El papa transita el rocoso terreno religioso y político de la Georgia ortodoxa

TIFLIS, Georgia _ El papa Francisco, acostumbrado a multitudes enormes, por lo general aduladoras, en sus viajes internacionales, pronto recibió una probada de cómo sería distinta su visita de dos días a Georgia, por cortesía de David Isakadze, un apasionado antipapista y un sacerdote de la Iglesia ortodoxa georgiana.

Cuando Francisco y su convoy salieron del aeropuerto de Tiflis, la capital de Georgia, el viernes, Isakadze y unas cuantas docenas de otros manifestantes estaban esperando con mantas que decían: “El papa es un hereje”, o “¡Anticristo!”. Cuando francisco estuvo en una iglesia católica más tarde en el día, los manifestantes también estaban allí.

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Luego, el sábado, Francisco celebró la misa en un estadio de futbol, pero solo había unos cuantos miles de personas en la gradas, inusual aun en un país con poca población católica. Y, mientras que el Vaticano esperaba que asistiera al servicio una delegación ortodoxa como gesto de buena voluntad, nadie se presentó. Un portavoz ortodoxo responsabilizó a las diferencias doctrinales.

Al visitar Georgia, uno de los países cristianos más antiguos del mundo, Francisco se enfrenta a un terreno geopolítico y religioso complicado, en un territorio que fuera soviético y ahora se encuentra entre Oriente y Occidente. A la Iglesia ortodoxa georgiana, otrora hostil al Vaticano, se la reverencia como a la guardiana de la identidad nacional, aun cuando es frecuente que los sacerdotes más conservadores se vuelvan hacia Moscú y la mucho más grande Iglesia ortodoxa rusa como aliados de la lucha en contra de la invasión de los valores occidentales.

A Francisco lo han recibido con calidez en el ámbito oficial, en especial el gobierno georgiano, el cual espera que la visita del papa ayude a recordarle al mundo que una quinta parte del territorio georgiano sigue ocupado por separatistas, armados y financiados por Rusia, después de la guerra del 2008. El enfermo líder de la Iglesia ortodoxa georgiana, el patriarca Ilia II, también recibió a Francisco como a “mi querido hermano” y emitió un comunicado en el que condenan a los sacerdotes ortodoxos que han criticado la visita del papa.

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En una entrevista, el primer ministro de Georgia, Giorgi Kvirikashvili, dijo que la visita papal era “muy importante porque Georgia se está acercando a Europa y, en general, a Occidente” y dijo que no veía ninguna razón para que nadie se ofenda por la presencia del papa.

“No veo ningún lugar para la protesta”, dijo Kivirikashvili. “Deberíamos ser hospitalarios”. Notó que “Europa es nuestro hogar cultural e históricamente”.

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Debido a las críticas de algunos conservadores que dicen que integrarse a Occidente obligaría a Georgia a aceptar los matrimonios gays, el gobierno de Kivirikashvili propuso esta año reformar la Constitución para descartar la posibilidad de que las uniones del mismo sexo lleguen a ser legales algún día. El primer ministro describió la medida, que falló, como “un problema político y de márquetin” para “alejar a nuestros partidarios de las organizaciones fundamentalistas y antioccidentales” que quieren bloquear que haya vínculos más estrechos con Europa.

Francisco sabía que el viaje podría estar lleno de baches. Al papa Juan Pablo II le dieron un recibimiento frío cuando estuvo en 1999. Sin embargo, Francisco llegó a Tiflis como parte de un acercamiento más amplio hacia el mundo cristiano ortodoxo y para propagar el mensaje de paz y reconciliación, no solo en Georgia, sino también en Siria e Irak, que se encuentran a unos cuantos cientos de millas de distancia. Pasó el domingo en la vecina Azerbaiyán, un país de mayoría chiita.

