A través del outback: hacia el corazón desconocido de mi hogar

NUEVA YORK Hay un lugar más allá de las montañas de la Gran Cordillera Divisoria, que pasa inadvertido ante las luces deslumbrantes de la extensión urbana de Australia. Conocido vagamente, aunque románticamente, como “el outback” o “el campo”, no tiene una frontera demarcada pero se refiere al enorme y escasamente poblado interior de la nación 73 por ciento del territorio de Australia , más de cinco millones de kilómetros cuadrados salpicados con 5 por ciento de sus 24 millones de habitantes.

Ha sido mitificado en la poesía y las canciones, caricaturizado en películas como “Crocodile Dundee” e infundido en la historia y la mentalidad de Australia. Sin embargo, ha sido en gran medida poco explorado, incluso por parte de muchos australianos.

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Yo crecí en lo que llamamos el Australia regional las ciudades pequeñas en las afueras de las principales capitales , pero mi mamá era de Yeoval, una aldea agrícola en Nueva Gales del Sur que también fue el hogar de la niñez de Banjo Paterson, el poeta australiano que idealizó la vida del campo.

Pasé la mayor parte de los últimos 12 años fuera de Australia. En diciembre, volví la mirada hacia el campo no descubierto del que llamo mi hogar.

La mía fue una travesía de más de 19,000 kilómetros, entrecruzando el desierto, minas, trigales y estaciones ganaderas. El camino estuvo salpicado de animales atropellados, principalmente canguros: yo mismo arrollé a siete, matando a cinco.

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El outback de nuestra imaginación colectiva involucra a un explorador que enfrenta una tierra indómita; sus arquetipos incluyen al vaquero, el ganadero, el rastreador aborigen, el minero aurífero, el esquilador, el terrateniente y el forajido.

Conocí a personas que cumplen con esos papeles durante mi recorrido de tres meses, por supuesto, pero estos arquetipos que idealizamos son, cada vez más, desplazados por la modernización. La centralización de los negocios y los servicios, el éxodo de jóvenes en busca de mejores perspectivas, el agrupamiento y la mecanización de las actividades agrícolas, el cambio climático que está convirtiendo al característico suelo rojo de la región en una creciente amenaza, y la pobreza endémica de los australianos indígenas han redefinido al outback de hoy.

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La población del área ha estado descendiendo durante décadas, especialmente como proporción de la creciente Australia. Y los australianos indígenas ahora conforman 20 por ciento de los residentes del outback, respecto del 15 por ciento hace dos décadas (son 3 por ciento de la población en general de la nación).

El cambio se extiende

Criar ganado y ovejas es una parte integral de la historia del outback, dando forma a la cultura, paisaje y fuerza laboral de la región, y ayudando a impulsar a la economía nacional. Como todo en todas partes, la granja pastoral ha sido transformada en los últimos años por la tecnología y por el cambio climático.

Las granjas más pequeñas se han agrupado cada vez más en conglomerados más grandes.

Una mañana, Fred Appleton me subió a su helicóptero mientras los primeros rayos del sol salpicaban los árboles de caucho de la estación ganadera Islay Plains, de la que ha sido dueño desde 2007. Rebotamos y zigzagueamos, detectando vacas negras y cafés, luego descendiendo para reunirlas en una dirección común. Jóvenes en motocicletas rodeaban a las rezagadas, y cuatro horas después un rebaño de 800 cabezas estaba listo para ser contado y marcado.

Escuché muchas quejas sobre este método de los veteranos como Azzie Zilla Fazulla, de 90 años de edad, un ex vaquero en Tibooburra. “Los amigos jóvenes, no lo sé, son una buena multitud de tipos, pero son demasiado rápidos”, dijo. “No se puede presionar tan duro al ganado”.

Appleton, sin embargo, es un hombre que adopta el cambio. Hace tres años, él y su esposa, Anna, invirtieron 1.2 millones de dólares en un suministro de agua a largo plazo y procesos orgánicos para aislar sus operaciones contra el calentamiento global.

Australia es el continente habitado más seco de la Tierra y, según un reporte del Consejo sobre el Clima de 2015, el cambio climático está aumentando la intensidad y frecuencia de las olas de calor, lo cual, a su vez, incrementa la severidad de las sequías.

