El viro de Bleecker Street: de tiendas de lujo a tiendas vacantes

NUEVA YORK — Algún día los planificadores urbanos y los ejecutivos de venta al por menor tal vez quieran reunirse con Robert Sietsema. Habiendo vivido en la esquina de las calles Bleecker y Perry durante 27 años, ha atestiguado el ascenso y caída de un distrito de compras de lujo que creció entre entornos laborales en la década de 1990 y que en su estela ha dejado vidrieras vacías.

La calle Bleecker Street, como señaló Sietsema con ironía, se convirtió en “el epicentro de la revolución de las tiendas de diseñador, por lo que muchas de las viejas tiendas en funcionamiento, como bodegas, lavanderías y negocios de videos, fueran reemplazadas por tiendas que vendían camisetas de 400 dólares”.

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Durante su encarnación como parque temático de la moda, Bleecker Street cobijó no menos de seis boutiques Marc Jacobs sobre una franja de cuatro cuadras, incluyendo una tienda de ropa para mujeres, una tienda para caballeros y una Little Marc para ropa cara para niños. Ralph Lauren operó tres tiendas en esta encantadora área frondosa, y Coach tenía tiendas en 370 y 372-374 Bleecker. En varios momentos a estas marcas se les unieron Comptoir des Cotonniers (345 Bleecker St.); Brooks Brothers Black Fleece (351); MM6 by Maison Margiela (363); Juicy Couture (368); Mulberry (387), y Lulu Guinness (394).

Actualmente, cada una de estas tiendas de ropa y accesorios ha cerrado.

Efectivamente, durante el último año Sietsema (crítico sénior de Eater NY) ha visto con cierto “schadenfreude” pero con mayor alarma cómo su vecindario ha sufrido aun otra transformación de afamado corredor de venta al por menor con alquileres comerciales y exclusividad que rivalizaban con Rodeo Drive, de Beverly Hills, California, a una calle que “se parece a una ciudad del Rusty Belt”, con todas estas vidrieras vacías, como le dijo reciente a Sietsema un amigo.

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En el corazón del ex paraíso de compras (la franja de cinco cuadras que se extiende desde Christopher Street hasta Bank Street), más de una decena de espacios de alquiler están vacíos. Donde bolsos texturizados de piel y bufandas de cachemira alguna vez sedujeron a la gente que pasaba, las ventanas ahora están tapadas con papel de construcción color café, con letreros de “Se Alquila” e instrucciones de “Por favor visítenos en nuestras otras ubicaciones”.

“Hay grafiti; basura adentro”, dice Sietsema. “Es horrible”, destaca.

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Del mini imperio de Marc Jacobs en Bleecker Street, la única sobreviviente es Bookmarc, en 400 Bleecker, que vende libros de arte junto con artículos como fundas de 80 dólares para teléfonos celulares. Solía ser la casa de Biography Bookshop, donde los amantes de los libros se amontonaban mientras agarraban ejemplares de James Boswell o Robert Caro entre estantes atiborrados.

Si muchas de las tiendas de lujo de la calle Bleecker no prosperaron como negocio, “sí tuvieron éxito en transformar el área en un vecindario de venta al por menor de artículos de lujo que se alimenta solo”, dice Jeremiah Moss, quien desde 2007 ha seguido el siempre cambiante paisaje callejero de la ciudad en su blog Jeremiah’s Vanishing New York.

Bleecker Street, señala Moss, es un ejemplo de primera de la plaga de los alquileres altos, un síntoma del aburguesamiento de etapa tardía. “Estas tiendas abren como vallas publicitarias de marca”, destaca. “Después se van porque los alquileres se vuelven insostenibles. Los propietarios se resisten. Y lo que queda son vidrieras que estarán vacantes uno, dos, tres años”, explica.

La forma en que Bleecker pasó de ser una calle de Greenwich Village por excelencia, con tiendas como Condomania y Rebel Rebel Records, a un destino para gente del 1 por ciento con tarjetas de crédito negras y luego a su iteración actual como paisaje de moda arruinado es una historia clásica de Nueva York.

Y comenzó con magdalenas gourmet.

La panadería Magnolia Bakery, ubicada en 401 Bleecker, apareció el 9 de julio de 2000 en la tercera temporada de “Sex and the City”. Los 30 segundos de Carrie Bradshaw y su amiga Miranda comiendo magdalenas frente a la panadería fueron lo único que se necesitó para cambiar la calle. Pronto, Magnolia apareció en una nota de Vogue, edición británica, y lo que Sietsema describió como “portero de magdalenas” fue ubicado en Bleecker para acorralar a las hordas de turistas que formaban filas y que hacían un cuello de botella en la cuadra.

