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Tiempos de golpes, sospechas y buyas

La agresión al exgobernador Kiko Vega en una calle de Tijuana, en diciembre de 2024, por un hombre de mediana edad que lo golpeó, y la posterior indiferencia de la Fiscalía General del Estado y del propio Gobierno estatal, envían un mensaje profundamente perturbador: la venganza violenta del pueblo es legítima cuando se agrede a un exgobernante.

El exmandatario panista no traía escoltas. No hubo indignación institucional. Nadie desde el poder pareció incómodo por la agresión de un joven a un adulto mayor. El silencio parece una licencia para agredir a políticos que puedan simbolizar la frustración social.

Y esta frustración puede surgir de un mal gobierno en lo general, o de los cientos de casos cotidianos protagonizados por un mal funcionario en cualquier área: un mal maestro, médico, policía, burócrata… etcétera, etcétera.

No se trataba solo de Kiko Vega. Ni siquiera del PAN. Se trataba de la obligación del Estado de enviar una señal contundente de autoprotección. La ausencia de una espectacular captura del agresor, sumada al silencio gubernamental, lanza un mensaje peligroso: la percepción pública de que es legítimo, aceptable e incluso heroico cobrarse las cuentas pendientes con los políticos a puño limpio.

Ese silencio institucional, esa no reacción contundente, es más revelador que la propia agresión. Es el síntoma de una pérdida de autoridad simbólica, de un Estado que ya no inspira respeto, ni temor, ni pertenencia. Y eso, en una democracia, es una enfermedad grave.

Aunque se trate de un exgobernador de un partido opositor al régimen actual, condenar con hechos el ataque es también una forma de proteger, desde ahora, a quienes en dos años concluirán su sexenio.

Más aún cuando el sentimiento popular de animadversión no parece disolverse con el tiempo.

Y lo tiene claro la gobernadora Marina del Pilar, quien ya no puede salir tranquila a eventos públicos. Este temor a un exabrupto ciudadano quedó de manifiesto el jueves 12 de junio, durante la inauguración de la Feria Internacional Agroindustrial en Mexicali, realizada a puerta cerrada a las 9 de la mañana, mientras que al público general se le permitió ingresar hasta las 11.

Es evidente, más allá de las redes sociales, que a la gobernadora le urge recuperar la legitimidad popular, antes de que las rechiflas se vuelvan la norma. No se puede temer al pueblo que se representa.
Cuando las élites han sido domesticadas, es porque existe un resentimiento popular que no se detendrá con discursos gubernamentales. ¿Cuál es el dolor actual del pueblo? ¿Acaso es solo propaganda opositora y oportunista? ¿O hay legitimidad en su expresión?

Es claro que los organizadores de los eventos oficiales temen al pueblo. Y ese fue, de hecho, el tema de conversación entre los expositores, módulo tras módulo.
Pero ese miedo no surge de la nada. Entre el gobierno y el gobernado se ha perdido el horizonte compartido. Ya no hay un proyecto colectivo de transformación que funcione como amalgama.
Y cuando el horizonte se borra, es porque se está cayendo.

En esa caída, lo que emerge es el resentimiento social. Ese impulso humano de orgullo y dignidad regresa al pueblo, pero no como virtud organizada, sino como rabia suelta, como abucheo, como revancha… a la espera de que alguien les ofrezca la posibilidad de cobrar facturas.

Para empeorar el cuadro, desde Estados Unidos llega una amenaza aún más seria.
Son tiempos de sospecha: los hechos importan menos que las percepciones.
Son ingredientes para el caldo de cultivo que debilita a la 4T. ¿Casualidad?

Claudia Sheinbaum, presidenta de México, tomará las decisiones que más favorezcan al proyecto de nación y a su partido, Morena. Cualquiera que esta sea, debe estar en proceso de análisis de costo-beneficio.
En tanto, es claro que el presidente norteamericano Trump quiere una presidenta dócil, sumisa y obediente.
De ahí debe surgir la manipulación algorítmica de las redes sociales.
Lo peor no son las acusaciones. Lo peor es que, desde Estados Unidos, se controla el relato social y el sentimiento popular en México.

Vivimos tiempos de crisis, donde lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer. Y en medio abundan los monstruos.
La derecha no se ha ido.
Y la izquierda ya perdió el control de la narrativa.

En este contexto, Movimiento Ciudadano crece como segunda fuerza en las elecciones recientes de Durango y Veracruz.

Y no creció porque ofrezca algo mejor. Creció porque Morena está extraviado.

El “centro ciudadano” de MC no es neutralidad: es la nueva cara de la derecha. Una versión light del discurso trumpista.
MC es la derecha con buenos modales. No defiende privilegios, pero tampoco los cuestiona.
Es la derecha de la selfie, del desencanto de Morena.
La derecha sin cruz en la espalda… pero con likes.
MC ofrece la transformación que Morena no ha logrado en las entidades que han sido asaltadas por neoconservadores disfrazados de socialistas.

La izquierda gobernante en Baja California no debería olvidar por qué llegó al poder: El poder no era el fin. Era el medio para salvar al pueblo.

¿Y salvarlo de qué o de quiénes? De la corrupción y los corruptos, de la derecha y los conservadores.

¿En los actuales gobiernos de Baja California… dónde están ahora?

Al gobierno de Marina del Pilar le urge recuperar la mística de la 4T, recuperar el relato popular, recuperar la iniciativa.
La 4T no puede sostenerse en el recuerdo de su origen. Debe rehacerse.

Y eso comienza por su gabinete, y de ahí, la coacción política a los municipios.

Sin una Secretaría de Gobierno que domine la política interna, no habrá transformación. Solo administración.

Y mientras las instituciones se arrastren con estructuras heredadas del PAN, vale recordar que los ciudadanos ya no miran hacia el Palacio de Gobierno:

Lo rodean, lo silban, o peor aún, podrían ignorarlo.
Y en política, es preferible el repudio a la irrelevancia.