Tropas que limpiaron islas radioactivas no pueden recibir atención médica

RICHLAND, Washington ⎯ Cuando Tim Snider llegó al Atolón Enewetak en el océano Pacífico para limpiar los restos de las pruebas nucleares en el aro de islas de coral, oficiales del Ejército le ordenaron ponerse un respirador y un traje amarillo brillante diseñado para protegerlo contra el envenenamiento por plutonio.

Una cuadrilla fílmica militar tomó fotos y filmó películas de Snider, un técnico de radiación de la Fuerza Aérea de 20 años de edad, vestido con el nuevo equipo de seguridad. Luego le ordenaron devolver todo el equipo. Pasó el resto de su periodo de cuatro meses en las islas usando solo pantalones recortados y un sombrero flexible para el sol.

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“Nunca vi uno de esos trajes de nuevo”, dijo Snider, ahora de 58 años de edad, en su cocina aquí mientras sostenía una imagen de la sesión fotográfica de 1979. “Fue solo propaganda”.

Hoy, Snider tiene tumores en las costillas, la columna vertebral y el cráneo; los cuales piensa resultaron de su trabajo en la cuadrilla, en la limpieza nuclear más grande jamás emprendida por las fuerzas militares estadounidenses.

Aproximadamente 4,000 tropas ayudaron a limpiar el atolón entre 1977 y 1980. Como Snider, la mayoría ni siquiera usó camisas, ya no digamos respiradores. Cientos dicen que ahora están plagados por problemas de salud, incluidos osteoporosis, cáncer y defectos de nacimiento en sus hijos. Muchos están muertos.

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Las fuerzas militares dicen que no han conexión entre estas enfermedades y la limpieza. La exposición a la radiación cayó muy por debajo de los umbrales recomendados, dicen, y las precauciones de seguridad fueron de primera. Así que el gobierno se niega a pagar la atención médica de los veteranos.

El Congreso reconoció hace mucho que las tropas resultaron perjudicadas por la radiación en Enewetak durante las pruebas atómicas originales, que ocurrieron en los años 50, y deberían ser atendidas e indemnizadas. Sin embargo, no ha hecho lo mismo para los hombres que limpiaron los restos tóxicos 20 años después.

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En una limpieza tras otra, a los veteranos se les ha negado atención porque el monitoreo de la radiación torpe o intencionalmente falso fue posteriormente usado como prueba de que no hubo exposición a la radiación.

Durante dos años, los veteranos de Enewetak han estado tratando de conseguir beneficios médicos del Congreso a través de una propuesta Ley de Paridad de Atención Médica para Veteranos Atómicos. Algunos legisladores esperan presentar el proyecto de ley este año, pero su destino es incierto. Ahora, muchos de los hombres se preguntan cuánto tiempo más pueden esperar.

Vincular cualquier enfermedad con la exposición a la radiación es casi imposible; nunca ha habido un estudio formal de la salud de las cuadrillas de limpieza de Enewetak. Los militares recolectaron frotis nasales y muestras de orina durante la limpieza para medir cuánto plutonio estaban absorbiendo las tropas, pero en respuesta a una solicitud de la Ley de Libertad de Información, dijeron que no pudieron encontrar los registros.

Un recuento de 431 de los veteranos hecho por un miembro del grupo demuestra que de los que se alojaron en la isla más al sur, donde la radiación era baja, solo 2 por ciento reportó tener cáncer. De quienes trabajaron en las islas más contaminadas al norte, 20 por ciento reportó cáncer. Un 34 por ciento adicional de las islas contaminadas reportó otros problemas de salud que pudieran estar relacionados con la radiación, como osteoporosis, infertilidad y problemas de tiroides.

Entre 1948 y 1958, 43 estallidos atómicos sacudieron al diminuto atolón.

Cuatro islas se evaporaron; solo permanecieron cráteres radioactivos en el océano. Los residentes habían sido evacuados. Nadie pensó que regresaría alguna vez.

A principios de los años 70, los isleños de Enewetak amenazaron con acción legal si no les devolvían su hogar. En 1972, el gobierno de Estados Unidos aceptó regresar el atolón y prometió limpiarlo primero.

El mayor problema, según los reportes, era la isla Runit, un banco de arena de 30 hectáreas sacudido por 11 pruebas nucleares en 1958. El extremo norte quedó convertido en un cráter de 91 metros de ancho que documentos de la época describen como “un problema especial” debido a “la alta contaminación bajo la superficie”.

La isla quedó cubierta con un fino polvo de plutonio, que puede causar cáncer años después.

Los militares pusieron en cuarentena a Runit. Científicos del gobierno coincidieron en que otras islas podrían ser hechas habitables, pero Runit muy probablemente siempre sería demasiado tóxica, muestran memorandos.