“Durante la sequía en 2012, 13 y 14, los precios fueron una basura, algo tenía que cambiar”, explicó Fred Appleton, de 40 años de edad. “Habíamos escuchado sobre los métodos orgánicos, y pensaba que todo sería una carga de golpe, pero lo analizamos un poco más. Decidimos que éramos básicamente orgánicos de cualquier manera, así que pensamos: ¿Por qué no recibir crédito por ello?

“En ese entonces, la carne de res estaba en 3 dólares el kilo en canal y una orgánica en 5.50 dólares por kilo”, dijo, citando cifras en dólares australianos. La diferencia equivalía a 500 dólares por animal.

Extrayendo riqueza

La minería sigue siendo el sustento principal en el campo, 176 años después de que se inició en el suelo del sur australiano en 1841. Genera unos 115,000 millones de dólares australianos (unos 87,000 millones de dólares) anualmente, o 6.9 por ciento del PIB, según un reporte gubernamental de 2015-16, protegiendo a Australia de las recientes crisis financieras mundiales.

Eso es casi el triple del porcentaje del PIB de Australia que la minería ofrecía en 1950; pero menos del 10 por ciento de la economía nacional que representaba en 1901. Hoy, hay 400 minas que producen 19 minerales diferentes, según la Oficina Australiana de Estadísticas, y la minería emplea a 266,000 personas, con el salario por hora promedio más alto de la nación (56.90 dólares en la moneda local).

Una de esas personas es Tom Schluter, de 49 años de edad, un australiano que se mudó a Tailandia hace seis años y ahora forma parte de la fuerza laboral “temporal” que provoca un profundo resentimiento entre muchos veteranos. Trabaja durante dos semanas, luego se va una. Cuando trabaja, es durante más de 80 horas por semana.

Pero en Kalgoorlie, una de las legendarias localidades mineras de Australia, vi el otro lado de la moneda de los trabajadores temporales. Kenneth Smith, de 74 años de edad, ha sido dueño del Grand Hotel desde 1983, y me contó historias de cuando estaba tan lleno que necesitaba cuatro cantineros por turno.

“Ya no recibimos a trabajadores de la mina de oro en la taberna”, dijo Smith. “Esa práctica simplemente está matando al lugar”.

‘Una gran crisis de identidad’

A mediados del siglo XX, Wilcannia era una localidad ribereña próspera con una población de 3,000 habitantes y 13 hoteles bulliciosos. Ahora hay unas 600 personas, alrededor del 60 por ciento de ellas aborígenes.

Wilcannia tuvo la tercera tasa de delincuencia per cápita más alta de Australia en 2016. El suicidio, el alcoholismo y el desempleo también están desenfrenados.

Un atardecer rosado se difuminaba mientras me estacionaba para acercarme a un grupo de adolescentes aborígenes, algunos a pie y algunos en bicicletas BMX, que deambulaban por una ancha calle vacía. Su vestimenta era la típica del hip-hop estadounidense, una señal de lo que Virgean Wilson, una trabajadora social, dijo estaba “estrangulando a nuestra cultura”.

“Miro por la venta aquí y veo a nuestros niños vestidos como los afroamericanos estadounidenses y usando esa horrible jerga y escuchando esa música alucinante que no tiene significado para nosotros; los conduce a este camino de más miseria”, dijo Wilson.

El suicidio fue la principal causa de muerte para los aborígenes y los isleños del Estrecho de Torres de entre 15 y 34 años de 2011 a 2015, según la oficina de estadísticas. La tasa de suicidio es de 9.3 por cada 100,000 para los niños aborígenes entre los cinco y los 17 años, comparado con 1.8 para sus congéneres no indígenas.

La estructura social aborigen, me dijeron ancianos como David Clark, se basa en las posesiones compartidas, no el capitalismo competitivo que es la base de la economía y la cultura de Australia.

“Tenemos una gran crisis de identidad”, dijo. “Nadie se ha molestado en contarles de sus antecedentes, de sus ancestros, y lo demás. Cuando uno no sabe de dónde proviene y dónde encaja, es un pensamiento y aspecto de vida muy perjudicial”.

Adam Ferguson
© 2017 New York Times News Service