Corridos tumbados, papitas y sodas: nuevos símbolos de poder

El narcocorrido y las “papitas” son objetos simbólicos de poder y pertenencia en un entorno donde la ley se percibe como un obstáculo aspiracional.

En México, la muerte no solo se llora… se canta, se come, y se reparte como botín entre los privilegiados. Desde el escenario destruido en Texcoco por la ausencia de narcocorridos, hasta las madres que exigen refresco y papitas para sus hijos en la escuela y amenazan con boicotear el Día del Niño, este país reproduce sus propias ruinas en cada bocina, en cada aula. Esta columna recorre, síntomas de una nación que celebra al verdugo, castiga al disidente y reproduce la desigualdad desde el aula hasta la calle pavimentada de los ricos.

Las escenas virales de la Feria del Caballo en Texcoco donde jóvenes furiosos e indignados destruyen el escenario y dispositivos en protesta porque un intérprete se niega a cantar corridos bélicos, son similares a lo que ocurre en las escuelas mexicanas; igual de grotesco resulta que madres obesas protestan porque a sus hijos en las escuelas no se les deja consumir comida chatarra. Amenazan con no llevar a sus hijos a la celebración en el plantel del día del niño. No conciben el festejo sin alimentos hiper azucarados, con grasas saturadas, exceso de sodio, harinas ultra procesadas, exceso de químicos saborizantes y el adictivo glutamato monosódico. Similar a los jóvenes que no conciben la música sin contenido criminal, sin armas, sin violencia, sin alcohol y drogas y dinero mal habido.

¿La prohibición es la solución?

En la libertad, hay momentos en que todos los libres mantienen su maniobra sabiendo que es mala para todos, pero buena para ellos en ese momento dado (Teoría de Juegos, Nash).

La prohibición, por sí sola, no educa. El Estado puede retirar las papitas de los planteles y censurar los narcocorridos en los escenarios públicos, pero si no logra convencer a la sociedad, lo prohibido se convierte en símbolo de rebeldía justa y necesaria ante gobiernos que no representan su bienestar.

La madre que defiende el refresco para su hijo no lo hace porque odie su salud, sino porque en ese objeto, la soda o las papitas, hay algo más: una forma de afecto, de fiesta, de compensación simbólica frente a la pobreza, la inseguridad, la ausencia de opciones de bienestar. Como el joven con botella en mano grita “¡corridos tumbados!” no pide solo música: exige que le devuelvan una narrativa en la que él —con gran incertidumbre del futuro— puede imaginarse poderoso y solvente (Innerarity).

“El poder que prohíbe sin educar, sin disputar el deseo, termina reforzando lo que pretende erradicar” (Foucault).

El gobierno estatal a pesar de haber tenido un año de plazo desde la reforma a la ley de salud, los lineamientos de alimentación y su entrada en vigor, no se preparó para la aplicación de la nueva norma, y fue rebasado por la realidad.

A ninguno de sus funcionarios de la Secretaria de Salud y de Educación se les ocurrió pensar en el sentimiento colectivo a pesar de que sus propios escritorios y sus casas están llenos de comida chatarra.

Es evidente la ausencia de estrategias y tácticas a favor de la cultura de comida saludable en las escuelas, como concursos de comer rebanadas de sandias, y entre la risa de las caritas pintadas y chorredas, disputar el valor del beneficio de lo permitido contra lo prohibido.

Lamentablemente algunos columnistas políticos en La Jornada, especulan que la Secretaria de Educación Pública ha cedido ante las poderosas transnacionales criminales como Mars, Danone, Frito Lays (Sabritas), Bimbo y Coca Cola, por lo que pronto presentaran un plan que les devuelva la dopamina instantánea en las escuelas, y de paso promueva la muerte prematura de la mayoría de esos pequeños; será una forma de aliviar el saturado régimen de jubilaciones y pensiones.

