lo que es más, ese tipo de persona pertenece a una institución mental”.

Abundantes polacos colaboraron, pero no así algunos. Que la claridad moral de Kasprzyk inspire a Adele, como polaca o no, y que el mundo nunca más descienda a la oscuridad a la que él se sentía obligado a resistir.

Roger Cohen
© The New York Times 2016