¡Qué perros!

Nadie en su sano juicio pensaría que detrás de cada delincuente hay un policía persiguiéndolo, ni que detrás de cada ciudadano hay un policía cuidándolo (aunque a veces ocurre exactamente al revés).

De lo que se trata un país de leyes es precisamente de crear una red -invisible en cierto modo-, que protege nuestro actuar como ciudadanos. No debemos pasarnos un alto so pena de causar un accidente o hasta una pérdida humana.

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No debemos vender drogas porque con ello cometemos delitos contra la salud.

No debemos tirar la basura en las calles a riesgo de causar un problema de salud. No debemos robarle al vecino (aunque a veces nos quedemos sin Wi Fi y la señal sea abierta)…

Y si lo hacemos, hay leyes y reglamentos que precisan castigos. Pero en un país, en un estado, en una ciudad marcados por la impunidad, violar dichos ordenamientos es tarea cotidiana.

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Vemos en la calle conductores que se pasan los altos, hasta los policías lo hacen bajo el pretexto de que son, precisamente policías, y cosa curiosa que en 30 años de residencia en Tijuana yo no había visto, hay hombres y mujeres al volante que se pasan el alto frente a los ojos del uniformado y estos como si nada. Ni en cuenta. Tanto parece haber crecido la delincuencia en nuestra frontera que a los oficiales un alto más o un alto menos les tiene sin cuidado, ya no digamos una direccional para dar vuelta o una vuelta prohibida.

No se trata tampoco de que detrás de cada perro agresivo vaya un policía o un integrante de Control Animal pero sí se trata de advertir a los ciudadanos que hay castigos, y que son graves si es que algo hacen esos perros contra una persona.

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Ya son recurrentes los casos en que los perros, vivan en casas o callejeros, protagonizan tragedias dignas de países ya no de tercer mundo o de quinto patio, donde una hiena devora a un bebé o un lagarto arranca una pierna.

Algo similar ocurrió hace poco en Florida ni más ni menos que en Disney World, pero la diferencia ahí es que los sucesores de don Walt construyeron precisamente en tierra salvaje, y esas son las consecuencias.

Aquí en Tijuana, donde las leyes y la vida no valen nada, ya no sabemos si son más animales los propios perros, o nuestras autoridades que son las primeras en hacer caso omiso de los ordenamientos que debían obedecer.