Una lección de la ‘’BREXIT’’: en cuanto la inmigración, los sentimientos superan a los hechos

WASHINGTON _ Los efectos económicos secundarios por la votación británica para salirse de la Unión Europea fueron rápidos y rigurosos. La libra se desplomó a su nivel más bajo en tres décadas. Cuando abrió la bolsa de valores de Londres a la mañana siguiente, su principal índice accionario cayó inmediatamente en más de ocho por ciento, la mayor caída en un solo día desde la crisis financiero del 2008.

Se acerca bastante a lo que habían pronosticado los analistas financieros. Y está claro, a partir de los datos de las encuestas y de entrevistas con votantes que se les había advertido muy bien de los riesgos económicos a quienes votaron por la “brexit”. Simplemente, les importó mucho más otra cosa: la inmigración.

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Con la mayor parte de la investigación, se ha encontrado que la inmigración ha reforzado a la economía británica. Sin embargo, los votantes que apoyaron a la campaña para salirse no los convenció la evidencia, pensaron que no los había beneficiado u opinaron que los aspectos negativos pesaban más que los positivos.

La “brexit” no es solo un golpe a la economía británica, sino que también golpea un supuesto central detrás del orden liberal moderno: que los votantes actuarán según sus propios intereses.

El progreso de los últimos 50 años, en particular en Europa, ha facilitado convencerse de la idea de que las fuerzas del nacionalismo, la xenofobia y los prejuicios son meras irracionalidades, distorsiones del mercado que se disiparan naturalmente en el largo arco de la historia.

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El voto de la semana pasada resaltó _ no por primera vez y con claridad insólita _ el agujero en esa teoría. Para muchas personas, la identidad supera a la economía. Pagarán un alto precio (literalmente, en este caso) para preservar un orden social que los hace sentir seguros y poderosos.

Esa dinámica no se limita a Gran Bretaña, ni a este referendo. Se está desarrollando en las democracias de todo el mundo, y la inmigración se ha convertido en su punto focal.

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Muchos ciudadanos, en particular quienes han sufrido bajo las presiones económicas de la globalización, expresan su ansiedad por estos cambios, concentrándose en otra forma de cambio: los extranjeros que hay en su seno. Detener la inmigración, aun si el efecto real es el de empeorar su propia situación económica, parece una forma de mantener a raya esos cambios mayores.

Los gobiernos democráticos han mostrado una y otra vez que no tienen la respuesta a esta ansiedad, aun mientras sigue aumentando lo que está en juego en Europa y mundialmente.

_ Los hechos no pueden competir con los sentimientos

El economista Michael Clemens ha llamado a la inmigración “una factura de billones de dólares que está en la acera”: un incremento tremendo en la riqueza a la espera de que lo aproveche cualquier país que sea atractivo para los inmigrantes y que esté dispuesto a recibirlos. Flexibilizar las restricciones a la afluencia mundial de la fuerza de trabajo, argumenta, ofrecería un mayor refuerzo a las economías mundiales de lo que lo haría el abandonarlas todas en el comercio y el capital.

Sin embargo, la evidencia no vota; lo hacen las personas. Y resulta, con frecuencia, que los logros de la inmigración se sienten esquivos, mientras que los costos se pueden percibir más pesados de lo que realmente son.

En una encuesta de opinión dada a conocer el 20 de junio por Ipsos/MORI, se muestra que 47 por ciento de los votantes que planeaba apoyar la “brexit” dijo que la inmigración había sido mala para la economía británica. No importó que un estudio del Instituto Nacional de Investigación Económica y Social de Gran Bretaña encontrara que la inmigración había incrementado el producto interno bruto del país y había hecho que bajara el costo de servicios gubernamentales, como la atención de la salud y las pensiones, lo cual, a su vez, ayudó a reducir los impuestos.

Sin lugar a dudas que solo porque la inmigración es un positivo neto para el país en su conjunto, ello no significa que beneficie a todas las personas. El desglose geográfico del voto del jueves mostró que las regiones donde le fue mejor a la campaña por la salida fueron zonas que tienden a tener pocos inmigrantes, pero, también, salarios más bajos, según un análisis realizado por Torsten Bell, el director de la Fundación Resolución, un centro británico de estudios.