Así que los funcionarios federales decidieron recolectar los restos radioactivos en las otras islas y depositarlos en el cráter de Runit, luego taparlo con un domo de concreto.

El gobierno pretendía usar a contratistas privados y estimó que la limpieza costaría 40 millones de dólares, muestran los documentos. Pero el Congreso solo aprobó la mitad del dinero. Ordenó que “se deberían hacer todas las economías razonables” usando tropas para realizar el trabajo.

Los planificadores pretendían usar trajes protectores, respiradores y rociadores para mantener aplacado el polvo. Pero sin financiamiento adecuado, las simples precauciones se eliminaron.

Paul Laird fue uno de los primeros efectivos militares en llegar para la limpieza, en 1977. Entonces, con 20 años de edad y era conductor de una excavadora, empezó a raspar el mantillo que los registros muestran contenía plutonio. No le dieron equipo de seguridad. “Ese polvo era como talco para bebé. Estábamos cubiertos de él”, dijo Laird, ahora de 60 años. “Pero no podíamos conseguir ni siquiera una mascarilla de papel. Rogaba porque me dieran una todos los días. Mi teniente dijo que las mascarillas estaban retrasadas así que mejor usara una playera”.

Abandonó el Ejército en 1978 y se mudó a Maine. Cuando cumplió 52 años, se encontró un bulto que resultó ser cáncer de riñón. Un examen mostró que también tenía cáncer de vejiga. Unos años después, desarrolló una forma diferente de cáncer de vejiga.

Su seguro de salud privado cubrió el tratamiento, pero los copagos lo dejaron profundamente endeudado. Solicitó la atención médica gratuita para radiación de los veteranos, pero se la negaron. Todos sus registros de las fuerzas militares decían que no había estado expuesto.

Cuando la limpieza continuó, funcionarios federales trataron de instituir medidas de seguridad. Los trajes para radiación llegaron en 1978, pero, en entrevistas, veteranos dijeron que los trajes eran demasiado incómodos para usarlos bajo el sol, y los militares les dijeron que era seguro estar sin ellos.

Los militares trataron de monitorear la inhalación de plutonio usando analizadores de aire. Pero se descompusieron. Según un memorando del Departamento de Energía, en 1978, solo un tercio de los analizadores estaba funcionando.

A todas las tropas se les entregó un pequeño dosímetro para medir la exposición a la radiación, pero los memorandos del gobierno señalan que las condiciones de humedad destruía la película que contenían. Las tasas de fracaso a menudo llegaban al 100 por ciento.

Cada noche, técnicos de la Fuerza Aérea revisaban a los trabajadores en busca de partículas de plutonio antes de que salieran de Runit. Los hombres dijeron que docenas de trabajadores cada día daban positivo para niveles peligrosos de radiación.

“En ocasiones, teníamos lecturas que eran totalmente rojas”, dijo un técnico, David Roach, de 57 años de edad, quien ahora vive en Rockland, Maine.

Ninguna de esas altas lecturas fue registrada en los historiales, dijo Roach, quien desde entonces ha tenido varias apoplejías.

En 1988, el Congreso aprobó una ley que ofrece atención médica a todas las tropas involucradas en las pruebas atómicas originales. Pero la ley cubre a los veteranos solo hasta 1958, cuando se suspendieron las pruebas atómicas, excluyendo a las cuadrillas de limpieza de Enewetak.

Si contratistas civiles hubieran hecho la limpieza y posteriormente hubieran descubierto documentos desclasificados que muestran que el gobierno no siguió su propio plan de seguridad, podían demandar judicialmente por negligencia. Los veteranos no tienen ese derecho. Un fallo de la Suprema Corte de 1950 prohíbe que las tropas y sus familias demanden por lesiones surgidas del servicio militar.

La única vía de los veteranos para conseguir ayuda es solicitar individualmente al Departamento de Asuntos de Veteranos atención médica gratuita y pagos por discapacidad. Pero el departamento basa sus decisiones en los antiguos historiales militares ⎯ incluido el defectuoso muestreo del aire y los datos de los dosímetros de radiación ⎯ que muestran que nadie resultó dañado. Casi siempre niega la cobertura.

“Muchos hombres ya no pueden sobrevivir financieramente”, dijo Jeff Dean, de 60 años de edad, quien piloteaba barcos cargados con tierra contaminada.

Dean desarrolló cáncer a los 43 años, luego de nuevo dos años después. Tuvo que renunciar a su trabajo como carpintero ya que los huesos de su columna se deterioraron. Las cuentas médicas sin pagar lo dejaron endeudado por 100,000 dólares.

“Nadie parece querer admitir nada”, dijo Dean. “No sé cuánto tiempo más podemos esperar, todo el tiempo mueren compañeros”.

Dave Philipps
© 2017 New York Times News Service