Una estrella que puede parecer un secreto

MÚNICH ⎯ La alegría del aria de entrada de Elisabeth en “Tannhäuser” de Wagner da paso a una línea de tristeza cuando recuerda la partida de su amado. La interpretación de la soprano Anja Harteros del papel en la Bayerische Staatsoper hace de ese momento efímero toda una anatomía de la melancolía.

Su voz repentinamente se vuelve gris y vaga, sin perder su esencia acerada. Hundiéndose en sus profundidades, su textura es como el terciopelo avejentado. Se transforma ante nuestros ojos de una muchacha alegre en una mujer que se asoma al corazón de la aflicción. El director Christian Thielemann lo expresó sencillamente: “La voz es una de las más hermosas que haya existido jamás”.

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En las grandes óperas de Verdi, Puccini, Strauss y Wagner, Harteros es tan buena ⎯ tan poderosa aunque lírica en su cantar, tan sensible en su actuación ⎯ como cualquiera en el mundo. Nikolaus Bachler, el director de la Staatsoper, la llamó “una de las principales cantantes de nuestro tiempo”.

“Siempre la comparo con un río, en su claridad y su pureza”, dijo Bachler en una entrevista. “Pero puede crecer, como pueden crecer los ríos, en un segundo; y volver, en un segundo, a una belleza serena y resplandeciente”.

¿Por qué, entonces, sus apariciones fuera de un pequeño círculo de teatros en y cerca de Alemania han sido tan limitadas en la última década? ¿Por qué ha desarrollado una fama por sus cancelaciones? ¿Por qué no ha actuado desde 2008 en el Metropolitan Opera, donde tuvo presentaciones aclamadas durante varias temporadas?

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“Le he dicho esto: Yo cambiaría la agenda para hacerlo posible, incluso si avisara con poca anticipación”, dijo Peter Gelb, el gerente general del Met. “Porque pienso que sería un evento artístico grandioso tenerla de vuelta en el escenario del Met”.

Al hablar en mayo durante el almuerzo en un restaurante aquí, Harteros, de 44 años de edad, rechazó cortés pero firmemente ciertas preguntas sobre su vida personal.

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“Son razones privadas”, dijo, “por las que no quiero viajar tanto, a tanta distancia de casa”.

Pero las entrevistas con colaboradores pasados y actuales señalan una razón importante para las limitaciones inusuales de su carrera deslumbrante: su esposo, quien también es su mentor artístico, ha estado enfermo por algún tiempo, así que ella no está dispuesta a aventurarse lejos de donde viven, en las afueras de Colonia, Alemania.

Este compromiso con su familia le ha hecho ganar a Harteros la admiración de muchos en el mundo de la ópera, aun cuando lamentan las actuaciones que ellos y sus públicos se están perdiendo.

“Es una persona muy responsable, y tiene una responsabilidad: fin de la historia”, dijo Antonio Pappano, el director musical de la Real Ópera de Londres. “No me hace sentir maravilloso. Pero así son las cosas”.

Thielemann, uno de los principales directores de Strauss y Wagner del mundo, expresó sentimientos similares: “Si se tiene a alguien en casa a quien se quiere cuidar, y es necesario hacerlo”, dijo, “es más que lógico que lo hagas”.

Sus restricciones de viaje, junto con su falta de una colección grande de grabaciones ⎯ un contrato con Sony fracasó hace unos años ⎯, han hecho de Harteros quizá la cantante importante más elusiva del mundo, una estrella que puede parecer un secreto.

Nacida en 1972 cerca de Colonia, la segunda de tres hijos de un padre griego y una madre alemana, Harteros creció tocando el violín. Pero, desde el principio, fue alentada a explorar su voz. Cantó en el papel de Zerlina en una producción escolar de “Don Giovanni” cuando tenía solo 13 años de edad, y aunque cometió un error ⎯ la actuación incluso tuvo que ser detenida brevemente ⎯ estuvo inefablemente bien.

“Sentí que aun cuando fallara”, dijo, “no era como tocar el violín frente a una audiencia. Fue una sensación de libertad”.

Entró en el conservatorio en Colonia y siendo veinteañera se unió al ensamble del teatro en la cercana Gelsenkirchen, antes de mudarse a una casa más grande en Bonn. En 1999, aunque no le gustaban mucho los forzados concursos de arias, entró en la competencia BBC Cardiff Singer of the World y consiguió un sorpresivo triunfo.

