Mi Pekín: La ciudad sagrada

PEKÍN ⎯ Cuando vine por primera vez a Pekín en 1984, la ciudad se sentía polvorienta y olvidada, una capital antigua de tiempos y palacios que Mao había prometido ⎯ exitosamente, al parecer ⎯ transformar en un paisaje de fábricas y chimeneas. El hollín penetraba todos lo alfeizares y todas las capas de ropa, mientras las personas se desplazaban en sencillas bicicletas de acero o en autobuses que escupían diesel a través de las ventosas y viejas calles.
Entonces, como ahora, era difícil imaginar a esta extendida ciudad como el centro sagrado del universo espiritual de China. Pero, durante la mayor parte de su historia, fue exactamente eso.
No era una ciudad santa como Jerusalén, La Meca o Banaras, lugares cuyo mero suelo es terreno sagrado, lo que las hace destino de peregrinaciones. Sin embargo, las calles, muros, templos, jardines y callejones de Pekín eran parte de un tapiz cuidadosamente entretejido que reflejaba las constelaciones en el cielo, las fuerzas geománticas abajo y una capa invisible de montañas y dioses sagrados. Era una total obra de arte, que representaba al sistema político-religioso que dirigió a la China tradicional durante milenios. Era la encarnación de las creencias chinas.
La cosmología de Pekín cambió en el siglo XX, especialmente después de la toma del poder por parte de los comunistas en 1949. Sus grandiosas murallas y muchos de sus distintivos templos y callejones, o hutong, fueron destruidos para dar paso a los nuevo ideales de una sociedad atea e industrial. Los años 80 trajeron reformas económicas y un desarrollo inmobiliario descontrolado, el cual aniquiló casi todo el resto de la ciudad vieja. Se perdió una ciudad medieval de unos 40 kilómetros cuadrados y también una forma de vida, al igual que las culturas locales de las otras grandes ciudades del mundo han sido sofocadas por nuestros tiempos inquietos.
A lo largo de los años, he visto parte de esta transformación, primero como estudiante, luego como periodista y ahora como escritor y maestro. Como muchas personas que se han enamorado de esta ciudad, me desanimé y sentí que la cultura de Pekín se había perdido.
Pero, en los últimos años, he comenzado a pensar que estaba equivocado. La cultura de Pekín no está muerta; está renaciendo en rincones extraños de la ciudad y en formas inesperadas. No es la misma que en el pasado, pero sigue siendo vibrante y real; formas de vida y creencias que se hacen eco de días pasados.
Veo esto en dos lugares en esta ciudad donde ahora vivo. Uno es el barrio del Templo del Sol en la parte oriental de la ciudad, y el otro es un templo taoísta en la parte occidental. Estos son lugares que parecían olvidados e irrelevantes, pero han cobrado lentamente una nueva importancia en los últimos años a medida que los chinos buscan nuevos valores y creencias que apuntalen a su sociedad post comunista.
Durante la mayor parte de mi periodo en Pekín, siempre he vivido a corta distancia caminando del Templo del Sol. Un parque de 20 hectáreas en el distrito diplomático de Jianguomenwai, el templo fue construido en 1530, uno de cuatro santuarios donde el emperador oraba a cuerpos celestes clave. Los otros están dedicados a la luna, la tierra y el cielo.
Como virtualmente todos los sitios emblemáticos en Pekín, el templo resultó muy dañado durante la Revolución Cultural. Este fue un periodo de violencia comunista radical de 1966 a 1976, cuando todos los sitios de oración y muchos símbolos del pasado fueron atacados. El altar de piedra principal, un disco plano de unos seis metros de ancho, fue destruido por los fanáticos de Mao. Posteriormente, el parque se convirtió en un depósito para escombros cuando las murallas de la ciudad fueron derribadas.
Llegué a conocer el parque ocho años después de que terminó ese periodo traumático. Estudié el idioma y la literatura chinos en la Universidad de Pekín de 1984 a 1985 y anduve en bicicleta por esta área porque se había convertido en el principal distrito diplomático del país. Recuerdo caminar por el parque, con su altar recientemente reconstruido, pero muchos de los edificios tan deteriorados que los terrenos parecían abandonados.
En 1994, regresé a China para trabajar por siete años como periodista. Terminé mudándome a uno de los recintos diplomáticos, y el vecindario se convirtió en mi hogar. En ese entonces, el parque tenía una cuota de entrada que lo mantenía relativamente vacío, especialmente en lo que era ahora una ciudad atestada y bulliciosa. Era posible caminar el sendero perimetral de 1.6 kilómetros y encontrar solo a unas cuantas personas.
