Renuncia a la policía religiosa saudita destaca las fisuras de la nación

YEDA, Arabia Saudita _ Durante la mayor parte de su vida adulta, Ahmed Qassim al-Ghamdi trabajó entre los agentes del orden barbados de Arabia Saudita. Era un empleado dedicado de la Comisión para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio _ conocida en el extranjero como la policía religiosa _, prestando servicio con las tropas de la línea del frente que protegen al reino islámico de la occidentalización, el laicismo y cualquier cosa salvo las prácticas islámicas más conservadoras.

Parte de eso se parecía a la labor de la policía común: arrestar a vendedores y contrabandistas de drogas en un país donde el alcohol está prohibido. Pero los hombres de “La Comisión”, como le llaman lo sauditas, pasaban la mayor parte de su tiempo manteniendo las normas públicas puritanas que diferencian a Arabia Saudita no solo de Occidente, sino también de la mayor parte del mundo musulmán.

- Publicidad-

Una ofensa clave era la ikhtilat, o la convivencia no autorizada entre hombres y mujeres. Los clérigos del reino advierten que pudiera conducir a la fornicación, el adulterio, hogares rotos, niños nacidos fuera del matrimonio y un total colapso social.

Durante años, Al-Ghamdi se apegó al programa y eventualmente fue puesto a cargo de la comisión para la región de La Meca, la ciudad más sagrada del islam. Luego tuvo una revelación y empezó a cuestionar las reglas. Así que se volcó en el Corán y las historias del Profeta Mahoma y sus acompañantes, considerados ejemplos de la conducta islámica. Lo que encontró fue asombroso y alteró su vida: había bastante convivencia entre los sexos en la primera generación de musulmanes, y a nadie parecía importarle.

Así que lo expresó. En artículos y apariciones en televisión, argumentó que mucho de lo que los sauditas practicaban como religión eran de hecho prácticas culturales árabes que se habían mezclado con su fe.

- Publicidad -

No había necesidad de cerrar las tiendas para orar, dijo, ni de prohibir que las mujeres conduzcan autos, como hace Arabia Saudita. En los tiempos del Profeta, las mujeres montaban en camellos, lo cual dijo era mucho más provocador que mujeres con velo al volante de vehículos SUV.

Incluso dijo que las mujeres se tenían que cubrir el rostro solo si lo deseaban. Y para demostrar la profundidad de su propia convicción, Al-Ghamdi apareció en televisión con su esposa, Jawahir, quien sonrió a la cámara, con el rostro al descubierto y adornado con un poco de maquillaje.

- Publicidad -

Fue como una bomba dentro de los círculos religiosos del reino, amenazando al orden social que concedía prominencia a los jeques y les hacía los árbitros de lo que está bien y mal en todos los aspectos de la vida. Él amenazó su control.

Los colegas de Al-Ghamdi en el trabajo se negaron a hablarle. Llovieron las llamadas airadas a su teléfono celular y le llegaron amenazas de muerte anónimas vía Twitter. Prominentes jeques tomaron las ondas aéreas para denunciarlo como un arribista ignorante que debería ser castigado, enjuiciado, e incluso torturado.

Para el visitante occidental, Arabia Saudita es una mezcla desconcertante de urbanismo moderno, cultura del desierto y el esfuerzo eterno de apegarse a una rígida interpretación de las escrituras que tienen más de mil años de antigüedad. Es un reino inundado de riqueza petrolera, rascacielos, SUVs y centros comerciales, donde las preguntas sobre cómo invertir dinero e interactuar con los no musulmanes son respondidas con citas del Corán o historias sobre el Profeta Mahoma.

La primacía del islam en la vida saudita ha conducido a una enorme esfera religiosa que se extiende más allá de los clérigos oficiales del Estado. La vida pública está llena de jeques célebres cuyos movimientos, comentarios y conflictos son seguidos por los sauditas como los estadounidenses siguen a los actores de Hollywood.

Para los sauditas, tratar de navegar entre lo que está permitido “halal” y lo que no, “haram”, puede ser desafiante. Así que recurren a los clérigos en busca de fatwas, o dictámenes religiosos no obligatorios. Aunque algunos quizá reciban mucha atención _ como cuando el ayatola Ruhollah Jomeini de Irán hizo un llamado a asesinar al escritor Salman Rushdie _, la mayoría concierne a detalles de la práctica religiosa.

Al-Ghamdi, de 51 años de edad, dijo que el mundo de los jeques, las fatwas y la meticulosa aplicación de la religión en todo había definido su vida.

