Una dura llamada de atención para una euro estadounidense

Frncesca Barber es directora de personal del vicepresidente de videos de The New York Times.

(Diario de la “brexit”)

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Soy británica. Soy europea. Soy estadounidense. Soy esa hija trasnacional que aparece a menudo en las noticias estos días.

Nací en Washington a finales de los 1980, crecí en Bruselas, me mudé a Londres y luego regresé a Estados Unidos, donde viví en la Ciudad de Nueva York; en Providence, Rhode Island, y en San Francisco.

Mis padres son ingleses. Mi primer idioma fue el francés. Fui a una escuela belga y a la Escuela Europea en Bruselas, donde mis compañeros de clase, casi siempre, hablaban tres idiomas por lo menos.

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Mi infancia estuvo definida por interminables viajes en coche por toda Europa. Y, como adulta, he gozado de los beneficios de oportunidades baratas en aerolíneas europeas de bajo costo. La mayoría de mis amigos han asistido a escuelas y trabajado en por lo menos dos países europeos. Yo soy parte de la generación Erasmus. Mis amigos y mis raíces están por todas partes; y es solo ahora que me doy cuenta de qué tanto di por hecho eso.

El resultado impactante del referendo británico _ un voto para salirse de la Unión Europea _ ha cuestionado la base misma de mi comprensión de quién soy y cuál es mi lugar en el mundo. Me siento desanimada y desconectada de mi hogar europeo. Ahora estoy tratando de encontrarle sentido a lo que sucedió y de comprender la motivación de las más de 17 millones de personas que votaron por cerrar la puerta y darle la espalda a todo lo que yo pensé que representaba la Unión.

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A juzgar por la reacción de mis amigos en los medios sociales, no soy la única.

El voto por la “brexit” el 23 de junio fue el acontecimiento geopolítico más serio para Europa desde la caída del muro de Berlín. Sin embargo, perdido en toda la geopolítica está otro mensaje importante: fue un voto rotundo en contra de la globalización de un país que ha sido, de tiempo atrás, un orgulloso campeón de ella. Durante años, Londres, uno de los epicentros del multiculturalismo y del capitalismo mundial, ha estado atrayendo a los mejores y más brillantes jóvenes adultos de todo el mundo.

Sin embargo, este voto también fue un rechazo por parte de mis compatriotas, de la generación de mis padres hacia la mía, de todo lo que yo quería de Europa, Gran Bretaña y mi propia infancia: la sensación de que nuestras diferencias eran menos importantes que las experiencias que compartíamos. Podíamos viajar por todo un continente viejo y sofisticado, tener acceso a empleos en otros 27 países y hacer amigos por todas partes.

Fue un resultado triste, pero revelador, que me ha enseñado algunas lecciones importantes.

La primera es que ha servido como una llamada de atención para la juventud británica. La democracia se trata de los derechos y las responsabilidades. Sin embargo, mi generación no asistió a votar. Solo 36 por ciento del electorado entre los 18 y los 24 años, y 58 por ciento entre los 25 y los 34 años fueron a las casillas electorales, en comparación con mas de 80 por ciento de los electores de 55 años y más. Si queremos que nuestro mundo refleje nuestros valores y creencias, vamos a tener que participar y votar.

La segunda es que fue un recordatorio de que vivimos en una zona en la que las campañas políticas propagan desinformación, con frecuencia mediante las noticias y los medios sociales. Durante toda la campaña por el referendo, los que estaban por salirse fueron alarmistas, en particular sobre la inmigración e hicieron falsas promesas sobre beneficios financieros imprevistos.

Prometieron que la decisión de abandonar a la Unión Europea le permitiría a Gran Bretaña reducir rápidamente la inmigración de otras partes de Europa. Los beneficios imprevistos de unos 350 millones de libras a la semana, o alrededor de 462 millones de dólares, en contribuciones británicas al bloque se podrían redirigirse al Servicio Nacional de Salud. No obstante, horas después de su victoria, esos partidarios de salirse ya se estaban retractando de esas afirmaciones.

¿Cómo, me pregunto, es que tantas personas creyeron esas promesas y por qué no hubo más empuje por parte de mi generación? ¿Dónde estaba la generación Y?

Mi tercera lección y la más importante: los beneficios de la globalización no son universales y, aun si son positivos, no se entienden bien. Esto fue, en su esencia, una falla de comunicación. Para los bien instruidos y privilegiados, la membresía en la Unión Europea ha sido un beneficio. Sin embargo, para otros, la globalización ha sido muy diferente. En ciertas comunidades británicas, hay una sensación de que la inmigración del centro y el este de Europa ha hecho que bajen los salarios y ha tensado los servicios públicos. Sin embargo, se entiende poco en esas comunidades que el dinero de la Unión Europea ha traído, en muchos casos, empleos, como los de la fábrica de Nissan en Sunderland.

Las democracias pueden sobrevivir, y prosperar, cuando se conectan las comunidades. Tiene que haber un sentido colectivo de que estamos esto juntos. Es claro que esto se ha erosionado en Gran Bretaña y por toda Europa. Sin embargo, con este voto, todos tenemos algo que perder. Le fallamos a nuestra familia europea. Le cerramos la puerta a las oportunidades.

Yo quiero que las generaciones futuras tengan las mismas oportunidades que yo tuve. Que gocen la riqueza de culturas diversas e integradas. Que forjen amistades allende las fronteras. Este voto ha sido, para mí, un llamado a la acción. Ha sido una valiosa lección para reconocer que necesito participar, comunicarme y conectarme con otros, tal como lo hicieron mis padres y mis abuelos.

Francesca Barber
© 2016 New York Times News Service