Narcopolicías

Conozco a la señora Margarita Isabel Pérez y lo que puedo decir es que su vida no es nada fácil. Por principio es una mujer enferma de epilepsia y es inimaginable lo que sufre una persona que padece ese mal. Casi cualquier trabajo es una misión imposible porque en cualquier momento los ataques puede convertir la tarea más sencilla en un asunto de riesgo.

Aún así ha podido criar dos hijos, una hija ya mayor que estudia y su hijo menor. Hasta los novios se le espantan porque un ataque de convulsiones los hace ver la gravedad de su mal.

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Hace poco la señora Pérez consiguió empleo en un restaurante, y así se ha estabilizado un poco más. Nacida en el área del fraccionamiento Soler, se ha visto rodeada de un ambiente áspero. “Cholos”, “tienditas”, “conectas de droga” y muchos otros términos más.

A ella no le hace falta una droga para tener reacciones que no puede controlar. Sus convulsiones la delatan.

Pero en su mala suerte, se topó con los patrulleros de la unidad 4936 quienes la amenazaron con “cargarla” de droga porque le atribuyen que por culpa suya a una mujer policía se le rompió su celular al perseguir a un muchacho al que no pudro darle alcance.

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Cualquier policía que cargue droga ya sea para su uso personal o para sembrársela a un detenido, es un narcopolicía en toda la extensión de la palabra, y los recientes hechos no nos dejan mentir: elementos de la PGR acorralaron a oficiales de la Policía Estatal Preventiva, a quienes caracteriza su abuso, su capacidad de extorsión y de tortura, de haberse “comido” parte del botín de más de 630 kilos de cocaína asegurados el pasado 8 de agosto.

No se trata de comparar los casos, pero toda proporción guardada, el manejo de droga en manos de los policías, no es precisamente el más adecuado.

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Sean los más de 630 kilos de coca “pellizcados” por los Pepos o la droga con que los patrulleros de la unidad 4936 quieren “cargar” a la señora Margarita Isabel Pérez, el caso es que en manos de los uniformados, la droga se convierte en un arma de doble filo, y casi siempre la víctima es la ciudadanía.