Políticamente, el gobierno quiere que Georgia se integre a la Unión Europea y la OTAN, especialmente porque la generación más joven está más occidentalizada y preocupada de que lleven de nuevo al país a la órbita rusa. A menos de 30 millas de Tiflis, guardias fronterizos rusos patrullan una frontera que no está marcada, ni reconocida internacionalmente, que separa a Georgia de Osetia del Sur, la región que se separó, además de que más de 250,000 georgianos étnicos que se han visto obligados a salir de sus casas allá, así como de Abjasia, la otra región separatista.

A los dirigentes georgianos les agradó que Francisco afirmara

“los derechos soberanos” del país y llamara a apegarse al derecho internacional, un golpe velado al control de facto que Rusia ejerce sobre las dos regiones que se separaron. También dijo que se les debería permitir a los refugiados regresar libremente a sus casas. Sin embargo, en un momento en el que también busca a la Iglesia ortodoxa rusa, Francisco se ha conducido con mucho cuidado y nunca ha mencionado a Rusia como un agresor, ni ha usado la palabra ocupación; el término preferido de los dirigentes georgianos cuando hablan del papel de Rusia.

Los georgianos asistirán a las urnas el 8 de octubre para las elecciones preliminares en las que participarán diversos partidos, pequeños pero ruidosos, y unos misteriosamente bien financiados que niegan impulsar la agenda de Rusia, pero abrazan el punto de vista de Moscú en cuanto a que Estados Unidos y la Unión Europea amenazan a la moralidad tradicional, al defender la protección de los derechos de las minorías sexuales.

Independiente de la jerarquía eclesiástica moscovita, la Iglesia ortodoxa georgiana cuenta con gran parte del apoyo popular como un símbolo y campeona de la identidad independiente de Georgia. Sin embargo, muchos en las iglesias georgiana y rusa comparten una profunda hostilidad hacia la homosexualidad y tienden a percibir a Occidente como una fuente de pecado, un concierto de intereses morales que, a veces, están borrados en un frente geopolítico unido.

Un sacerdote de alta jerarquía en Georgia describió a los tanques rusos que invadieron su país en agosto del 2007 como “pinzas celestiales que bloquean el impulso de Georgia hacia Occidente”. El comentario refleja los puntos de vista de elementos marginales minoritarios y provocó indignación”.

Sin embargo, hasta Ilia, a quien se ve como más pro Occidente que muchos de sus colegas eclesiásticos, describió al presidente Vladimir Putin de Rusia como “un dirigente sensato” durante una visita a Moscú en 2013, en la cual culpó a una tercera parte, a la que no nombró, de la breve guerra que había trastocado las relaciones “de hermandad” entre Georgia y Rusia.

Esto ha creado, en ocasiones, prioridades discrepantes entre la Iglesia ortodoxa georgiana, que tiene relaciones cercanas con la Iglesia rusa, y el gobierno georgiano, que rompió relaciones diplomáticas con Moscú después de la guerra del 2008. También es muestra de una tendencia más general en el mundo cristiano ortodoxo, en el que muchas iglesias se ven a sí mismas como baluartes en contra de la influencia occidental, aun mientras los gobiernos quieren acercarse más a Occidente.

“Dentro del mundo ortodoxo, la tensión es muy real en todas partes”, comentó Aristóteles Papanicolaou, el director del Centro de Estudios Cristianos Ortodoxos de la Universidad Fordham. Comentó que incluso en países como Bulgaria, Rumania y Grecia, que son miembros de la Unión Europea, “las iglesias institucionales son muy ambivalentes al respecto”.

Mijaíl Yanelidze, el ministro de relaciones exteriores de Georgia, desestimó a los antipapistas como a una “causa muy minoritaria” que no refleja la posición de la Iglesia, ni del gobierno georgianos, los que, según dijo, abrazan la integración con Occidente. Georgia, añadió, quiere convertirse en “un Estado europeo verdadero” y “el patriarca apoya definitivamente esto”.

Andrew Higgings and Jim Yardley
© 2016 New York Times News Service