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La traición a la juventud bajacaliforniana

No basta entregar becas si al final del camino espera una pistola, una adicción o un trabajo mal pagado.

El informe de la ONU dado a conocer este martes sobre el desarrollo humano de las juventudes en México confirma una verdad dolorosa: los jóvenes mexicanos tienen peores oportunidades de desarrollo que el promedio mundial.

En todo el país, el Índice de Desarrollo Humano para personas de 12 a 29 años se ubica por debajo del promedio de las decenas de países medidos. Pero en Baja California, esta desigualdad se vuelve aún más cruel cuando se entrecruza con los contextos urbanos de guerra entre cárteles, violencia estructural, abandono institucional y simulación gubernamental.

En Tijuana y Mexicali, a este diagnóstico hay que sumarle la cotidianidad de la violencia. Zonas donde la juventud vive rodeada de narcomenudeo, empleos precarios, consumo normalizado de drogas, y una apología al delito convertida en sueño aspiracional. La estructura estatal ya ni siquiera intenta disimular su ausencia.

Debemos reconocer el esfuerzo del gobierno federal: becas, universidades, apoyos. Pero aquí, el subsidio no está conectado a una política de destino. ¿De qué sirve una beca si el joven sale de clases y cae en un entorno plagado de crimen, ocio nocivo y desesperanza laboral?

En ciudades como Tijuana y Mexicali, la estructura de oportunidad está rota.
No se trata de falta de programas, sino de la ausencia de un proyecto civilizatorio.

Los gobiernos municipales han renunciado a su deber de impulsar una cultura y un deporte verdaderamente populares.

Bares abiertos; centros culturales cerrados.

La lógica perversa del poder local convierte a los jóvenes en clientes del alcohol, no en ciudadanos con alma.

Mientras los antros, bares y centros de apuestas gozan de permisos ampliados y horarios extendidos, los espacios deportivos y culturales populares cierran temprano, están deteriorados o simplemente no existen en las colonias populares y obreras.
En este modelo de ciudad, el ocio se privatiza y se convierte en negocio.
Lo público estorba.
El Estado abre licencias, pero cierra sueños.

La sociedad, anestesiada, ve con normalidad los parques en penumbra y los centros comerciales iluminados. Funcionarios cínicos replican ese abandono en sus propias familias.
Somos un pueblo que fabrica generaciones corroídas, y esa corrosión es el terreno fértil donde germina el crimen.

Hay exceso de estímulos para el consumo de alcohol y drogas, y escasez de arte, deporte y comunidad.
Somos ciudades con agotamiento y angustia existencial.

La juventud no delinque por placer, sino porque fue abandonada por el Estado y por el sentido colectivo.
Una sociedad individualista que ya no quiere vivir en comunidad, y gobiernos que han dimitido de esa obligación.

Cuando la ONU incluye indicadores como “muertes por causas violentas” o “costos de la violencia” para calcular el desarrollo juvenil, reconoce algo que en Baja California se vive a diario: la violencia no es accidente, es política tácita.

Los jóvenes de Mexicali, Tijuana, Ensenada, Rosarito, Tecate, San Quintín o San Felipe no mueren por azar.
Mueren porque son cuerpos disponibles, prescindibles, reclutables.

La única comunidad en expansión es la de madres buscadoras de cadáveres.
Todas ellas habrían preferido ser madres de artistas de colonia, deportistas de barrio, estudiantes graduados.
Pero el crimen organizado absorbe donde el Estado se ausenta.

La omisión institucional es la forma moderna del castigo social.
La indiferencia de los funcionarios también alcanzará a sus hijos. Nadie escapa.

No todo es culpa del Estado.
La sociedad bajacaliforniana también ha fallado.
Nos acostumbramos al “sálvese quien pueda”, a culpar a los jóvenes por lo que heredaron, a exaltar la disciplina empresarial pero despreciar la inversión social.

Los adultos de hoy construimos ciudades sin alma, sin refugio, sin redención.

Mientras tanto, los jóvenes caminan por calles llenas de riesgos, con diplomas inútiles, celulares sin sentido y corazones sin horizonte.

¿Para qué sirve un subsidio si el porvenir está clausurado?

El informe de la ONU es solo un espejo. Muestra que Baja California ha renunciado a sus juventudes, y que el desarrollo humano es una ficción si no se defiende con cultura, deporte, paz y presencia real del Estado en las colonias… y en los cuerpos.

Un país —y un Estado— que no cuida a sus jóvenes, que no los abraza ni les da sentido, no tiene mañana.
Y en Baja California, ese mañana ya comenzó a desaparecer en las fosas clandestinas.