El Templo del Sol no solo estaba vacío de gente sino que parecía desértico. Era una época en que los parques chinos rara vez tenían pasto. En vez de ello, la tierra seca y compacta del árido Pekín era rastrillada por cuadrillas cada pocos días. Era extraño, pero tenía una belleza austera que hacía resaltar los árboles de ginkgo y caqui que flanqueaban los senderos.
Para cuando regresé a China en 2009 para trabajar como escritor y maestro, todo esto había cambiado. China había disfrutado tres décadas de rápido crecimiento económico, y las arcas del gobierno estaban rebosantes. Además de portaaviones, las Olimpiadas y el tren de alta velocidad, gastaba su dinero en parques y vegetación. El Templo del Sol recibió pasto, árboles nuevos, flores y bambú.
Lo mejor de todo es que las autoridades también desaparecieron las cuotas de entrada. De pronto, el parque era parte de la ciudad, acogido por los residentes ansiosos de actividad.
Pero, para el gobierno, el parque es una vez más una forma de incrementar su legitimidad. Las autoridades operan un diminuto museo que exhibe, como si fueran reales, recreaciones de las piezas del altar destruido. También ha colocado un gran cerca de acero en torno al altar para demostrar su deseo de proteger el patrimonio cultural. Y ha erigido un tablero de información que explica la historia del templo mientras elimina toda mención a las pérdidas de la era de Mao. El objetivo: asegurar a los chinos que el Partido Comunista, que alguna vez atacó a la tradición, ahora es su guardián.
Recrear los valores tradicionales es una de las políticas nacionales clave del líder chino Xi Jinping, pero cualquier cosa parecida a un regreso al pasado parecía imposible en los 80. Habiendo sido criado en una familia bastante religiosa, yo tenía curiosidad sobre en qué creían los chinos.
Buscando la religión china una tarde otoñal, pedaleé mi bicicleta por una hora hacia el Templo de la Nube Blanca, el centro nacional de la religión nativa de China, el taoísmo. Esta religión se fusionó en el siglo II a partir de las creencias religiosas y las doctrinas filosóficas. El Templo de la Nube Blanca data del siglo XIII y es la sede de la asociación taoísta nacional.
El templo era hermoso, pero parecía intrascendente. Su eje principal de cinco salones para varias deidades en su mayor parte no había sido tocado por la Revolución Cultural. Sin embargo, estaba vacío de devotos. Rodeado por viviendas de la era comunista y una planta de polvos antiácidos, el templo era como el Templo del Sol, una reliquia de una era pasada.
Pero en la última década más o menos, los chinos han estado buscando significado en sus vidas. Después de décadas de adoptar ideologías extranjeras como el fascismo, el comunismo y el neoliberalismo, se preguntan qué queda de su cultura. Templos como el de la Nube Blanca y sistemas de creencias como el taoísmo son parte de esta búsqueda de respuestas.
Y así, de manera astuta, el gobierno ha invertido fuertemente en religiones como el taoísmo. El Templo de la Nube Blanca está tratando de reclamar parte del patrimonio de la medicina tradicional de China abriendo una clínica en un ala recién remodelada del templo. El Estado también ha construido una nueva academia taoísta para educar a sacerdotes. Lentamente, un renacimiento taoísta se ha extendido por toda China.
Comparado con la ciudad sagrada del pasado, el Pekín de hoy es un área urbana ligeramente fuera de control constituida por autopistas y rascacielos, trenes subterráneos y suburbios. El antiguo tapiz cosmológico está hecho jirones.
Pero es un sitio donde los lugares tienen significado. El historiador urbano Jeffrey F. Meyer, quien escribió “The Dragons of Tiananmen: Beijing as a Sacred City”, señala que las capitales chinas siempre reflejan la ideología gobernante. Esto es cierto de todas las capitales, por supuesto, y Meyer también escribió un libro sobre Washington acerca de las ideas detrás de sus monumentos.
Pero, a diferencia de las sociedades abiertas, que son más desordenadas y donde el mensaje oficial a menudo se pierde o es suavizado por voces opuestas, Pekín sigue siendo la capital de un Estado autoritario. El mensaje de Pekín sigue siendo el mensaje del Estado, quizá no perfectamente pero aún audiblemente. Este Estado alguna vez desdeñó la tradición pero ahora la apoya. Y también a los cambios de la ciudad ⎯ no de regreso al pasado, sino algo compuesto por las ideas del pasado ⎯ de devoción filial, respeto por la autoridad, religiones tradicionales, pero también el privilegio de los ricos. Como lo expresó Meyer, entonces como ahora, “Pekín era una idea antes de que fuera una ciudad”.

Ian Johnson
© 2017 New York Times News Service