Esto indica que la ansiedad económica podría expresarse como un sentimiento contra la inmigración, incluso por los británicos que no han perdido el empleo en beneficio de los extranjeros.

“Tiendes a ver un sentimiento contra los inmigrantes en zonas golpeadas por las cambiantes circunstancias económicas o por las crisis mundiales”, notó Alexandra Cirone, una investigadora en la London School of Economics. “Enmarcar este problema de la globalización como inmigración, también puede jalar algunas fibras sensibles de los votantes potenciales, sin que importen los hechos reales”.

_ Cómo se borran las presiones económicas y el cambio demográfico

¿Por qué las personas desquitan su ansiedad económica en extranjeros sin rostro? La respuesta correcta, probablemente, sea la más simple: los inmigrantes sí cambian a sus nuevos países en un millón de formas, muy reducidas pero notorias, aun si es posible que conseguir empleos locales no sea una de ellas. No obstante, esos cambios pueden ser perturbadores, aun cuando muchos de ellos sean, innegablemente, positivos.

Para las personas que ya están desestabilizadas por la tensión económica, esos cambios sociales contribuyen a un sentimiento de que algo precioso se está perdiendo, que su país le está dando la espalda a esas cosas que ellos valoran y van hacia un futuro nuevo y desconocido.

La campaña por salirse hablaba de esas ansiedades al argüir que la inmigración (que no sería de blancos, según implicaba a veces) había llevado a Gran Bretaña al “punto de quiebre”. Los tabloides británicos cubrían los crímenes que cometían quienes buscaban asilo con detalles escabrosos y advertían que los refugiados eran “un enjambre” que podría “saturar” al país.

No se puede decir que ese fenómeno se limite a Gran Bretaña. En Estados Unidos, la inmigración neta de México ha sido de cero desde el 2010, pero los votantes en las elecciones internas republicanas siguieron vitoreando la promesa de Donald Trump de construir un muro en la frontera sur como si eso resolviera lo que los estuviera inquietando.

_ Cuando la respuesta negativa contra los inmigrantes se expresa en las casillas

La respuesta negativa con los inmigrante puede evolucionar de varias formas. Ellos pueden ser víctimas de ataques xenófobos y estar en peligro por el limbo legal. Sin embargo, las consecuencias también pueden ser mucho más generales.

Claro que el “brexit” ha mostrado que pueden haber graves riesgos económicos. Sin embargo, también existen los riesgos políticos. En Hungría, por ejemplo, el sentimiento contra los inmigrantes ha mantenido la popularidad del presidente Viktor Orban, así como la del partido Jobbik, de extrema derecha. Se ha criticado a Orban por las restricciones a la libertad de prensa y la independencia del poder judicial.

En Grecia, una plataforma de abierta hostilidad hacia los extranjeros y lemas como: “Grecia es de los griegos” han hecho que el neofascista Amanecer Dorado sea el tercer partido más grande en el Parlamento. Obtuvo medio millón de votos en las elecciones de septiembre del 2015, aun cuando en ese momento se estaba enjuiciando por asesinato a sus dirigentes más prominentes.

Un cuerpo relativamente nuevo de investigación en ciencias sociales describe a un grupo de “autoritarios”, dispersos en distintos grupos demográficos, pero que desean conformidad, orden y normas sociales. Se los puede “activar” como los expresan los académicos, cuando se sienten amenazados por el cambio social, y entonces buscarán políticas duras y punitivas, dirigidas contra los fuereños, y restaurar el “statu quo”.

Jonathan Haidt, un psicólogo social y profesor en la Escuela Stern de Negocios de la Universidad de Nueva York, lo expresó así: “Es como si se presionara un botón en su frente que dice ‘En caso de amenaza moral, cierre las fronteras, saque a patadas a quienes son diferentes y castigue a quienes son moralmente pervertidos’”.

La globalización no va a desaparecer, ni tampoco los cambios que conlleva, incluido el aumento en la migración y la división de sociedades en ganadores y perdedores económicos. La agitación generada por la “brexit” puede, en sí misma, convertirse en fuente de más cambio, más tención, más inestabilidad.

Amanda Taub
© 2016 New York Times News Service