Nuevos medicamentos para la esclerosis lateral amiotrófica, pero el diagnóstico sigue siendo sombrío

A un vecino mío le dijeron hace poco que padece de un devastador trastorno neurológico que generalmente es fatal pocos años después de su diagnóstico: esclerosis lateral amiotrófica. Aunque recientemente se aprobó un medicamento para esta enfermedad, los tratamientos solo frenan su avance por un tiempo o extienden la vida por dos o tres meses más.

Mi vecino es un hombre de unos 60 años, a quien todo el mundo considera el clásico reparador, capaz de arreglar cualquier cosa, desde bicicletas hasta tinas. Ahora se enfrenta al llamado mal de Lou Gehrig, una enfermedad que todavía nadie sabe cómo curar.

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Yo solo puedo imaginarme cómo ha de estar pasándola, pues él no quiere hablar al respecto. Sin embargo, muchas otras personas con la misma aflicción han abordado abiertamente los problemas a los que se enfrentan, aunque por lo general les corresponde a familiares y amigos hablar por ellos y luchar para que haya más investigaciones y conciencia pública.

La esclerosis lateral amiotrófica ataca las células del cerebro y de la espina dorsal que controlan los movimientos musculares voluntarios, como mascar, caminar, respirar, tragar y hablar. Es una enfermedad invariablemente degenerativa. A falta de estímulos del sistema nervioso, los músculos pronto empiezan a debilitarse, a temblar y a desgastarse hasta que la persona ya no puede hablar, comer, moverse y ni siquiera respirar por sí misma.

El año pasado, los Centros para el Combate y Prevención de enfermedades calcularon que entre 14,000 y 15,000 estadounidenses padecen de esclerosis lateral amiotrófica. Este número la hace parecer una enfermedad rara, pero eso es solo porque la esperanza de vida es muy corta. El trastorno se presenta en todo el mundo y probablemente es mucho más común de lo que se piensa por lo general.

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En promedio, una de cada 400 personas tiene posibilidades de contraer esta enfermedad, posibilidad no muy diferente de la de la esclerosis múltiple. Pero con rarísimas excepciones, como la del brillante físico Stephen Hawking, que ha tenido esclerosis lateral amiotrófica desde hace más de 50 años, generalmente mata tan rápidamente que poca gente conoce a alguien vivo con esta enfermedad. Solo una de cada diez personas con esclerosis lateral amiotrófica llega a vivir más de diez años después de su aparición.

La enfermedad comúnmente se diagnostica en personas de 50 o 60 años de edad, aunque a veces aqueja a adultos jóvenes. A Hawking, por ejemplo, se le detectó cuando tenía 21 años.

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Los primeros síntomas pueden ser muy sutiles y, por tanto, se pasan por alto o se atribuyen a problemas menores como falta de sueño, estrés excesivo, exceso de trabajo o mala dieta. Sin embargo, los daños de fondo pueden empezar mucho antes de que se noten los primeros síntomas. Dada la redundancia integrada en el cerebro, pueden destruirse hasta una tercera parte de las neuronas sin que aparezcan signos de pérdida muscular.

Los síntomas iniciales dependen del grupo de neuronas motrices que se vea afectado primero. En casi 70 por ciento de los casos, los primeros síntomas implican debilidad en piernas y brazos, lo que causa tropiezos frecuentes, inestabilidad, envaramiento, dificultad para caminar, imposibilidad de abrir frascos o darle vuelta a la llave. Casi una cuarta parte de los casos empieza con atrofia muscular en la cara, la boca y la garganta, así como dificultad para hablar y para tragar. En 5 por ciento de los casos, lo primero que se afecta son los músculos del torso. Sin embargo, en la mayoría de la gente, la enfermedad se difunde rápidamente y afecta prácticamente a todos los movimientos voluntarios.

Los pacientes usualmente conservan el control de la vejiga, los intestinos y de los ojos hasta que la enfermedad está muy avanzada. De hecho, después de perder la capacidad de hablar y escribir, muchos aprenden a comunicarse dirigiendo la vista a letras o palabras en una computadora conectada a un sintetizador de voz.

