Alicia Alonso, una larga vida en puntas por el ballet

Alicia Alonso está de buen humor. Se sienta con ayuda, taconea fuerte tres veces y da órdenes. La leyenda mundial del ballet llegó ciega a los 96 años, pero siendo la guía absoluta de la danza clásica en Cuba.
“¿Listos para empezar? ¡Empecemos!”. Su voz todavía firme resuena en el segundo piso de la sede del Ballet Nacional de Cuba, la gran obra que creó junto a su primer esposo, Fernando Alonso.
El grupo multirracial inicia las piruetas. Es uno de los últimos ensayos de Cascanueces, una de las tantas obras que interpretó Alicia Alonso y que será presentada en el teatro que lleva su nombre el 1 de enero con motivo del aniversario 58 de la Revolución cubana.
La artista cubana, que rehusó cambiarse el apellido de casada cuando despuntaba su carrera y los nombres latinos no vendían, está ahí, sin ver a los bailarines pero imaginando cada movimiento.
Lleva gafas oscuras, pantalón rojo y una pañoleta del mismo color anudada a la cabeza. A su lado están su actual esposo, Pedro Simón, y las “maîtres” Ivette González y Consuelo Domínguez. La luz cálida de diciembre entra por los grandes balcones de la casona, en el barrio Vedado de La Habana.
Las mujeres le susurran la coreografía. Alonso describe movimientos en el aire con sus manos de larguísimas uñas. La legendaria bailarina y coreógrafa lleva años en las sombras por cuenta de un desprendimiento de retina que marcó su larga trayectoria.
“Yo bailo, aquí, en mi mente”, suele decir a periodistas. También ha confesado su deseo de vivir dos centurias, y que la recuerden apenas como la bailarina que disfrutaba cumplir años.
Pero en Cuba, la isla que nunca quiso abandonar pese a ofrecimientos de dinero y fama, Alicia Alonso es la creadora de una escuela, de las que pocas que hay en el ballet: la escuela cubana, una mezcla de ritmos y razas que construyó un estilo inconfundible.