“Era una artista que no llegó a la competencia con una especie de alboroto a su alrededor”, dijo Anthony Freud, uno de los jurados ese año y ahora el director general de la Lyric Opera de Chicago.

Una joven soprano lírica, Harteros se concentraba en ese momento en Mozart y las obras más ligeras de Verdi; una de las cosas que cantó en la ronda final en Cardiff fue la famosa “Sempre libera” de “La Traviata”, con su coloratura desenfadada. Su voz fue plena y cremosa, pero no dio paso a las profundidades dramáticas en que estaría descendiendo una o dos décadas después.

“No puedo decir honestamente que haya estado sentado ahí diciendo: ‘Esta joven va a convertirse en una grandiosa Elsa, o Leonora o Elisabetta di Valois”, recordó Freud, refiriéndose a algunos de los papeles con más peso de Wagner y Verdi en los cuales Harteros ha triunfado recientemente.

Ganar la competencia de Cardiff “fue como un pasaporte” que le abrió las puertas de su carrera internacional, dijo Harteros. Rara vez titubeó en esos primeros años en que viajó de San Diego a Nueva York, de Tokio a Viena. (“Su canto fue hermosamente fresco, de tonos claros y cuerpo completo”, escribió Anthony Tommasini en The New York Times sobre un “Don Giovanni” en el Met en 2004.)

Un punto de inflexión, cuando se pudiera decir que pasó de soprano de la casa a estrella de la casa, se dio en 2009, cuando apareció junto al electrizante tenor Jonas Kaufmann en una nueva producción de “Lohengrin” de Wagner. (“Un momento hollywoodense”, según lo expresó Bachler.) Fue parte del cuidadoso giro de Harteros de las heroínas ligeras y ágiles de Mozart a la Sieglinde de Wagner, la Tosca de Puccini y la Aída de Verdi.

“Es principalmente una voz lírica que lentamente está cobrando poder y tiene potencial para papeles cada vez más dramáticos”, dijo Pappano, quien la reclutó, junto con Kaufmann, en una evocadora grabación reciente de “Aída”.

Donald Runnicles, el director musical de la Deutsche Oper en Berlín, llamó a su adopción de este repertorio “una puerta que se puede cruzar de manera extasiada, ¿pero se puede regresar? El cantante puede ser encasillado o aceptar papeles que sean demasiado grandes para él. Y puede no encontrar la forma de regresar. Pienso que esa es la razón de que Anja sea prudente”.

Sus actuaciones de estos personajes majestuosos son memorables debido a la pasión que se estremece debajo de su porte sereno y regio. Sus grandes ojos azules están llenos de lo que el director de escena Christof Loy llamó en una entrevista “algo frágil siempre”.

Al cantar “Tu che le vanità”, el aria climática de Elisabetta cerca del fin de “Don Carlo” de Verdi, Harteros produce un drama sensacional al equilibrar el control casi marcial con un trasfondo de libertad rítmica, y sus pianissimos parecen retener desbordamientos de forte.

“Desde el exterior hay pureza”, dijo Bachler. “Pero en el interior, se puede sentir el volcán, y el fuego que no vive, realmente, o deja salir, realmente. Y esto hace tan rica a la personalidad”.

El interrogante, por supuesto, es cuán ampliamente podrá Harteros extenderse en el tiempo que ha estado apartada, dadas sus circunstancias personales. Recordó una rara visita a Londres, para “Otello” de Verdi en 2012, un periodo al que llamó “quizá el momento más difícil o el segundo momento más difícil de mi vida”.

“Salí al escenario e interpreté a Desdémona”, dijo. “Y la sensación que tuve cuando canté ‘Ave María’ fue muy especial. Lo puso en la música, y algo realmente especial sucedió con la audiencia. No quiero vivir eso de nuevo, pero me hace fuerte, saber que en los momentos difíciles se pueden alcanzar puntos muy elevados”.

El mundo de la ópera, por su parte, parece haber aceptado tácitamente ser paciente.

“No he perdido la esperanza, y creo que volverá al Met”, dijo Gelb. “Para ella, yo lo haría posible”.

Zachary Woolfe
© 2017 New York Times News Service