Por otra parte, la propuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum con su convocatoria a una nueva narrativa en las canciones es una apueste por la vida, por el amor, por la comunidad en las canciones. No es censura, es intento de redención cultural. Porque la batalla no se gana en los escenarios, sino en los del alma colectiva.

El gran problema es que la cultura popular no responde a decretos ni prohibiciones, sino a estructuras de poder. Y mientras las condiciones materiales de vida sigan siendo de miseria, de desigualdad y simulación democrática, la canción de la muerte sonará más fuerte que el himno a la vida.

El poder no se sostiene sólo con coerción, sino con consenso.

Quien domina no impone solo leyes, sino que instala una forma de sentido común que naturaliza lo injusto, lo nocivo, lo destructivo (Gramsci). Así, el corrido bélico y la papita ultraprocesada no son “problemas individuales”, sino instrumentos culturales del bloque hegemónico: símbolos que reproducen el modelo de éxito y pertenencia en una sociedad desigual. Mientras no se dispute esa hegemonía cultural con otras narrativas de dignidad y bienestar, todo intento de regulación será leído como opresión, y no como protección.

El mal no siempre se manifiesta con rostro monstruoso, sino que se banaliza en la rutina, en la repetición acrítica, en la obediencia automática (Hannah Arendt). En cada madre que defiende con vehemencia la comida que daña a su hijo, en cada burócrata que redacta sin convicción lineamientos que no aplicará, en cada maestro que deja pasar el mercado negro del aula, opera esa banalidad: el mal sin conciencia, sin crueldad explícita, pero con efectos devastadores. Y la única barrera frente a eso es el pensamiento. Pensar es lo que impide obedecer sin juicio. Pero pensar, en una cultura domesticada por el consumo, es el acto más subversivo de todos.

¿Qué sigue?

  1. La masa que exige cantos hasta sangrar las bocinas.

¿Qué significa esto para México? No es un hecho aislado, es síntoma. El narco no solo mata, también canta, inspira y se vuelve aspiración.

En la Feria del Caballo Texcoco 2025, Luis R. Conríquez, uno de los tantos cantantes populares de los llamados corridos bélicos, decidió dejar de cantarlos. El público respondió con furia: aventaron sillas, rompieron bocinas y exigieron que se le cantara al narco, a los jefes de plaza, a la violencia.
No fue una protesta: fue un ritual. La masa, se vuelve cuerpo colectivo que castiga al traidor. Y en ese escenario, el traidor fue el artista que dejó de rendir culto al poder criminal (Masa y Poder, Canetti).

Los narcocorridos no son música: son catecismos. Son el evangelio del crimen organizado en una sociedad donde ser honesto es sinónimo de fracaso.

No es únicamente una apología al delito, sino que en una sociedad que vuelve una parodia cinematográfica un sentimiento popular: “el que no tranza, no avanza”, es una esperanza individual.

En la psique del mexicano, el trabajo se volvió un castigo y no una redención. (El perfil del hombre y la cultura en México, Samuel Ramos). Por eso los símbolos de poder son el dinero rápido, la violencia, el coche blindado, la “troca”. La sociedad idolatra al que rompe la ley, porque el que la cumple sigue pobre, humillado y enfermo.

  1. De las balas a las botanas: la escuela como microcosmos del poder corrompido

    Simultáneamente, el gobierno federal emitió lineamientos para prohibir la venta de comida chatarra en las escuelas y desalentar la alimentación dañina al cuerpo. Pero ¿qué pasó? Madres de familia, muchas de ellas con obesidad, diabetes o hipertensión, exigieron que se les respete su “derecho” a alimentar a sus hijos con basura alimentaria.
    En respuesta a la propiciación sin fomento a opciones saludables, apareció un “mercado negro”: niños que trafican y venden papitas, maestros que voltean a otro lado o piden “una”, autoridades escolares que renuncian a su rol educador y de creación de conciencias.
    El poder disciplinario ha sido reemplazado por un consentimiento cínico (Foucault). La escuela ya no educa; administra la contradicción.
    ¿Qué tipo de cultura se reproduce cuando el deseo del niño se modela por el marketing de Sabritas y Coca-Cola?
    La autoridad se doblega ante el ruido de una madre ignorante, como el artista ante una masa que exige balas en forma de canción.
  2. Pavimentar para los ricos: el socialismo cuando al privilegiado le conviene profundiza resentimientos que se pagarán

