Repunte en asesinatos de eruditos religiosos conforme el talibán busca reducir su influencia

TOGH-BAIRDI, Afganistán ⎯ Una tumba solitaria, con su montículo de tierra bajo la sombra de las pesadas ramas de un moral y mantenido adornado con flores, se ha convertido en una escala diaria para los estudiantes del seminario y miembros del personal cerca de Togh-Bairdi, en el norte de Afganistán.

Es el sitio donde está sepultado Mawlawi Shah Agha Hanafi, un venerado experto religioso que fundó el seminario hace unas dos décadas y ayudó a convertirlo en una próspera escuela para 1,300 estudiantes, incluidas 160 niñas. En mayo, el talibán sembró una bomba que lo mató mientras dirigía una discusión sobre las tradiciones del profeta Mahoma, y su tumba, en un rincón de los terrenos del seminario, se ha convertido en un sitio de reunión para orar y condolerse.

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“Cuando vengo a trabajar, lo primero que hago es recitar un versículo del Corán en su tumba”, dijo Jan Agha, director del seminario, en la provincia de Parwan. “Luego lloro, y después voy a mi oficina”.

Hanafi se unió a una lista rápidamente creciente de eruditos religiosos islámicos que se han convertido en víctimas de la guerra afgana.

Desde hace tiempo en Afganistán, los eruditos han sido blanco, de un tipo u otro. Sus palabras tiene peso en muchas partes de la sociedad, y son asiduamente cortejados en busca de su apoyo, y frecuentemente asesinados por sus críticas.

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Se cree que cientos han sido asesinados durante los últimos 16 años de la guerra, y no siempre por el talibán. Pero ha habido un repunte en los asesinatos dirigidos de eruditos ⎯ conocidos ampliamente como ulema ⎯ a medida que el talibán ha intensificado sus ofensivas en los dos últimos años, dicen funcionarios.

Se está tomando como un claro recordatorio del peso que los insurgentes dan no solo a las victorias militares sino también a la influencia religiosa en su campaña por sacudir al gobierno y apoderarse de territorio.

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“La razón de que el talibán recurra a esos actos es que quieren asegurarse de que su legitimidad no sea cuestionada por los sermones de estos ulema”, dijo Mohammad Moheq, un famoso erudito religioso afgano que también funge como asesor del presidente Ashraf Ghani.

“Lo único que socava su legitimidad es la capacidad y el poder de estos ulema si predican y argumentan en su contra”, continuó Moheq. “Solo ellos pueden refutar la ideología del talibán, no los eruditos liberales u otros, y el talibán comprende eso”.

El número exacto de víctimas entre los eruditos que predican el islamismo, pero no del tipo que prefiere el talibán, es difícil de medir. Si las cifras aproximadas llegadas de múltiples provincias sirven de indicio alguno, es enorme, y ha sembrado el temor entre los predicadores que saben que sus palabas en el púlpito pudieran costarles la vida.

Solo en la provincia de Kandahar, la base de poder original del movimiento del talibán, unos 300 predicadores han sido asesinados desde 2004, según Mawlawi Obaidullah Faizani, director del Consejo de Ulema provincial ahí. En Badakhshan, 20 fueron asesinados solo en el último año, como parte de un total de 110 en 16 años, dijo Abdul Wali Arshad, director del departamento de asuntos religiosos de la provincia. En la provincia de Logar, a fines de mayo, el subdirector del Consejo de Ulema de la provincia fue acribillado en camino a su casa desde una oración al amanecer, una de las balas le alcanzó en el labio superior.

“La razón de que estos ulema están siendo tomados como blanco es porque dicen la verdad; y la verdad es que la lucha actual es solo por el poder”, dijo Mawlawi Khudai Nazar Mohammedi, director del Consejo de Ulema de Helmand.

Un miembro del consejo del liderazgo del talibán sugirió que parte de la razón para el intensificado ataque a los eruditos religiosos era la influencia del nuevo líder de la insurgencia, Mawlawi Haibatullah Akhundzada. Es un ulema y líder de madrassa y es considerado más un ideólogo religioso que su predecesor, quien fue asesinado por un dron estadounidense en 2015.

