PRIMERA PARTE
Durante décadas, las naciones anglosajonas impusieron el consenso neoliberal. Gran parte de la izquierda y la socialdemocracia lo aceptaron como un marco inevitable, consumando así una traición histórica, el despojo de la representación real de millones de trabajadores, jóvenes y sectores populares.
En la ciudad de México, hace unos días decenas de dirigentes de izquierda y académicos de todo el mundo, acudieron al Foro Internacional del Partido del Trabajo para explicar la realidad actual y proponer rutas de participación de la izquierda y fuerzas progresistas.
Según mis anotaciones, la izquierda donde ha perdido el poder luego de haberlo obtenido, ha sido por no liberarse del ADN neoliberal, y ser una mala copia de la derecha sin transitar cabalmente por el progresismo.
De esto hablaremos en otra columna posterior, antes me limitaré a explicar la crisis del imperialismo norteamericano y occidental, que según los expertos que acudieron al foro de izquierda habla hispana más importante del mundo, está ocurriendo en este momento.
Este no es un desajuste puntual del sistema; es el síntoma de una crisis civilizatoria.
El capitalismo, en su fase neoliberal y financiarizada, ha alcanzado un punto de no retorno donde su reproducción exige la destrucción de sus propias bases, el trabajo, la naturaleza, los vínculos sociales y la misma comunidad política. El capital ha convertido el colapso en estrategia, la precariedad en norma y administra la catástrofe como si fuera el estado natural de las cosas. Su agonía, larga y violenta, pretende arrastrarnos a todos en su caída, anunciando no solo el agotamiento de un modelo económico, sino el fin de una racionalidad que equiparaba el progreso con la acumulación infinita de dinero, bienes y poder.
Frente a este panorama, el surgimiento de un mundo multipolar es un dato innegable, pero no un horizonte de emancipación. La emergencia de potencias como China, India o Rusia debilita la hegemonía absoluta de Estados Unidos, pero esta multipolaridad se reduce, por ahora, a una negociación entre élites de poder. Contrasta con el siglo XX, donde la esperanza comunista, a pesar de sus contradicciones, ofrecía una brújula colectiva, un relato de futuro. Hoy, la auténtica semilla de una lógica alternativa no brota de las cancillerías, sino de los márgenes, en los movimientos sociales del Sur Global, en las resistencias feministas, indígenas y ecologistas que proponen una vida medida por el cuidado y no por el beneficio.
Europa, con Francia a la cabeza, es el espejo roto de esta crisis. Antaño garante de estabilidad, es hoy un régimen bloqueado, incapaz de generar legitimidad. Macron gobierna con arrogancia tecnocrática, hablando para los mercados y Bruselas, la capital de la Unión Europea, pero no para una sociedad herida por la rabia.
Esta desconexión explica la fragmentación de la izquierda y el ascenso de la extrema derecha. La solución no reside en parches institucionales, sino en una refundación democrática desde abajo, un horizonte que aún lucha por encontrar una forma política coherente.
Paradójicamente, mientras las instituciones se vacían, Europa se rearma. Francia, Italia, Alemania y los países bálticos invierten en defensa lo que niegan a la cohesión social, la educación o la transición ecológica. Este rearme obligados por Estados Unidos, no responde a un proyecto autónomo, sino a la subordinación al complejo militar-industrial estadounidense.
Norteamérica subsidia su riqueza empobreciendo a la clase trabajadora, principalmente migrante no blanca, en Europa.
Al elegir ser campo de confrontación y no actor de paz, Europa abdica de su potencial como faro civilizatorio y se condena a la irrelevancia geopolítica.
Este cortocircuito democrático tiene un origen claro, la izquierda que claudicó ante el neoliberalismo y dejó un vacío que la extrema derecha ocupa con un relato de ruptura. Ofrece identidades cerradas, soberanías ficticias y seguridades ilusorias que, aunque pobres y excluyentes, conectan con el dolor social de los desposeídos.
La salida a esta trampa no pasa por imitar su discurso, sino por reconstruir un horizonte emancipador con pilares irrenunciables, redistribución radical de la riqueza, democracia participativa, internacionalismo y justicia social y ecológica. Se trata, en esencia, de devolver a la política la capacidad de nombrar un futuro.
Mientras en América Latina el ciclo progresista que inauguró Chávez encontró sus límites, el sabotaje económico, los golpes blandos y sus propias contradicciones, emerge una amenaza que creíamos desterrada, una internacional fascista de múltiples rostros.
Nuestra región, tantas veces laboratorio de emancipación, hoy corre el riesgo de serlo para nuevas formas de autoritarismo. En este contexto, Venezuela persiste como el gran laboratorio político de nuestra época, un experimento que combina democracia participativa, soberanía nacional y redistribución bajo un horizonte socialista. Es un proceso inacabado y lleno de tensiones, pero también una prueba de que el marxismo no ha muerto, muta, se reencarna en las comunas y la autogestión, y busca nuevas síntesis en la tradición bolivariana. De ahí la amenaza militar de Estados Unidos a Venezuela.
Vivimos una era de dominación sofisticada, donde la guerra cognitiva y la manipulación de narrativas buscan naturalizar lo inaceptable. El genocidio en Palestina, transmitido en directo y simultáneamente ocultado, es el ejemplo más brutal. Frente a esto, fenómenos como el trumpismo desnudan la estrategia, un ataque frontal para extirpar la memoria de las luchas socialistas, obreras y anticoloniales.
A un siglo del nacimiento de Fanon, Malcolm X y Lumumba, su mensaje es más vital que nunca. Nos recuerdan que la colonización ocupa conciencias y que la liberación debe ser material y psicológica. El socialismo bolivariano, al hablar del “hombre y la mujer nuevos”, retoma ese legado, la transformación del ser humano en el proceso mismo de la lucha. No se trata de volver al machete, sino de entender que ningún proyecto florecerá sin desmontar los dispositivos de opresión que lo asfixian.
El desafío perdura, liberar al ser humano en su totalidad. En los márgenes del colapso, germina la esperanza.
La ruta es el movimiento progresista.
¿Pero qué es? ¿Qué tan cerca o lejos está Morena en México? ¿Repite los errores de la izquierda que perdió el poder después de ganarlo en América Latina? Y la derecha, ¿Réplica sus aciertos?
La respuesta es obvia, y la explicación la daré en la siguiente entrega.