“Unidos podemos sacar a Peña”, confía el ayunante de Catedral

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- “No tengo ni un pelo de loco, ni un pelo de tonto; lo único que tengo es mucha fe en nosotros”, dice Marco Castellanos, sentado frente a las rejas de la Catedral del Zócalo capitalino, con las manos atadas por una larga cadena plateada, y añade: “veo muy alejado que Peña Nieto renuncie porque estoy aquí sentado”.

El hombre de 32 años, fabricante de vestidos para niñas, cumplió hoy cuatro días en huelga de hambre. Está convencido de que al pueblo mexicano le hace falta unirse para conseguir la renuncia del presidente y de su gabinete. Afirma que se siente “muy fuerte, como si acabara de venir aquí”.

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“Lo que quiero hacer es crear conciencia para que nos unamos. Ya todos unidos vamos a poder sacar a Peña Nieto y a todo su gabinete sin ningún problema. Es algo lógico. Y el gobierno le tiene miedo a esta lógica”, sostiene, con calma.

Luego explica que cree en Dios y que no apoya la violencia ni los saqueos a centros comerciales. “Una pantalla no vale la pena de ser oprimidos por este gobierno”, dice.

Y plantea: “no soy una persona reconocida ni de verdad me interesa. Pero sé que con este acto puedo llegar al corazón de los mexicanos. Sé que los mexicanos somos muy sentimentales, tenemos un corazón muy blando”.

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Castellanos está convencido de que logrará su propósito y sólo se nutre con agua y sueros. “Estuve checando en Internet, hay personas que logran hacer esto hasta 60 o 90 días. Espero no llegar a la muerte, porque tengo familia también. Pero pienso llegar hasta los límites”, advierte.

Decenas de paseantes se detienen frente al hombre con barba de cuatro días y gorra negra. Observan las cartulinas colgadas en las rejas detrás de él, sacan fotografías y graban videos y preguntan “¿Estás casado?”. La respuesta es inmediata: “Sí, y tengo dos hijas”.

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Enseguida afirma que el gasolinazo fue un “detonante, pero no la razón de fondo” de su protesta. Incluso, dice que entiende la nivelación de los precios del combustible a los estándares internacionales.

“Pero el gobierno tiene que entender que en los países donde cuesta 35 pesos el litro de gasolina, a la gente le equivale a 15 minutos de trabajo, cuando a los mexicanos les cuesta más de tres horas”, ejemplifica.

A quiénes le preguntan Castellanos explica las razones por las que los mexicanos “no debemos aceptar”. Entre otras: la intolerancia, el racismo, el hambre, la pobreza, la falta de empleos, la violencia y la mentira.

“Estarán de acuerdo conmigo todos los mexicanos que la forma con la que Peña Nieto se disculpó por la Casa Blanca fue aberrante”, dice y deplora: “No sé si piensan que somos tontos. El problema es que nos dicen esto, no les creemos, pero no hacemos nada (…) el gobierno está así porque lo hemos permitido”.

También asegura: “Podemos crear una calidad de vida muy, muy grande. México es un país con toda la materia prima, todo el petróleo, hay gente muy trabajadora, que se esfuerza, de corazón. Cuando entendamos esto haremos que el gobierno trabaje para nosotros”.

“Muchas personas me ven aquí y me dicen ‘Ni tiene necesidad de estar ahí’, o ‘¿Ese güerito qué?’. Piensan que por no tener necesidad uno no debe hacer nada. Y esto está muy mal. De hecho es verdad, no tengo la necesidad de estar aquí, pero tengo el deseo”, justifica.

Castellanos arribó al Zócalo el domingo pasado, después de un mes de acondicionar su cuerpo para una huelga de hambre. Su primera intención era encadenarse al astil de la magna bandera mexicana que flota sobre de la Plaza de la Constitución. Sin embargo, la estructura a medio desmantelar de la pista de hielo, que rodeaba el lábaro, frustró su plan.

Se instaló frente a la Catedral sin más que la cadena entre las manos. Los paseantes se rieron de él. La primera noche fue la “más helada y horrible” de su vida. Le dolían los huesos y la piel. “Pasaban compañeros, personas, indigentes que me decían que me fuera al Metro, que es más caliente”, rememora.

Al verlo sentado, una mujer se acercó a él, platicó y decidió elaborar los carteles que están colgados en las rejas. “Ya saben por qué estoy aquí”, plantea y asevera que ahora “la gente ha estado al pendiente de mí”.

Su cadena no está amarrada. “Es un símbolo al que mucha gente le teme, es el símbolo de que estamos reprimidos, de que el gobierno nos tiene atados, tiene a mucha gente con hambre, mucha gente sin libertad”.