Pero ese mundo _ su mundo _ lo había congelado aislándolo.

Como nuevo miembro de la comisión en Yeda, Al-Ghamdi había sentido que había encontrado un empleo que era congruente con sus convicciones religiosas. En el transcurso de unos cuantos años, fue transferido a La Meca y pasó por diferentes cargos.

Pero desarrolló reservas sobre cómo funcionaba la fuerza. El celo religioso de sus colegas en ocasiones los llevaba a reaccionar con exceso, irrumpiendo en las casas de las personas o humillando a los detenidos.

“Digamos que alguien bebía alcohol”, dijo. “Eso no representa un ataque a la religión, pero ellos exageraban la manera en que trataban a la gente”.

En 2005, murió el jefe de la comisión para la región de La Meca y Al-Ghamdi fue ascendido. Era un cargo importante, con unas 90 estaciones en un área grande y diversa que contenía los sitios más sagrados del islam. Hizo su mejor esfuerzo para estar a la altura, aunque le preocupaba que el enfoque de la comisión fuera erróneo.

En privado, analizó las escrituras y la doctrina del Profeta Mahoma en busca de orientación sobre qué era halal y qué era haram, y documentó sus hallazgos.

“Quedé sorprendido porque oíamos de los eruditos: ‘Haram, haram, haram’, pero nunca hablaban de la evidencia”, dijo.

Al darse cuenta de la gravedad de esa conclusión para alguien en su posición, permaneció en silencio y archivó el documento.

Pero sus conclusiones pronto saldrían a la luz.

Alrededor de la época en que él estaba reconsiderando su visión del mundo, el rey Abdulá, entonces el monarca, anunció planes para abrir una universidad de clase mundial, la Universidad Rey Abdulá de Ciencia y Tecnología, o URACT. Lo que consternó a los círculos religiosos del reino fue su decisión de no segregar a los estudiantes por género, ni imponer un código de vestimenta a las mujeres.

La URACT siguió el precedente de Saudi Aramco, la compañía petrolera estatal: sin importar cuánto la familia real elogia sus valores islámicos, cuando quieren ganar dinero o innovar, no recurren a los clérigos en busca de consejo. Erigen un muro y los dejan fuera.

La mayoría de los clérigos se mantienen en silencio por deferencia al rey. Pero un miembro del cuerpo clerical superior se refirió al tema en un programa que recibía llamadas telefónicas, advirtiendo de los peligros de las universidades mixtas: hostigamiento sexual; hombres y mujeres coqueteando y distrayéndose de sus estudios; esposos celosos de sus esposas; violación.

“La convivencia tiene muchos factores de corrupción, y su malignidad es grande”, dijo el clérigo, el jeque Saad al-Shathri, y añadió que si el rey hubiera sabido que este era el plan, lo habría impedido.

Pero la convivencia fue de hecho idea del rey, y no estaba enojado. Destituyó al jeque con un decreto real.

Desde su oficina en La Meca, Al-Ghamdi observó, frustrado de que los clérigos no estuvieran respaldando un proyecto que él pensaba era bueno para el reino.

Así que, después de orar al respecto, tomó su informe y lo redujo a dos artículos que fueron publicados en el periódico Okaz en 2009.

Fueron los primeros ataques en una batalla de años entre Al-Ghamdi y los círculos religiosos. Él continuó con otros artículos, fue a la televisión y enfrentó a clérigos que lo insultaron y reunieron su propia evidencia sacada de las escrituras. Sus colegas en la comisión lo aislaron, así que solicitó la jubilación adelantada, y se la concedieron rápidamente.

Una vez fuera de la fuerza, cuestionó otras prácticas: forzar a las tiendas a cerrar durante los horarios de oración e instar a la gente a ir a la mezquita, los velos sobre el rostro, la prohibición de que las mujeres conduzcan.

En estos días, Al-Ghamdi mantiene un perfil bajo porque aún es insultado cuando aparece en público. No tiene empleo, pero publica columnas periodísticas regulares, principalmente en el extranjero.

Su esposa, Jawahir, dijo que la experiencia había cambiado su vida en formas inesperadas y, como su esposo, no lo lamenta.

“Enviamos nuestro mensaje, y el objetivo no era que siguiéramos apareciendo y hacernos famosos”, dijo. “Era enviar un mensaje a la sociedad de que la religión no son las costumbres y tradiciones. La religión es algo más”.

Ben Hubbard
© New York Times News Service