La clientela de Magnolia convenció en parte a Robert Duffy, en ese entonces presidente y vicepresidente de Marc Jacobs, de que la compañía debía abrir una tienda cerca. Cuando se abrió un espacio en las calles Bleecker y 11th, Duffy, quien vivía en el vecindario y cenaba regularmente en Paris Commune, ofreció más que otros cinco inquilinos potenciales.

Tal como declaró Duffy a The New York Times en diciembre de 2001, “si pudiera tener 20 tiendas en Bleecker Street, las tendría”.

Al igual que mucha gente, Arleen Bowman (quien había manejado una boutique de ropa para mujeres en Bleecker desde 1987) cree que la llegada de la primera tienda Marc Jacobs fue un punto de quiebre, con su ropa fijadora de tendencias, clientela de editores de moda y celebridades como Sofía Coppola. “Una vez que Marc abrió, todas las muñecas querían estar en la calle Bleecker Street”, considera Bowman.

Si algunos de los residentes tuvieron problemas para ajustarse, todo iba espectacular para los propietarios y las marcas de lujo, al menos durante un tiempo. Autobuses llenos de compradores potenciales eran depositados en la calle durante los recorridos de los fanáticos de “Sex and the City”. Cada Navidad, Santa Claus hacía presencia en la boutique Marc by Marc Jacobs, posando para Polaroids con los niños bien vestidos de estos nuevos “Villagers”.

Bleecker Street, dice Faith Hope Consolo, presidenta del grupo de venta al por menor de la firma inmobiliaria Douglas Elliman, “tuvo un verdadero estilo europeo. La gente la asociaba con algo especial, algo diferente”. Consolo, quien ha negociado varios contratos en la calle, precisa: “Teníamos visitantes de todas partes que decían ‘Tenemos que ir a Bleecker Street’. Se convirtió en algo obligatorio para ver, para ir”.

Al principio, explica Consolo, los alquileres en la calle eran de alrededor de 800 dólares por metro cuadrado. Entre mediados y finales de la década del 2000, habían aumentado a alrededor de 3,230 dólares. Esos precios eran inalcanzables por muchos dueños de negocios como Abdul Nusraty, quien había estado vendiendo alfombras, joyería y antigüedades desde 1979. Su tienda, Nusraty Afghan Imports, se vio forzado a cerrar en 2008 cuando, según dice, su alquiler aumentó y la renta mensual se fue por las nubes a 45,000 dólares, partiendo de 7,000 dólares. Brooks Brothers Black Fleece se adueñó de su espacio en la esquina de las calles Bleecker y Christopher. Otros negocios exiliados incluyen al restaurante tailandés Toons, Leo Design y a la muy querida Biography Bookshop, que aseguró un nuevo espacio en Seventh Avenue y cambió de nombre a Bookbook.

Para 2012, solo quedaban algunos de los de siempre, incluyendo a Bowman, quien, gracias a una cuestión de suerte, había renovado su contrato a 10 años en 2002, justo antes de que la calle despegara. Pero cuando llamó a su casero para renegociar, su cotización (35,000 dólares mensuales) casi terminó la discusión. También cerró.

¿Y luego? Las consecuencias. Cuando las tiendas independientes no pudieron pagar la nueva Bleecker, con el tiempo se hizo aparente que tampoco podrían hacerlo las marcas corporativas que habían rehecho la calle. Un secreto a voces entre los vendedores al por menor era que la calle Bleecker Street era un Pueblo de Potemkin<em>,</em>sin clientes. Los fanáticos de “Sex and the City” que hacían filas en Magnolia y que sacaban fotos al pórtico de Carrie no estaban dispuestos (o quizás no podían) pagar más de 2,000 dólares por unas zapatillas de diseñador.

¿Qué pasará con el extremo oeste de Bleecker Street ahora que muchas de las grandes marcas se han ido? ¿Es posible que dueños de tiendas como Bowman y Nusraty vuelvan a alquilar espacios accesibles? Es improbable. Como indican las vidrieras que languidecen, los caseros están dispuestos a esperar.

Consolo, la agente de bienes raíces, señala el número de nuevas boutiques de belleza sobre Bleecker, incluyendo a Sisley y a Aesop, así como inquilinos de largo plazo como el perfumero Bond No. 9 y la marca de belleza Fresh.

Otras compañías se han abalanzado para llenar algunas de las vidrieras vacantes, abriendo negocios temporales, firmando alquileres de corto plazo o arriesgándose a estadías más prolongadas.

Elad Yifrach, fundador y director creativo de L’Objet, una marca de decoración de lujo que abrió su tienda en Nueva York el otoño pasado en uno de los ex puestos de avanzada de Coach, cree que el área todavía tiene magia en la venta al por menor.

“Bleecker es West Village por antonomasia”, considera. “Las casas adosadas más hermosas de la ciudad están por aquí. La calle tiene que volver a traer un factor ‘cool’, cosas que inspiren a la audiencia”, agrega.

Steven Kurutz
© 2017 New York Times News Service