Ver al mundo con un ojo puesto en el propio pasado

En abril, Sheila Albert, de 78 años, una psicoterapeuta ya retirada, de Santa Rosa, California, y su sobrina Terry Pew, quien tiene 60 años, estaban paradas frente a las ruinas de una casa de piedra en Irlanda, donde Albert cree que su bisabuela vivió alguna vez.

“Sentí que había llegado a mi casa”, comentó.

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Albert, cuyos antepasados emigraron a Estados Unidos durante la hambruna de las papas a finales de los 1840, encontró la casa con ayuda de una compañía de genealogía y turismo llamada My Ireland Family Heritage (Mi Herencia Familiar Irlandesa), que arregló un recorrido de dos días. No era la primera vez que ambas mujeres buscaban sus raíces: en el 2014, hicieron un viaje de una semana en coche por Minnesota y Wisconsin, donde recorrieron cementerios en la investigación de su árbol genealógico.

Estados Unidos es un país de inmigrantes y conforme la gente envejece, se interesa en rastrear la herencia de su familia y las tradiciones grupales hasta sus orígenes.

“Los viajes ancestrales son una forma de conectarse con sus progenitores y encontrar la raigambre propia en un mundo complicado y vertiginoso”, escribió en un correo electrónico Dallen J. Timothy, un profesor en la Universidad Estatal de Arizona y editor de “The Journal of Heritage Tourism”. Esta opinión aparece en muchos grupos étnicos.

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Varían las motivaciones de quienes hacen estos viajes, al igual que lo que encuentran. Por lo general, los viajeros combinan esos viajes con otras formas de turismo, pero, en el camino, es posible que logren tener mayor apreciación de los obstáculos que enfrentaron sus antepasados y sentido más profundo de quiénes son y de dónde provienen.

Las historias de hace mucho impulsan el espíritu viajero de algunos. Mientras crecía, Maryann Rosenbaum, hoy de 67 años, maestra de escuela retirada en la zona de Chicago, oía a su abuela contar historias sobre una casa junto a un estanque, donde había nacido su madre en Sydney, Nueva Escocia.

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Encontró la casa en la avenida Richardson hace 20 años con solo seguir la descripción de su abuela.

“Se parece a ser una especie de detective”, señaló Rosenbaum.

Hace menos tiempo, recibió un tesoro de cartas y fotografías de un familiar distante que prendieron de nuevo su curiosidad por su abuelo materno, quien emigró de Escocia a Nueva Escocia y luego a Estados Unidos. En septiembre pasado, ella y su esposo Frank hicieron la reserva para un viaje de 10 días.

Recorrieron Edimburgo, el castillo de Inveraray y la isla de Skye, pero ella estaba particularmente empeñada en visitar Bellshill, una zona industrial a unos 16 kilómetros al sureste de Glasgow, donde vivió su abuelo. (Fue un centro minero hasta principios de los 1950.)

“El guía de la visita temía que me estuviera preparando para una decepción”, contó. No era así. Extrajo similitudes entre Bellshill, Sydney y Gary, Indiana, donde la familia se asentó finalmente a principios de los 1920.

Rosenbaum supo por las cartas que su abuelo, un albañil, jugaba petanca en pasto en competiciones y donó propiedad al ayuntamiento para ese uso. Ya no está la cancha de pasto, pero sí la calle Bowling Green. Su abuelo llegó a ser superintendente en plantas siderúrgicas, dijo ella.

“Las experiencias en los viajes pueden mostrar cómo evolucionó una familia, qué características familiares dependían de la ubicación, por qué una familia optó por emigrar y cómo tomaron la decisión sobre una ocupación”, comentó George G. Morgan, el autor de “How to Do Everything: Genealogy” (McGraw Hill, 2015. Cómo hacer todo. Genealogía).

Sin embargo, no todos los turistas genealógicos van a encontrar la proverbial piedra Rosetta, advirtió. También necesitan establecer expectativas en cuanto a lo que quieren ver y preguntarle al guía: “¿Qué es lo que nos podrás dar?”.

Carl Tiedt, de 74 años, es un fabricante retirado en Springfield, Misuri, cuyo pasatiempo es la guerra civil estadounidense. Es de ascendencia alemana y empezó a buscar sitios genealógicos hace más de dos décadas, tratando de encontrar parientes que hubiesen peleado en la guerra. La investigación en Ancestry.com y otros sitios produjo tres tíos bisabuelos que fueron soldados de la Unión.

No obstante, “nadie registró alguna vez dónde vivió la familia antes de emigrar y por qué vino”, explicó. Sus padres nunca le enseñaron alemán y solo dijeron: “La pasamos muy mal en Estados Unidos hasta de aprender inglés”.

Hace dos años, visitó Alemania con su esposa Bárbara. Su agencia de viajes, European Focus, recomendó a un genealogo que encontró la casa donde vivieron sus tatarabuelos en Bergen, en la Baja Sajonia. El registro de la transferencia de la propiedad indica que es posible que hayan vendido la casa para financiar el pasaje a Estados Unidos. Carl Tiedt todavía no sabe por qué se fueron.

“En genealogía nunca sabes lo que vas a encontrar o si vas a encontrar lo que esperabas encontrar”, explicó Jeanne L. Bloom, la presidenta de la Board for Certification of Genealogists, una organización con sede en Washington, que no participó en la planeación del viaje de Tiedt. “No puedes garantizar resultados”.

También conoció a Ida Mueller, una prima en quinto grado, por el lado materno, ahora con 79 años, y a sus dos hijos que tienen cincuentaitantos años ahora. Pasaron el día juntos y recorrieron la bodega de la familia. Tiedt vio la iglesia donde bautizaron a su abuela. Espera que los primos más jóvenes y sus hijos visiten Estados Unidos el año entrante.

“No quiero perder esta conexión”, notó.

Tiedt estima que el viaje le costó alrededor de 15,000 dólares para dos personas, incluidos transportación, comidas y alojamiento. Gastó 1,500 dólares adicionales para que un genealogo completara unas 40 horas de investigación. Albert comentó que su visita guiada de dos días costó 3,000 dólares por su sobrina y por ella.

Contratar a un genealogo profesional puede ser caro; muchas búsquedas empiezan en línea. MyHeritage.com, una compañía israelí con oficinas en Utah, dijo que hace cinco años tenía 4.6 millones de “baby boomers” entre 58 millones de usuarios. Este año, ese total alcanzó los 9.6 millones de 84 millones de personas. Un paquete básico es gratuito; uno completo, anual, cuesta 175 dólares.

Ancestry.com, con dos millones de miembros en todo el mundo, ofrece membresías mensuales desde 19.99 hasta 49.99 dólares y unas por seis meses que van desde 99 hasta 199 dólares. Familysearch.org, bajo el auspicio de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, es gratuito.

La popularidad de la genealogía bien puede aumentar todavía más. En el 2012, Global Industry Analysts, una compañía de investigación de mercados en San Jose, California, estimó en 2,300 millones de dólares al mercado mundial de productos y servicios genealógicos en el 2014, y que aumentaría a 4,300 millones de dólares en el 2018.

Albert, la psicoterapeuta retirada quiere regresar a Irlanda y ahora está indagando en libros como “The Graves are Walking” (La tumbas están caminando) por John Kelly y “The Princes of Ireland” (Los príncipes de Irlanda) de Edward Rutherfurd.

“Son las historias de mis antepasados”, comentó.

Amy Zipkin
© 2016 New York Times News Service