Un puente que se queda corto, cómo otras conexiones entre Rusia y China

NIZHNELENINSKOYE, Rusia _ Proclamado en la última década como un emblema del destino de Rusia como una potencia tanto asiática como europea, el enorme puente de acero se proyecta desde el lado chino del río Amur, extendiéndose más de un kilómetro y medio sobre las aguas turbias que dividen al país más poblado del mundo de su vecino más grande.

Luego, sucede algo extraño: el puente se detiene, colgado en el aire, muy por arriba del río, justo antes de llegar a la orilla rusa, en Nizhneleninskoye, un remoto asentamiento fronterizo a casi 6,437 kilómetros de Moscú.

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La brecha entre el puente y la ribera _ que Rusia abandonó porque no pudo construir su parte, mucho más reducida, del proyecto _ expone la realidad detrás de las promesas de una relación sino rusa cada vez más cercana que se estableció cuando el presidente Vladimir Putin se reunió en junio, en Pekín, con Xi Jinping, el presidente chino y secretario general del Partido Comunista. Era su reunión número 15.

Unidos por el rechazo compartido por los modelos occidentales de democracia, la cautela por el poder estadounidense y un ímpetu por encontrar nuevas fuentes de crecimiento, Rusia y China nunca habían estado tan cerca, al menos al nivel de la dirigencia. Con cada reunión, los dirigentes producen numerosos acuerdos de proyecto conjuntos y compromisos para apoyar al “pivote hacia Asia” de Rusia, un cambio en el centro de la atención económica y política hacia el este que Putin ha defendido desde que sus relaciones con Occidente se estropearon en el 2014 a causa de Ucrania.

No obstante, el puente ferroviario, sin terminar, sobre el rio Amur ofrece un panorama más realista de la división que separa lo que el ministro ruso de relaciones exteriores, Sergei Lavrov, describió recientemente como “el potencial verdaderamente inagotable” de la “sociedad estratégica” de Moscú con Pekín, y la realidad de las promesas incumplidas y las esperanzas frustradas.

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Una vez terminado, el puente reduciría el costo del transporte a China del mineral de hierro que se extrae en Rusia, así como el recorrido de 1,040 kilómetros a solo 233 hasta una enorme fábrica acerera china.

Una tarde reciente, el único signo de que hay una construcción en Nizhneleninskoye era un grupo de guardias fronterizos del Servicio Federal de Seguridad de Rusia, que excavaban con las manos y una pala cerca de la valla de seguridad.

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Funcionarios rusos insisten en que el trabajo de construcción está apunto de comenzar y que el puente estará listo para el tránsito ferroviario en más o menos dos años; una década después de que los gobiernos ruso y chino acordaron proceder con el proyecto.

El golfo entre la expectativa y la realidad se ha convertido en una característica recurrente de la relación de Rusia con China. Después de las promesas que hicieron los dirigentes de incrementar el comercio entre los países a 100,000 millones de dólares para este año y de 200,000 millones para el 2020, por ejemplo, el volumen del comercio bidireccional cayó 28 por ciento el año pasado, a solo 68,000 millones de dólares. Repuntó unos cuantos puntos porcentuales en los primeros meses de este año.

También se le ha quitado el brillo a un contrato de gas por 30 años que valdría 400,000 millones de dólares al firmarse durante una visita de Putin a China, en mayo del 2014. Quedó estancado el gasoducto que Rusia necesita construir para transportar el gas.

En una conferencia en mayo, en Moscú, oradores chinos notaron que Rusia necesita mejorar su desempeño. Li Fenglin, un exembajador chino ante Moscú, expresó consternación por el ritmo lento de la construcción en el gasoducto Energía de Siberia y otros proyectos.

“No solo arrastren los pies. Deberían empezar el trabajo vigorosamente”, dijo Li. Añadió que China y Rusia tenían un “solodestino”, pero que solo arrancaría su sociedad, si se alejan de las enormes empresas patrocinadas por el Estado y cambian a la interacción entre las empresas pequeñas y medianas, impulsada por el mercado.

También hay frustración del lado ruso, en particular entre los ejecutivos comerciales, cuyos sueños de explotar los mercados chinos y dinero se han agotado, en su mayor parte.

“Lo que debería notarse de los resultados de nuestro trabajo del año pasado es que ha habido un nivel catastróficamente bajo de cooperación entre los dos países”, comentó Víctor F. Vekselberg, un multimillonario y el presidente del capítulo ruso de la Cámara de Comercio Ruso-china en Maquinaria y Productos de Alta Tecnología, en la conferencia de Moscú.

Putin ha fortalecido y empoderado al Estado ruso, y lo ha disciplinado para hablar con una sola voz en público. Sin embargo, es raro que sus diversas dependencias se muevan al unísono y rápidamente, en particular, cuando lo que está en juego son grandes sumas de dinero para sus funcionarios bien relacionados.

Víctor Larin, un destacado experto en China en la división del lejano oriente de la Academia de Ciencias en Vladivostok, dijo que la torpeza de Rusia en cuanto al puente muestra que partes de la elite del país siguen padeciendo el “síndrome de la amenaza china”. Se refería a la cautela, profundamente enraizada en Rusia, relativa a un vecino cuya población es casi 10 veces mayor, una economía más de cinco veces más grande y un gasto militar del doble.

Todo el poder que ha acumulado Putin, añadió Larin, ha provocado que Rusia esté “bajo control manual” del Kremlin, lo que significa que es poco lo que se hace sobre cualquier problema sin que intervenga el presidente en forma contundente y directa.

Así es que mientras el Kremlin ha apoyado el puente, otros en los niveles bajos del gobierno ruso lo han detenido, dijo Larin, y los funcionarios de finanzas en Moscú se quejan de los costos y los oficiales militares preguntan: “¿Para qué construir un puente por el que pueden llegar tanques chinos?”.

El Kremlin, añadió, tiene una visión clara de a dónde quiere que lleguen las relaciones con China, pero “entre más bajas, peor se ponen las cosas”. Gran parte de la elite rusa “todavía no cambia psicológicamente” a percibir a China como un socio confiable en lugar de cómo un enemigo potencial.

Aunque al principio se concibió como un proyecto privado, el puente del río Amur evolucionó rápidamente a ser una empresa fondeada y realizada por los gobiernos ruso y chino. El acuerdo, comento Valeri Gurevich, un exvicegobernador de la región autónoma judía, permitió que China llevara las riendas.

“Allá, un solo partido decide todo”, notó. “Eso facilita mucho las cosas”.

Hasta el aparentemente sencillo problema de dónde colocar los pilares del puente, recordó Gurevich, armó gran revuelo con discusiones entre las tres entidades del Estado dueñas de los terrenos en Nizhneleninskoye: el Servicio Federal de Seguridad, el fondo forestal del Estado y las autoridades municipales.

“En ocasiones, solo te querían colgar”, dijo.

Las críticas chinas han herido el orgullo ruso. En una entrevista reciente con un canal de la televisión local, Dimitri Astafiev, el director general de Rubicon, una compañía paraestatal que supervisa el proyecto, exhortó a China a dejar de criticar.

“Se nos está criticando porque nuestros socios en China ya han construido dos kilómetros mientras que nosotros no podemos construir los pocos 309 metros”, dijo Astafiev.

“Mientras que los chinos son, claro, talentosos, nosotros, para empezar, hemos construido la parte fácil”, dijo. “Pero el punto clave es el siguiente: ellos dicen que construyeron el puente. Bien. Pero no es adecuado para transitar por él”.

Andrew Higgins
© 2016 New York Times News Service