Un regreso a Guadalupe: Vida tropical, estilo francés

NUEVA YORK ⎯ El cielo teñido de azul se estaba oscureciendo, y el aire era cálido y húmedo cuando mi esposo, Bruce, y yo aterrizamos en febrero del año pasado en Pointe-à-Pitre, Guadalupe, la isla caribeña francesa. Las tiendas y cafeterías en el aeropuerto estaban cerrando, pero pude detectar desde sus exteriores brillantes ⎯ decorados en un exuberante patrón a cuadros en rojo, amarillo y verde amarillento ⎯ una joie de vivre, o alegría de vivir.

Regresar a Guadalupe, un dúo isleño de 1,632 kilómetros cuadrados con forma de mariposa, que es un departamento de Francia, era una especie de peregrinación. Habíamos estado ahí 23 años, antes cuando nuestra hija, Joanna, tenía dos años de edad. Pasamos una semana idílica en Grande-Terre, la isla oriental de Guadalupe, que es plana y seca y está rodeada de playas doradas, en comparación con Basse-Terre, que es montañosa y está cubierta densamente de bosques tropicales.

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Como viajera gastronómica que busca destinos con una fuerte cultura culinaria, esa es la razón por la que fui ahí la primera vez, y es la razón de que regresara. Guadalupe está ganando un reconocimiento más amplio en Francia y el resto del mundo por su “nouvelle cuisine Creole” (nueva cocina criolla).

Un 80 por ciento de los turistas de Guadalupe vienen de Francia y el norte de Europa. Como en la isla se habla francés, con pocas concesiones para los angloparlantes, no ha sido ampliamente popular entre los estadounidenses. Cuando nos enteramos en 2015 que Norwegian Air había lanzado un servicio directo a Pointe-à-Pitre desde Nueva York y varias otras ciudades estadounidenses (los precios empezaban en la asombrosa cantidad de 49 dólares el viaje sencillo), aprovechamos la oportunidad. Nuestro francés es conversacional, cuando mucho, pero nos basamos mucho en señas con las manos e imágenes dibujadas, ya que los guadalupeños hablan rápidamente, y a menudo en criollo en las áreas más aisladas.

En este viaje, nos hospedamos en Basse-Terre. A diferencia de Grande-Terre, el paisaje de Basse-Terre es más frío, más verde y menos habitado. Una erupción del volcán La Soufrière de 1,467 metros de altura en su extremo sur en 1976 resultó en una evacuación, y muchas familias se mudaron permanentemente a Grande-Terre.

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Nuestro pequeño hotel, el Jardin Malanga, es una ex casa de plantación de 1927 que está cerca de 275 metros por encima de la aletargada ciudad portuaria de Trois-Rivières, a unos 65 kilómetros de Pointe-à-Piter. Cuenta con una galería envolvente, una piscina y deliciosa comida francesa-guadalupeña. El desayuno, por ejemplo, consistía de cruasanes recién horneados, bollos de chocolate y baguettes servidas con mantequilla normanda, cubos de coco, maracuyá, tamarindo, tangerinas y plátanos, con conservas hechas en casa de limón, mango y guayaba. La cena podría incluir buñuelos de mariscos picantes y ponche de ron para empezar, seguido por langosta asada, servida con una ratatouille que contiene plátanos locales, y terminando con una crème brûlée con sabor a maracuyá. Nuestra cómoda habitación con sus vigas de pino expuestas, tenía el agradable encanto de un armario de cedro.

Caímos en una lánguida rutina de excursiones diurnas seguidas por un rato de natación en la playa Grande Anse, a unos 15 minutos de distancia, o en la piscina, y tragos a primera hora de la noche en la galería. Esta vez, estábamos en una modalidad de adultos, cambiando las alegrías de experimentar la isla a través de los ojos de un niño por la exploración sibarita de la historia y cultura locales, cocteles y horas de lectura, con pocas distracciones aparte de contemplar el mar.

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Queríamos ver lo más posible en nuestros siete días ahí, y dar buen uso a nuestro auto rentado.

Conducir por el perímetro de Basse-Terre sobre la N1, la autopista principal de Guadalupe, es un ejercicio de subir y bajar. Extensiones planas a lo largo de la costa, el verde esmeralda de la caña de azúcar y los platanares de grandes hojas; el ascenso a las aterciopeladas y verdes laderas llenas de árboles envueltos en enredaderas antes de descender de nuevo a la costa. Los poblados son pulcros: casas de concreto de uno o dos pisos, con porches y techos de dos aguas para repeler la lluvia, se anidan entre vívidas y flagrantes buganvilias en flor. Los residentes de la isla llevaban baguettes bajo el brazo, charlando en francés y criollo mientras esperaban autobuses u, ocasionalmente, pedían aventones. Notamos más tráfico en este viaje. Las carreteras están llenas de pequeños autos de fabricación europea y japonesa en las horas pico y los fines de semana, principalmente en los principales corredores entre Trois-Rivières, Pointe-à-Pitre y Le Gosier. Trabajadores en los tradicionales overoles y sacos azules franceses laboraban al lado de las carreteras.

