Primeras mujeres en la infantería llevan sobre sus hombros el peso del equipo y de la historia

FORT BENNING, Georgia ⎯ El primer grupo de mujeres se graduó del entrenamiento de infantería del Ejército de Estados Unidos en mayo, pero como las soldados estaban ocultas por el blindaje corporal, la pintura facial de camuflaje y las granadas de humo, fue casi imposible decir que los escuadrones de género mixto en el bosque vaporoso aquí eran diferentes en algún aspecto de lo que han sido durante generaciones.
Eso precisamente es lo que quiere el Ejército.
Después de que el gobierno del presidente Barack Obama ordenó a las fuerzas militares en 2013 abrir todas las posiciones de combate a las mujeres, el Ejército desarrolló estándares de desempeño neutrales en género para asegurarse de que los reclutas que entraran en la infantería fueran todos tratados de igual manera. Aún afectado por las acusaciones de que había reducido los estándares para ayudar a las primeras mujeres a graduarse de su Escuela de Combate en 2015, el Ejército ha tratado de evitar hacer alguna excepción para el campamento de entrenamiento de infantería. Hombres y mujeres cargan con los mismos morrales, arrojan las mismas granadas y portan las mismas ametralladoras.
El Ejército también ha buscado restar importancia a los nuevos soldados de infantería femeninos ⎯ como se les sigue conociendo ⎯ no mencionando, cuando las familias se reunieron recientemente para su graduación, que las 18 mujeres que lo lograron serían las primeras en más de dos siglos para la infantería estadounidense.
“Las actividades son las de siempre”, dijo el comandante de batallón que supervisaba a la primera generación, el teniente coronel Sam Edwards, mientras observaba a un escuadrón de soldados pasar corriendo; incluida una con trenzas francesas y un lanzador de granadas. “He tratado de no cambiar nada”.
Los soldados de infantería femeninos en el batallón ven las cosas de manera diferente. En entrevistas durante una serie de visitas para observar el entrenamiento, muchas dijeron que el hecho de que finalmente pudieran seguir una carrera en combate, y que esto fuera tratado como algo sin importancia, era para ellas revolucionario. Ahora, muchas que soñaban con entrar en la infantería ya no tienen prohibido asumir las posiciones de combate básicas que son las rutas de carrera más claras hacia el liderazgo superior.
Justo antes de la graduación, una sargento de entrenamiento apartó a un grupo de soldados rasos femeninos, quienes iban desde atletas de preparatoria hasta una madre soltera con un título culinario, y les dio su evaluación no oficial lejos del alcance del oído de los oficiales.
“Esto es algo grande”, dijo mientras miraba a los ojos de una recluta.
‘Ella es una compañera confiable’
En el bosque, después de horas de incursiones de simulacro, la soldado raso Kayla Padgett reposó su rifle contra su morral y se volvió hacia su pelotón, reuniéndolos en tres filas ordenadas.
La temperatura era de 32.2 grados centígrados. Una garrapata subía por la espalda de su camisa. La noche anterior, el pelotón durmió en el suelo. Todos estaban agotados. Muchos estaban cubiertos de piquetes de hormigas. Pero como guía del pelotón, su labor era alistarlos.
“Muy bien, apúrense, enumérense”, dijo.
Uno por uno, el pelotón compuesto mayormente por hombres gritó un número sucesivo hasta que todos se habían contado.
“Muy bien”, dijo Padgett, echando un vistazo al grupo con sus ojos azules. “Si no lo han hecho, sigan cargando municiones, todas sus recámaras”.
A lo largo de los años, incontables voces han advertido que las mujeres nunca podrían manejar las demandas de la infantería, y destruirían el espíritu de equipo totalmente masculino. Ninguno de los reclutas o sargentos de entrenamiento entrevistados en Fort Benning compartía ese temor. Todos señalaron a mujeres como Padgett.
La campeona de atletismo de 23 años de edad originaria de Carolina del Norte podía arrojar un martillo de nueve kilos a más de 60 metros mientras estaba en el equipo de la Universidad de Carolina del Este, y se presentó al entrenamiento básico en mucha mejor condición física que muchos de los hombres. Ahora está en camino de la Escuela Aérea, y quiere eventualmente convertirse en comando.
“Ella es una compañera confiable”, dijo su sargento de entrenamiento, Joseph Sapp, mientras la observaba. Después de una misión en Irak y cuatro en Afganistán, ha conocido a suficientes soldados. “Olvídese de si es hombre o mujer; ella es uno de los mejores en la compañía. Es alguien que uno está feliz de tener”.
