Cómo se volvió tan reñida la contienda entre Clinton y Trump

El debate presidencial de este lunes fue una paliza, seguramente el enfrentamiento más disparejo en la historia política de Estados Unidos. Hillary Clinton sabía de lo que hablaba, se mostró ecuánime y – ¿nos atrevemos a decirlo? – agradable. Donald Trump fue ignorante, insensible y burdo.

Sin embargo, en la víspera del debate, las encuestas mostraron una contienda cerrada. ¿Cómo fue eso posible?

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Después de todo, los candidatos que vimos por la noche del lunes fueron las mismas personas que han sido desde el principio. La gracia de Clinton e incluso su humor bajo presión saltaron plenamente a la vista durante la audiencia del año pasado sobre Bengasi. Las quejumbrosas bravatas de Trump han sido obvias cada vez que él abre la boca sin leer de un apuntador electrónico.

Así que, ¿cómo pudo alguien como Trump haber estado en posición de batear por la Casa Blanca? (Él pudiera seguir ahí, pues aún nos falta ver qué efecto tuvo el debate sobre las encuestas.)

Parte de la respuesta es que muchos más estadounidenses de los que nos gustaría imaginar son nacionalistas blancos de corazón. De hecho, llamados implícitos a la hostilidad racial han estado largamente en el núcleo de la estrategia republicana; Trump se convirtió en el nominado del Partido Republicano (GOP) al decir directamente lo que sus oponentes intentaron transmitir con silbatos de perro.

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Si él pierde, los republicanos alegarán que él era algún tipo de elemento extremista, que no demostraba nada sobre la naturaleza de su partido. No lo es.

Pero, si bien votantes con motivaciones raciales son una minoría más grande de lo que nos gustaría creer, son una minoría. Y apenas en agosto, Clinton tenía una ventaja dominante. Después, las encuestas cayeron en picada.

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¿Qué ocurrió? ¿Cometió ella algunos errores garrafales de campaña?

No lo creo. Como he escrito anteriormente, a ella le pasó lo que a Gore. Esto es, como Al Gore en 2000, se topó con una sierra eléctrica de reportajes adversos por parte de los medios de comunicación de la corriente popular, los cuales trataron errores relativamente menores como grandes escándalos, e inventaron escándalos adicionales de la nada.

En el ínterin, se restó importancia o se maquillaron los genuinos escándalos de su oponente y diversos factores grotescos; pero como dice Jonathan Chait de la revista New York, la normalización de Donald Trump probablemente tuvo menos importancia que la ‘anormalización’ de Hillary Clinton.

Este embate de los medios informativos empezó con un informe de la Associated Press (AP) sobre la Fundación Clinton, lo cual casi coincidió con el comienzo de la caída de Clinton en las encuestas. La AP abordó una pregunta válida: ¿Obtuvieron donadores de la fundación acceso inapropiado y ejercieron influencia indebida?

Como ocurrió, esto no logró encontrar evidencia alguna de fechorías; pero, de todos modos, escribió el reportaje como si lo hubiera hecho. Y este fue el comienzo de una serie extraordinaria de hostiles artículos noticiosos sobre cómo diversos aspectos de la vida de Clinton “suscitan preguntas” o “proyectan sombras”, transmitiendo una impresión de cosas terribles sin decir algo que pudiera ser refutado.

La culminación de este proceso llegó con el infame foro moderado por Matt Lauer, que pudiera ser resumido brevemente como “Correos electrónicos, correos electrónicos, correos electrónicos; sí, Sr Trump, lo que usted diga, Sr. Trump”.

Aún no entiendo plenamente esta hostilidad, que no era ideológica. Más bien, transmitió la sensación de los niños ‘cool’ en preparatoria burlándose del nerd de la clase. Seguramente hubo sexismo involucrado, pero pudiera no haber sido central, ya que lo mismo lo ocurrió a Gore.

En cualquier caso, aquellos de nosotros que recordamos la campaña de 2000 preveíamos que seguiría lo peor tras el primer debate: Seguramente buena parte de los medios informativos declararían ganador a Trump incluso si él mentía repetidamente. Algunos “análisis noticiosos” ya estaban sentando las bases, fijando un bajo nivel para el nominado del GOP al tiempo que el “lenguaje corporal” de Clinton pudiera desplegar “condescendencia”.

Después llegó el debate en sí, al cual prácticamente no se pudo dar giro alguno. Algunas personas lo intentaron, declarando ganador a Trump en la discusión de comercio aun cuando todo lo que dijo era falso de manera demostrable o conceptualmente. O – mi favorito – tuvimos declaraciones de que si bien Trump no se había preparado, Clinton pudiera haber estado “demasiado preparada”. ¿Qué?

Pero, en el ínterin, decenas de millones de estadounidenses vieron a los candidatos en acción, de manera directa, sin un filtro mediático. Para muchos, la revelación no fue el desempeño de Trump, sino el de Clinton: la mujer que vieron se parecía muy poco al dron frío y carente de alegría que les habían dicho esperar.

¿Hasta qué grado tendrá eso importancia? Mi suposición – pero bien pudiera estar totalmente equivocado – es que tendrá muchísima importancia. Los partidarios recalcitrantes de Trump no serán desviados. Pero los electores que habían estado planeando quedarse en casa o, lo que equivale a lo mismo, votar por algún candidato de algún partido menor en vez de elegir entre el racista y la diablesa ahora pudieran darse cuenta de que estaban mal informados. Si efectivamente es así, será el desempeño de bravura de Clinton, bajo increíble presión, lo que dio un giro de 180 grados a la situación.

Sin embargo, las cosas nunca deberían haber llegado a este punto, donde demasiado dependía de desafiar las expectativas de los medios a lo largo de una hora y media. Además, aquellos que contribuyeron a llevarnos a este punto deberían ponerse a reflexionar seriamente.

Paul Krugman
© The New York Times 2016