Rusia atiza las tensiones en los Balcanes mientras la OTAN cuida una frágil paz

ZVECAN, KOSOVO. En las montañas densamente arboladas, a lo largo de la frontera disputada entre Serbia y Kosovo, una patrulla de soldados estadounidenses, bajo el mando de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte, avanza penosamente entre la nieve y el lodo, con la mirada atenta a contrabandistas y otras personas que quisieran cruzar la frontera. Considerando el sangriento historial de esta zona, la situación está tranquila ahora, al menos aquí arriba.

Es allá abajo, en Serbia y Kosovo, donde están resurgiendo las viejas rencillas. En efecto, los Balcanes, donde se generó tanto dolor y sufrimiento a lo largo del siglo pasado, nuevamente se está poniendo inquieto. Y una vez más, es Rusia la que está atizando las tensiones, tratando de aprovechar las divisiones políticas de una región que en otro tiempo fue considerada un triunfo de la diplomacia enérgica de Estados Unidos, pero que ahora pone de relieve los crecientes problemas a los que se enfrentan la OTAN y la Unión Europea.

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“Rusia considera que Occidente está interfiriendo en su zona de influencia y el presidente Vladimir Putin quiere demostrar que puede pagar con la misma moneda”, observa Dimitar Bechev, experto en Rusia y los Balcanes y director del Instituto de Política Europea en Sofía, Bulgaria. “Rusia considera a los Balcanes el punto débil de Occidente y lo está aprovechando para hacer sentir su influencia y proyectar su poderío sin que le cueste mucho.”

Casi 18 años después de que la intervención dirigida por Estados Unidos pusiera fin al dominio serbio de Kosovo, las patrullas fronterizas ahora son la misión que más tiempo ha durado en la OTAN. Aunque la Unión Europea ha tenido algunos avances en su mediación de un arreglo político entre Pristina y Belgrado, la presencia de las tropas de la Alianza Atlántica ha mantenido una paz inquieta, y sigue siendo palpable la animosidad entre la mayoría albana y la minoría serbia que conforman la población de Kosovo.

Pero la OTAN se está enfrentando a sus propios problemas, desde la ambivalencia del presidente Donald Trump hacia la OTAN hasta las crecientes provocaciones de Rusia. La alianza ha enviado refuerzos a Polonia y a las repúblicas bálticas para contrarrestar cualquier acción rusa, pero la implicación de Moscú en los Balcanes ha recibido menos atención.

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Rusia tiene profundos lazos históricos con Serbia y se opuso vehementemente a la guerra de la OTAN por Kosovo en 1999. Después de la campaña de bombardeo dirigida por Estados Unidos, Serbia perdió la soberanía de su antigua provincia pero sigue apoyando a los serbios que viven ahí, prometiendo no reconocer jamás la independencia de Kosovo, lugar considerado cuna de la nación serbia y de su fe ortodoxa. Putin ha seguido apoyando a Serbia, así como a los serbios que viven en Bosnia y Herzegovina, manteniendo siempre su interés en el complejo remolino de la política balcánica.

Para empezar, Moscú apoyó a los serbios de Bosnia cuando celebraron un controvertido referendo en noviembre pasado, que podría darles más independencia de Sarajevo, cuando no la independencia total. Un mes después, Rusia apoyó a los partidos marginales de oposición en unas delicadas elecciones nacionales celebradas en Macedonia, otra república ex yugoslava. La Unión Europea organizó las elecciones con la esperanza de ayudar al país, que estaba al borde del colapso.

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En Montenegro, diminuto vecino de Serbia y ex aliado de Rusia que ahora se prepara para integrarse en la OTAN, las autoridades aseguran haber frustrado un intento de golpe de estado en octubre, orquestado por los rusos.

Después, en enero, Rusia ayudó a Serbia a socavar la independencia de Kosovo, apoyando una serie de actos de provocación que dañaron los esfuerzos de normalización diplomática, lo que se conoce como el diálogo de Bruselas, patrocinados por la Unión Europea. Ese proceso recientemente había tenido un pequeño logro, ya que Kosovo estaba por obtener su propio código telefónico, el +383.

Sin embargo, desde que Kosovo declaró su independencia en 2008, el gobierno de Pristina, dominado por albanos, no ha podido poner bajo su control a las partes del país de mayoría serbia, al norte del río Ibar, donde se encuentra Mitrovica, la segunda ciudad más grande del país.

Pero mientras los kosovares festejaban su nuevo código telefónico, los serbios levantaron un muro de concreto para separar la parte norte de Mitrovica, de mayoría serbia, de los albanos que viven en la parte del sur. Fue construido en el lado serbio del puente que cruza el Ibar, puente financiado por la Unión Europea con la idea de unir a ambas comunidades.