Ningún ‘trato especial’
En las nuevas compañías de infantería integradas, las mujeres y los hombres entrenan juntos en escuadrones de género mixto desde antes del amanecer hasta después del anochecer: practicando las mismas incursiones, pateando las mismas puertas, haciendo las mismas lagartijas cuando su escuadrón se equivoca. Nadie queda excluido de una rotación para servir la comida.
En la noche, duermen en habitaciones separadas por género, en literas de metal idénticas con cobertores verdes idénticamente rasposos. Para graduarse, todos deben pasar pruebas de las mismas habilidades de infantería, que incluyen lanzar una granada a 35 metros, arrastrar 15 metros un maniquí de entrenamiento de 121.6 kilos, correr ocho kilómetros en menos de 45 minutos y completar una marcha de 19.3 kilómetros cargando 30.8 kilos.
El cabello es uno de los pocos aspectos en que siguen divergiendo los estándares. A todos los hombres les afeitan la cabeza al llegar. A las mujeres no. Sin embargo, como no quieren someterse a un estándar diferente, muchas de las mujeres decidieron a las pocas semanas de iniciado el entrenamiento afeitarse la cabeza en solidaridad. Recuperaron su cabello, al igual que los hombres.
“Me encantaba mi cabello, pero no quería que nadie me viera y pensara que me estaban dando un trato especial”, dijo la soldado raso Irelynn Donovan.
‘Quería hacer historia’
Donovan, de 20 años de edad, creció en las afueras de Filadelfia con cinco hermanos varones mayores. Era la única niña en su equipo de fútbol americano de la secundaria. Cuando le encargaron de tarea que escribiera un ensayo sobre un adulto al que admirara, eligió a su abuelo, quien prestó servicio en dos misiones en Vietnam.
“Ella siempre ha sido simplemente intensa”, dijo su madre, Cristine Zalewski.
Siempre quiso unirse a la infantería, pese a la prohibición sobre las mujeres. En su antebrazo lleva un tatuaje de flores acomodadas en torno a una frase pronunciada por su madre solera, quien en ocasiones tuvo que rebuscar el cambio en la casa para alcanzar a pagar las cuentas: “Encontraremos la manera”.
Tan pronto como se levantó la prohibición en 2016, Donovan acudió a una oficina de reclutamiento local.
“Quería hacer historia”, dijo. “Allanar el camino, si no para mí, entonces para otras”.
Durante el entrenamiento, escribía a casa quejándose de que estaba agotada y cansada de que le gritaran. “Todo es un fastidio”, escribió. Pero llegó a destacar, superando en las pruebas físicas para hombres y mujeres cuando hizo 79 lagartijas en dos minutos.
‘Oye, la infantería es dura, amigo’
Afganistán e Irak fueron puntos de inflexión para el pensamiento del Ejército sobre las mujeres en combate. Las guerras forzaron a miles de mujeres que no eran técnicamente tropas de combate a participar en combates. A casi 14,000 mujeres se les concedió la Insignia de Acción en Combate por enfrentarse al enemigo. Hoy, la mayoría de los hombres que dirigen al Ejército han prestado servicio con mujeres en combate durante años.
“Vimos que puede funcionar”, dijo el mayor general Jeffrey Snow, quien encabeza el Comando de Reclutamiento del Ejército en Fort Knox, Kentucky. “Y ahora tenemos una generación que solo quiere cumplir la misión y tener a las personas más talentosas para hacerlo”.
El Ejército está decidido a no sacrificar el desempeño a favor de la inclusión, y muchas mujeres no han podido cumplir con el estándar. De las 32 que aparecieron en el campamento de entrenamiento de infantería, 44 por ciento desertó. Para los 148 hombres en la compañía, la tasa de deserción fue de solo 20 por ciento.
Los comandantes dicen que la tasa de deserción más alta entre las mujeres está en línea con otros campamentos de entrenamiento demandantes para la policía militar y los ingenieros de combate, que han estado abiertos para las mujeres durante años. En parte, dicen, es una consecuencia del tamaño. Una mujer de 1.60 metros tiene que cargar el mismo peso y realizar las mismas tareas que un hombre más alto, y es más probable que se lesione.
¿Por qué tantas mujeres fracasan? Una recluta lo resumió diciendo simplemente: “Oye, la infantería es difícil, amigo”.
“¿Es justo?”, dijo el comandante de brigada que supervisa el entrenamiento de la infantería incluyente en género en Fort Benning, el coronel Kelly Kendrick. “No me importa si es justo. Me importa que puedan cumplir con el estándar”.

Dave Philipps
© 2017 New York Times News Service