Las montañas púrpura del interior de Basse-Terre son casi siempre visibles. Sus picos, muchos por encima de los 1,200 metros, están dentro del Parque Nacional de Guadalupe de 17,400 hectáreas, una Reserva de la Biósfera de la UNESCO. Los visitantes del parque caminan por casi 300 kilómetros de senderos que van hasta el volcán y otras montañas, a través de hábitats de bosque tropical y manglares, y hasta cascadas.

Sin embargo, no se tiene que hacer nada extenuante para disfrutar del parque. Hay una plantación cafetalera del siglo XVII, Habitation La Grivelière en Vieux-Habitants, un monumento histórico designado a unos 32 kilómetros de Trois-Rivières. Ahí uno puede tener una sensación de la belleza natural del parque mientras aprende sobre el legado agrícola del café, uno de los cultivos comerciales originales de la isla.

La cocina de Guadalupe tiene carácter, gusto y sabores sutiles, dijo Babette de Rozières, una nativa de Pointe-à-Pitre y dueña y chef de restaurantes en París, St.-Tropez y Guadalupe. “Empieza en la mañana con un profundo y rico olor a café y termina en la noche con un exquisito ron añejado”, dijo De Rozières. “Toda la familia se reúne en torno a la mesa y conversa disfrutando de platillos que son preparados con amor”.

Las chefs son veneradas. Un Fête des Cuisinières (Festival de las Cocineras) anual en Pointe-à-Pitre incluye a múltiples generaciones de cocineras vestidas con trajes tradicionales. Asisten a una misa en su honor en la Iglesia de San Pedro y San Pablo en el centro de Pointe-à-Pitre, antes de desfilar hacia una escuela pública cercana para el banquete y el baile. El evento, que se celebrará este año el 12 de agosto, es gratuito.

No quisimos perdernos el Jardin Botanique, a 40 kilómetros de Vieux-Habitants en el poblado playero de Deshaies. Es un refugio sosegado con senderos que serpentean entre huertos de baobabs, jacarandas, buganvilias y muchos otros árboles y flores, así como un aviario de loros y un estanque de lirios acuáticos. Hay una cafetería y el Restaurant Panoramique, que da sobre una cascada y sirve especialidades criollas, incluida langosta asada y colombo de pollo al curry, en su mayor parte a guadalupeños ricos.

Nos aventuramos a Pointe-à-Pitre para ver el Mémorial ACTe, el Centro Caribeño de la Expresión y el Recuerdo de la Esclavitud y el Comercio de Esclavos, cuya exhibición permanente ofrece una de las historias y descripciones del comercio de esclavos más amplios del mundo. Abierto en mayo de 2015, la dimensión del complejo de 2,323 metros cuadrados adyacente al puerto en la ex refinería de azúcar Darboussier, es enorme. Su edificio principal está diseñado para simbolizar raíces plateadas sobre una caja negra, una yuxtaposición visual de la nueva vida que surge de un pasado oscuro.

Después, visitamos el área peatonal en el centro de la ciudad, donde alrededor del mediodía los sábados hay música Gwo Ka en vivo, un género folclórico que incluye percusiones y un canto de llamado y respuesta interpretado por artistas profesionales.

Terminamos nuestras vacaciones con una nota francesa: con un viaje de un día para otro a Les Saintes, un archipiélago a 13.5 kilómetros de Basse-Terre. La línea de transporte CTM Deher ofrece numerosos viajes diarios que en 15 minutos llevan a la isla principal, Terre-de-Haut, desde la terminal de transbordadores en Trois-Rivières.

Por casualidad, nos guardamos lo mejor para el último. Fue un almuerzo en el restaurante Au Bon Vivre en la calle principal de Terre-de-Haut, Rue Calot, donde el dueño y chef Vincent Malbec, originario de Toulouse, Francia, combina técnicas francesas clásicas con ingredientes locales.

Disfrutamos una entrada de rillettes de atún, marlín ahumado y diminutos cubos de dorado crudo marinado en leche de coco, cebolletas y pimientos rojo Caribe, seguido por atún poco cocido con una porción de foie gras derretido. Luego llegó la pechuga de pato asada con glaseado de maracuyá y vinagre balsámico. El postre fue crème brûlée, mousse de maracuyá y un profiterol cubierto de salsa de chocolate.

Mientras saboreábamos la comida, aun cuando el tufo de un cigarrillo Gauloise de sobremesa llegaba desde la mesa contigua, mi mente vagó hacia nuestro primer viaje, cuando éramos unos padres jóvenes a quienes nos complacía que nuestra niñita tuviera una probada de la vida isleña. Guadalupe sigue ofreciendo buena comida y un alegre enfoque tropical francés de la vida. Quizá incluso fue mejor la segunda vez.

Elizabeth Field
© 2017 New York Times News Service