    En Mexicali, cuatro de las obras del presupuesto participativo 2025 se realizarán en la zona dorada. No hay transparencia, ni representatividad, ni principio de máxima publicidad, como exige la Constitución. Solo un formulario que premió al que pagó predial.

    Los pobres pagan impuestos indirectos, pero sus colonias siguen sin parques, sin alumbrado, sin pavimento, y si lo tienen, está lleno de baches.

    El fetichismo de la infraestructura reemplaza el contenido social (Marx). Lo importante no es para quién se pavimenta, sino inaugurar con cinta roja y medios presentes. Se cosifica la ciudad para embellecer el privilegio.

    Acciones como esta, donde se dice que la voluntad popular se volcó en masas para pedir la pavimentación de la zona dorada en Mexicali, claro que presagian el fracaso de cantar al bien común y arraigar la apología del delito como sentimiento aspiracional. Las masas ven más posible cambiar su situación personal a balazos que un gobierno honesto con justicia social.

    Mientras el Estado prohíbe papitas, pero no cambia la realidad social, el aula se convierte en fábrica de futuros criminales o cínicos sin remedio.

    La congruencia o su ausencia de la clase gobernante, influye más en un aula que un magnífico docente.
  3. ¿Quién educa a quién?

    El resentimiento educa como el veneno que surge cuando el débil no puede castigar al fuerte, pero crea una moral para justificarse (Nietzsche). En vez de transformar la realidad, el pueblo frustrado elabora una narrativa donde la pobreza es virtud y el gobernante o el rico es intrínsecamente malvado, aunque en el fondo desea su lugar, su auto, su poder. En este contexto, la injusticia no solo indigna: genera una moral del esclavo, donde los valores no se construyen desde la dignidad, sino desde la reacción, la envidia y el odio impotente. Por eso el joven no quiere ser maestro, ni médico, ni alcalde. Quiere ser el que manda, el que impone, el que cobra piso, el que humilla. El narco se convierte en superhombre caricaturizado, y el Estado, con sus simulaciones, le entrega la pedagogía simbólica de una moral enferma que celebra la transgresión porque nunca tuvo justicia.

    Urge una reforma del sentido común, una pedagogía del poder, una revolución de símbolos.
  4. El bien común: un equilibrio podrido

    La cultura dominante es la de la clase dominante (Marx). Byung-Chul Han lo lleva más lejos: hoy el poder no reprime, seduce. Las prohibiciones se vuelven inútiles, vivimos atrapados en un bucle de autocomplacencia. Las papitas y los narcocorridos no se imponen con reglas, sino con opciones y oportunidades.

    En todos estos escenarios hay algo en común: todos los actores actúan en función de una estrategia que les da un beneficio a corto plazo, aunque destruya el bien común.
    El artista canta para complacer al público y sobrevivir en la industria.

    El gobierno permite corridos bélicos porque movilizan masas, y las masas votan.

    Los padres protestan por la comida chatarra porque es más fácil y barata.

    Los maestros callan para evitar conflictos o para poder llevar su refresco de cola al aula.

    El cabildo de izquierda aprueba obras para los ricos porque da estabilidad.

    Las niñas y niños ven como una osadía valiente y audaz consumir alimentos chatarra y la recompensa es inmediata, la azúcar y grasas elevan de inmediato la dopamina, el glutamato los vuelve adictos, y encuentran sentido a oponerse a la autoridad como sistema.

    Todos pierden a largo plazo, pero nadie quiere ser el primero en cambiar de estrategia. También hay equilibrio social cuando nadie mejora si actúa solo.