El personaje talibán destacado, que habló a condición del anonimato para evitar encolerizar a otros miembros del liderazgo, dijo que bajo las órdenes de Haibatullah, los sermones eran observados más detenidamente que nunca antes; y que las desviaciones de las interpretaciones del talibán de la ley Shariah eran castigadas “lo más duramente posible”.

La declaración del talibán tras el acribillamiento de Abdul Ghafoor Pairoz, de 32 años de edad, un prominente erudito en Kandahar que había escrito o traducido más de 50 libros, puso en claro lo que está en juego.

Dijeron que había sido asesinado por considerar “la actual guerra santa en Afganistán como ilegítima”. El talibán dijo que “eliminar a ese elemento vicioso” era una señal para otros de que estaban siendo observados, y que no se toleraría “la insolencia hacia las órdenes religiosas”.

Durante el régimen del talibán en los años 90, Pairoz era un joven estudiante en la madrassa del talibán en Kabul. Cuando su gobierno cayó, él se mantuvo en el camino y se mudó a Quetta, Pakistán, donde completó siete años de educación superior en religión para ganarse el título de mawlana. Siguió activo en los círculos del talibán en Quetta, desde donde opera en el exilio el consejo del liderazgo del talibán.

Pero, a medida que Pairoz leía más y la guerra se prolongaba, empezó a cuestionar la base religiosa sobre la cual estaba combatiendo el talibán. Decidió que la única forma de combatirlo era a través de un discurso religioso activo. Su último libro, una colección de ensayos llamado “El llamado”, trataba de temas como el pluralismo religioso y la necesidad de tolerancia.

“El traducía oralmente del texto frente a él, y yo tecleaba”, dijo su hermano menor Waseel Pairoz, quien también siguió una educación religiosa.

Después de que el talibán mató a su hermano y dio a conocer su declaración, Waseel Pairoz abandonó Kandahar y ahora vive en Kabul.

“Pairoz siempre dijo que amaba a este país, y que si moría por él, no lo lamentaría”, dijo otro de sus hermanos, Mohammed Rasoul Pairoz. “El mensaje que dio a menudo al talibán era que este mundo era para vivirlo, así que vívanlo y dejen que otros vivan”.

Como Pairoz, Hanafi, el fundador del seminario en Parwan, criticaba el camino tomado por el talibán, y a menudo hablaba apasionadamente de política en sus sermones. En uno de sus discursos finales, llamó al talibán a “unir sus manos con el pueblo de Afganistán, en vez de unir sus manos con Pakistán y Rusia”, un país acusado cada vez más de establecer lazos con la insurgencia afgana.

Después de múltiples intentos de acabar con su vida, con bombas sembradas en su camino, Hanafi había sido forzado a abandonar Togh-Bairdi, su aldea natal, y el seminario que había construido aquí. Había aceptado otro empleo en la capital provincial, dirigiendo un seminario más grande.

En la mañana del 9 de mayo, mientras estaba sentado con unas tres docenas de estudiantes, estalló una bomba que había sido colocada bajo su cojín. Su hermano, Mawlawi Jawed Hanafi, lo sucedió como director del seminario en Togh-Bairdi. Dijo que el joven que había sembrado la bomba ⎯ y quien fue arrestado ⎯ era estudiante del grupo.

Colegas de Hanafi dicen que encuentran paz en el hecho de que esto no es nada nuevo; que su líder está entre los últimos asesinados en la larga historia de la lucha por determinar las creencias de quién son verdad. Esa lucha se remonta a los primeros días del islamismo.

“Estos no son enemigos nuevos”, dijo Mawlawi Abdul Hafiz Mowahed, uno de los ex estudiantes de Hanafi y ahora instructor. “¿Quién mató al califa Osman? ¿Quién mató al califa Alí? ¿Quién mató al califa Omar? Los asesinos eran personas con el atuendo del islamismo”. Señaló que el califa Osman también había sido asesinado después de la oración del amanecer, encorvado mientras leía el Corán.

“El profeta Mahoma predijo que una vez que la espada derrama sangre inocente, esta sangre correrá hasta el Día del Juicio”, dijo.

Mujib Mashal y Jawad Sukhanyar
© 2017 New York Times News Service