Sombrío Egipto registra menoscabo de su influencia internacional

Nour Youssef contribuyó con información.

© 2016 New York Times News Service

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EL CAIRO – En un discurso televisado, Abdel-Fattá el-Sissi, general convertido en presidente, les advirtió a los egipcios que vivían en un país destrozado, rodeado de enemigos que nunca los dejarían en paz.

“Vean bien su país”, dijo durante el discurso de mayo. “Esto es la semblanza de un estado, y no un estado real”.

Egipto necesitaba ley y orden y fuertes instituciones si es que iba a revertir su espiral descendente y convertirse en “un estado que se respete y sea respetado por el mundo”, dijo.

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Si bien inusual por su franqueza, la evaluación de el-Sissi es compartida ampliamente por los egipcios.

Después de cinco años de agitación política y económica, una sensación de pesadumbre pende sobre el país. Tradicionalmente uno de los líderes del mundo árabe, política y culturalmente, así como hogar de una cuarta parte de su población, Egipto ha vuelto la mirada al interior y se ha marginado políticamente de una manera no vista en generaciones.

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“En el pasado, Nasser estuvo decidiendo paz o guerra”, dijo Nabil Fahmy, ex embajador egipcio ante Estados Unidos, refiriéndose a dos influyentes ex presidentes: Gamal Abdel Nasser, icono panárabe, y Anwar Sadat, quien hizo la paz con Israel. “Los árabes estuvieron corriendo tras nosotros cuando decidimos hacer algo”.

Pero, no más, dijo Fahmy, quien fue ministro del relaciones del exterior en 2013 tras la expulsión militar del primer presidente electo, Mohammed Morsi de la Hermandad Musulmana. “Egipto está abrumado por nuestra situación interna”.

Con inclementes crisis regionales en Irak, Siria y Yemen, y la batalla en contra de Estado Islámico, Egipto es visto como si tuviera un pequeño papel productivo a jugar. Arabia Saudí e Irán, feroces rivales regionales y sectarios, se han apresurado a llenar el vacío, lanzándose a una competencia potencialmente peligrosa por el predominio regional.

Para Egipto es un agudo revés, sin perspectivas inmediatas de reclamar el ex estatus del país.

Desde que hizo la paz con Israel en 1979, Egipto ha servido como el fulcro de la influencia estadounidense en el mundo árabe. Los ejércitos egipcio y estadounidense han cooperado estrechamente a lo largo de varias décadas, y Egipto fue a la guerra en contra de Saddam Hussein al lado de fuerzas estadounidenses, en 1991. El Cairo sirvió largamente como un importante mediador entre Israel y los palestinos (y entre facciones palestinas), aunque empezó a renunciar a ese papel con su apoyo a Israel en contra de Hamás en 2014.

Sin embargo, el retiro de Egipto de cuestiones regionales ha disminuido su valor para Estados Unidos, que ha suministrado más de 76,000 millones de dólares en ayuda exterior desde 1948.

“Egipto es visto en Washington principalmente como un problema y no como fuente de soluciones”, dijo Issandr El Amrani, el director de proyecto del norte de África por la organización International Crisis Group. “Si no fuera por la relación militar y la preferencia del Pentágono por tener aspectos tales como acceso rápido a través del canal de Suez, es claro que existen elementos de la administración Obama a quienes no les interesa mucho Sissi y su régimen y su patrón interno de represión y abusos a los derechos humanos”.

La influencia de Egipto fue largamente el producto tanto de su poderío militar como militar. Era una faro de unidad árabe luego que la ola de colonialismo europeo decayera en el siglo XX, contribuyendo a levantar a sus vecinos y fundando la Liga Árabe, esfuerzo pionero por la cooperación regional que, actualmente, rara vez es efectiva. Sus escritores, artistas y cineastas se volvieron icónicos en la región. Sus jueces y clérigos decidían cuestiones de importancia sobre derecho islámico.

Amr Musa, ex canciller y jefe de la Liga Árabe que se postuló para presidente en 2012, dijo dudar que hubiera “alguna aventura más en el extranjero”, dados los “grandes problemas que enfrentamos”.

Eso tiene que cambiar, agregó. “El papel de Egipto es una necesidad”, dijo. “Es una necesidad a fin de formar un equilibrio con Irán y con Turquía”. Sin embargo, la única forma de hacer eso, dijo, “es la reforma del mismo Egipto y la reconstrucción de su poder suave”.

Pero, antes de que pueda reconstruir, Egipto tendrá que buscarle solución a una larga lista de problemas. Está en guerra con un afiliado local de Estado Islámico en la península del Sinaí. La economía gira bruscamente de una crisis a la otra, coartada por la caída del turismo.

El número de turistas que llega ha bajado 59.9 por ciento respecto de junio pasado, con base en cifras gubernamentales. Más de la mitad de los hoteles en Sharm el-Sheikh, centro vacacional favorecido en otra época por operadores turísticos y pacificadores por igual, ha cerrado, con base en datos de la federación de turismo.

En parte, Egipto se ha mantenido a flote gracias al apoyo financiero de naciones del golfo Pérsico como Arabia Saudí, que le ha dado a El Cairo más de 25,000 millones de dólares, aunque ese salvavidas ahora es amenazado por la caída de los precios del petróleo. Su alianza con Estados Unidos se ha tensado por desacuerdos en torno a abusos a los derechos humanos bajo el-Sissi y la remoción de Morsi.

Fahmy, el ex embajador, dijo que consideraba haber apaciguado inquietudes occidentales en torno a la remoción de Morsi, presentándolo como “defendiendo la revolución”, fue uno de los éxitos del país en política exterior. La relación de Egipto con Israel también es fuerte. Sin embargo, ha hecho poco por responder a la creciente lista de crisis regionales.

“Al nivel de la dirigencia, Egipto sencillamente no tiene el ancho de banda o el lujo de concentrarse en asuntos regionales”, dijo Amrani. Oficiales de alto rango están más concentrados en amenazas inmediatas, como ilegalidad en la vecina Libia y la construcción de una presa del Nilo en Etiopía.

En retrospectiva, agregó Amrani, Egipto pudiera haber desempeñado una participación desmedida en años pasados, conforme sus cercanos nexos con Estados Unidos “impulsaron su participación más allá de su peso real”.

Si bien Washington tiene por lo general bajas expectativas de Egipto en crisis regionales, efectivamente cree que El Cairo puede ser influyente en la vecina Libia, donde la administración de el-Sissi quiere que surja un estado no-islamista del panorama político, caótico y fragmentado. Además, valora la capacidad de Egipto de permitir que barcos y aviones estadounidenses pasen rápidamente a través del canal de Suez o espacio aéreo de Egipto.

Moussa dijo creer que el futuro de Egipto pudiera yacer en una relación cada vez más cercana con Arabia Saudí, que, pese a crecientes presiones presupuestarias, se ha convertido en el benefactor financiero del país tras haber decidido que “Egipto tendrá que ser salvado”, dijo.

Con un vacío de liderazgo en una región caótica, dijo Moussa, Egipto y Arabia Saudí pudieran ser capaces de impedir que un país no-árabe como Irán, Turquía o Israel dé las órdenes.

“Yo no creo que después de – no quiero decir el retiro de Egipto -, pero el papel de Egipto no fue heredado”, dijo. “No hay un solo país que haya surgido para decir, ‘Yo puedo encabezar esta región'”.

Liam Stack
© The New York Times 2016