    Un equilibrio podrido, pero estable. No obstante desde los Estados Unidos romperán el actual equilibrio.
  5. Trump, el narcoterrorismo y la pobreza exportada

    Mientras tanto, Estados Unidos endurece su discurso y castiga con aranceles: Trump acusa a México de ser un narcoestado, deporta paisanos e inmigrantes centro americanos. En su narrativa, en México somos culpables de la muerte de sus jóvenes por drogas.

    México es una periferia funcional del sistema-mundo: cumple el papel de frontera flexible, donde el capital global tolera corrupción, violencia y muerte mientras fluyan los beneficios. Estados Unidos necesita que México sea débil, pero útil. Y los gobiernos mexicanos, de izquierda o derecha, terminan jugando ese papel sin romper el esquema (Immanuel Wallerstein).

    Pero ¿qué pasará si el tráfico hacia el norte se corta? Las drogas se quedarán en México. El mercado local es la nueva vía de consumo desde hace no pocos años, y se agravará.
    Los criminales no reducirán su nivel de vida: buscarán nuevas fuentes de ingreso. Secuestro, extorsión, cobro de piso, esclavitud y explotación sexual. Los vecinos de la zona dorada en Mexicali pronto descubrirán que pavimentar sus bulevares no los protegerá, sino que ahondará resentimientos.
  6. La pisque mexicana

    El mexicano, tras 300 años de esclavitud colonial, aprendió a huir del trabajo. Prefiere el sueño, el mito, la grandeza sin esfuerzo. El trabajo ya no redime, solo aplasta (Ramos).
    El colonizado admira al opresor, lo imita, se sueña en su lugar. Pero tarde o temprano el espejo se rompe, y lo que emerge es rabia (Frantz Fanon).

    Así el narco: no solo es figura de poder, es el espejo roto del pobre que ya no quiere ser víctima y decide parecerse al que lo humilló, aunque sea a balazos.

    Por eso el narco fascina: es el hombre que salió de la miseria sin obedecer reglas, rodeado de lujos, mujeres y poder. Es la revancha simbólica del pobre contra el sistema que nunca lo miró.

    El poder se convierte en aspiración estética. El arma no es únicamente para disparar, sino para lucir. La camioneta no es para transportar, sino para exhibir. Y los corridos no se cantan por tradición, sino por aspiración.
  7. Sigue muy vigente el “Primero los Pobres”.

    La elección de las obras participativas en Mexicali fueron en contra del principio de políticas públicas de justicia social y bien común, diseñar la sociedad desde un “velo de ignorancia”: imaginar que al nacer no sabremos si seremos ricos o pobres, sanos o enfermos, privilegiados o marginados (Rawls).

    Absoluta coincidencia con el principio de Primero los Pobres (AMLO) como garantía no sólo de justicia, sino de bienestar para todos. Pero a no a pocos cabildos de izquierda lo hacen al revés: desde la certeza de que no todos llegarán, y muchos quedarán fuera (Rawls).

    Por eso se permite que el presupuesto de todos embellezca las calles de pocos.
  8. Epílogo: el país de los aplausos al verdugo

    México canta a la muerte, busca a sus desaparecidos, comercia con la obesidad infantil, pavimenta para los privilegiados y a diario se sufre la incertidumbre futura.
    El sistema no está roto. El sistema funciona. Solo que funciona para unos cuantos.
    Y mientras no rompamos los equilibrios podridos de nuestra convivencia, seguiremos festejando al asesino y castigando al que se atreve a callarlo.
  9. ¿Qué elegimos cantar?

    Madres: no hereden la derrota que padecen.
    Gobernantes: no gestionen migajas con rostro progresista, son primero los pobres.
    Jóvenes: no confundan la violencia con poder ni la autodestrucción con rebeldia.
    Docentes: no callen cuando pueden formar.

Mexicanas y mexicanos, ¿cuánto más vamos a cantar al verdugo antes de preguntarnos quién será de nosotros la próxima víctima?