Los nervios sensores y el sistema nervioso autónomo generalmente se libran de la enfermedad así que los pacientes pueden oír, ver, sentir el tacto, oler y saborear. Pero conforme van perdiendo la capacidad de tragar, la alimentación plantea el riesgo de que se sofoquen –de hecho, algunos se ahogan con su propia saliva– y la alimentación por cánula se vuelve la única opción de mantener la nutrición.

La mitad o más de los pacientes mantienen su agudeza mental, lo que los hace ser testigos de su doloroso deterioro físico. Pero son bastante comunes algunos cambios ligeros cognoscitivos y conductuales. Y de 10 a 15 por ciento de los pacientes ´presentan síntomas de demencia frontotemporal. Pueden volverse retraídos, apáticos, perder inhibiciones, distraerse fácilmente y repetir palabras y gestos.

En el 90 al 95 por ciento de los casos se desconocen las causas de la esclerosis lateral amiotrófica. Los demás casos son heredados de uno de los padres que lleva una mutación en uno o más genes. Los investigadores están estudiando estos genes en pacientes y en ratones modificados con la esperanza de elaborar medicamentos o células madre que frenen, detengan o incluso reviertan el avance de la enfermedad.

Por ejemplo, un estudio reciente publicado en línea en JAMA Neurology por investigadores del Instituto Neurológico Metodista en Houston señala que reducir la inflamación modificando ciertas células inmunes anormales podría resultar útil para los pacientes, especialmente si el tratamiento pudiera aplicarse en las primeras fases de la enfermedad.

Otros estudios recientes en ratones, levadura y moscas de fruta, llevados a cabo por investigadores de la escuela de Medicina de la Universidad de Stanford apuntan a que suprimir la proteína ataxina-2 puede reforzar la resistencia a la esclerosis lateral amiotrófica. En ratones genéticamente modificados para tener la enfermedad, Lindsay Becker, estudiante de posgrado, encontrar que eliminar por completo la ataxina-2 les permitía a algunos ratones vivir “cientos y cientos” de días en lugar de solo un mes.

Otro camino de investigación prometedor implica el comportamiento anormal de la enzima RIPK1, que puede dañar las neuronas al perturbar la producción de la funda de mielina que cubre a los axones, las prolongaciones de las neuronas que trasmiten las señales de una célula a otra. Los investigadores de la Escuela de Medicina de Harvard mostraron que en ratos genéticamente modificados con esclerosis lateral amiotrófica, la necrostatina-1 no solo restauraba la funda de mielina y detenía el daño en los axones, sino que también evitaba la debilidad en las extremidades.

Hasta ahora solo se han aprobado dos medicamentos para tratar la esclerosis lateral amiotrófica. Una es la riluzola, que contrarresta los niveles elevados del neurotransmisor glutamato que surge en el cerebral y el líquido céfalo-raquídeo de los pacientes. Su efecto en la prolongación de la vida es limitado –de apenas unos meses– lo que indica que el exceso de glutamato difícilmente es el único factor nocivo implicado en la enfermedad. La Administración de alimentos y Medicamentos acaba de aprobar otro fármaco, la edaravona, del que se dice que frena el avance de la enfermedad, según un estudio de seis meses en Japón, aunque todavía no se conocen sus efectos en la sobrevivencia. Debe de administrarse vía intravenosa durante diez días cada dos semanas, a un costo de más de 145,000 dólares anuales tan solo por el medicamento.

Aparte de los casos de transmisión genética en la familia, algunos de los posibles factores de riesgo de la esclerosis lateral amiotrófica son las lesiones traumáticas en el cerebro y el contacto con sustancias tóxicas, como plomo y ciertos pesticidas. El riesgo es mayor de lo esperado entre veteranos militares, jugadores profesionales de fútbol y atletas que toman complementos alimenticios que contengan aminoácidos de cadena ramificada. El departamento de Asuntos de Veteranos reconoce la esclerosis lateral amiotrófica como enfermedad relacionada con el servicio.

Jane E. Brody
© 2017 New York Times News Service