Los funcionarios de la Unión Europea exigieron enojados que derribaran la barda, pero los serbios se mantuvieron desafiantes, obligando a posponer la inauguración oficial del puente. Este mes se quitaron con excavadoras los bloques de concreto, pero sigue en pie una barrera de metal que impide el paso de vehículos y peatones.

Lo más provocativo fue que el gobierno serbio envió un tren de Belgrado a Mitrovica, con los vagones adornados con letreros que declaraban “Kosovo es Serbia” en más de veinte idiomas. Kosovo detuvo el tren en la frontera, acusando a Serbia de querer montar una invasión del norte del país, inspirada en la anexión rusa de Crimea. Serbia, a su vez, acusó a los kosovares albanos de plantar minas a lo largo de las vías del ferrocarril y de planear una campaña de bombardeo contra los serbios y sus sitios sagrados.

El presidente serbio, Tomsilav Nikolic, del que se piensa que tiene el respaldo de Rusia ahora que busca su segundo mandato presidencial de cinco años en las elecciones de abril, amenazó con enviar tropas a Kosovo para proteger a los serbios, de ser necesario.

“Si matan a serbios, enviaremos el ejército a Kosovo”, declaró Nikolic después del incidente del tren, que tenía la intención explícita de restablecer una línea que había estado desconectada desde 1999, cuando la OTAN bombardeó la zona. Y les advirtió a los funcionarios de Pristina que no trataran de provocar un conflicto que, amenazó, podría “terminar muy mal”.

El embajador ruso en Serbia, Aleksandr Chepurin, escribió recientemente en el periódico serbio Politika que Moscú apoyaría a “Serbia para prevenir intentos de crear un pseudo-estado artificial en Kosovo”.

Milan Nic, analista especializado en los Balcanes del Instituto de Política GlobSec, centro de estudios de Bratislava, Eslovaquia, señaló que las declaraciones fuertes sobre Kosovo son comunes en las campañas electorales de Serbia, pero que Belgrado jamás podrá mejorar sus relaciones con la Unión Europea, ya no digamos integrarse en ella, si sigue aferrándose a su antigua provincia del sur.

“Si realmente quieren mejorar la vida de los serbios en Serbia, deben renunciar a esa ilusión (recuperar la soberanía sobre Kosovo)”, afirmó Nic.

El coronel Corwin Lusk, comandante estadounidense del grupo de batalla multinacional de la OTAN en el este de Kosovo, coincidió en que las elecciones en Serbia están alimentando las declaraciones airadas y que Rusia estaba siguiendo el juego, aunque él no piensa que Moscú quiera un enfrentamiento directo en los Balcanes.

“Sería una conducta muy irracional, pues es una batalla que jamás podrían ganar los rusos”, aseguró. “Sería una guerra de la que nadie saldría indemne.”

Muchos habitantes de Kosovo, tanto albanos como serbios, temen otra ronda de guerra. Más o menos 120,000 serbios viven en el norte de Kosovo, cerca de la frontera serbia, y la mayoría comulga con el fervor nacionalista de Belgrado. Pero hay otros 70,000 serbios desperdigados en el resto de Kosovo que se sienten expuestos a represalias.

En el pueblo de Decani, en el suroeste de Kosovo, veinte monjes serbios están refugiados en un monasterio ortodoxo serbio del siglo XIV, reconocido como patrimonio mundial cultural por la UNESCO y protegido por tropas de la OTAN para impedir ataques. El abad del monasterio, el padre Sava Janjic, comentó que el discurso nacionalista de Serbia “suele regresársenos como bumerán”.

“Cada vez que me llaman de Serbia me preguntan que si hay guerra o si están tratando de matarme”, afirma Janjic, de 52 años de edad. “Yo les digo que no, que no hay guerra. No puedo mentirles, pero la situación está lejos de ser ideal.”

La tarea de la OTAN en la zona es profundamente compleja. El número de soldados se ha reducido a unos 5,000 en los últimos diez años; de ellos, 650 son estadounidenses. Y su tarea es patrullar la frontera así como tratar de no herir las susceptibilidades de una región étnica muy fragmentada.

A falta de ejército propio, muchos kosovares albanos consideran que las tropas de la OTAN son los protectores del estado de Kosovo.

“Están aquí para protegernos de los serbios cuando quieran atacarnos”, analiza Belkiza Sahatqiu, de 46 años, madre de tres hijos que trabaja en una zapatería en la parte serbia de Mitrovica.

Sin embargo, para los serbios que viven en Kosovo, las fuerzas de la Alianza Atlántica son tropas de ocupación, más que de protección, como asegura Lilijana Milic, propietaria de una granja sobre la carretera que une a Mitrovica con Pristina.

Barbara Surk
© 2017 New York Times News Service