Análisis: El lado positivo de los últimos escándalos de corrupción

Durante más de un año, un misterio global ha ido creciendo: ¿por qué tantos gobiernos alrededor del mundo están derrumbándose por escándalos de corrupción?

Ahora la atención está puesta en Corea del Sur, donde el parlamento votó para destituir a la presidenta Park Geun-hye. Las acusaciones en contra de Park son singulares debido a sus detalles: se sospecha que un consejero misterioso, Choi Soon-sil, tuvo una influencia secreta en los discursos públicos y la toma de decisiones de Park, al tiempo que extorsionaba por millones a las empresas más importantes.

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Sin embargo, más allá de las obscenidades del caso, la historia ya es conocida: un escándalo de corrupción sacude a una nación al llegar hasta los cargos más altos del gobierno y provoca una crisis política.

Ha sido una historia frecuente en los últimos años. En Brasil, por ejemplo, el escándalo de Petrobras involucró a gran parte de la clase gobernante y provocó la destitución de la anterior presidenta, Dilma Rousseff, en agosto.

En 2015, el gobierno de Guatemala cayó después de que investigadores de las Naciones Unidas dijeron que el presidente Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti, su vicepresidenta, habían participado en un soborno. En Argentina, la anterior mandataria, Cristina Fernández de Kirchner y cuatro funcionarios de su partido fueron acusados de corrupción en agosto.

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El desfile de escándalos puede dar la impresión de que los políticos de todo el mundo se volvieron más ambiciosos de repente. No obstante, enfocarse en las acciones individuales es engañoso, sostiene Raymond Fisman, profesor de economía en la Universidad de Boston.

Este investigador analiza cómo la corrupción se convierte en parte integral de la vida política y económica de un país. Una vez que la corrupción sistémica se instala, explicó, puede infectar rápidamente un sistema entero, alentando o forzando el mal comportamiento en funcionarios que, en otro contexto, seguirían siendo honestos.

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Vistos a través de ese cristal, sostienen los expertos, los recientes escándalos pueden ser buenas noticias. Son evidencia de que los fiscales y otras instituciones se las han arreglado para liberarse de esos sistemas para obligar a los dirigentes a rendir cuentas, con un abrumador apoyo popular cuando aceptan dicha responsabilidad.

Fisman argumenta que la manera más exacta de concebir la corrupción es como un “equilibrio”: el resultado de que la gente actúe de manera racional dentro de un sistema fallido, y no como errores morales individuales.

Explica que el análisis de la relación costo-beneficio al pagar un soborno, “depende de cuánta gente a mi alrededor creo que también participa en la corrupción”.

Si la mayoría de las personas son honestas, dijo, pagar un soborno es una decisión arriesgada. Hay relativamente poca gente interesada en aceptarlo, y mucha dispuesta a informar a las autoridades sobre el soborno. En una situación así, el equilibrio favorece los tratos honestos.

Sin embargo, “si todos los que están alrededor están pagando un soborno, la relación costo-beneficio se invierte”, continuó. “Mientras más gente participe en la corrupción, es más fácil encontrar cómplices. Los beneficios de mantenerse honesto disminuyen, puesto que todos están avanzando en la fila antes que tú para ver al doctor o están ganando los contratos que tú tenías oportunidades de obtener”.

Entonces un nuevo equilibrio se establecerá: uno que favorezca los tratos deshonestos, y no puede detenerse sino hasta que se restaure la confianza pública en las instituciones y los dirigentes gubernamentales. Es por eso que son tan significativas las investigaciones que han provocado los escándalos en Corea del Sur, Brasil y otras naciones.

“Cuando Ray y yo decimos que la corrupción es un equilibro, lo que en realidad significa es que las instituciones solo son fuertes cuando se cree en ellas”, mencionó Miriam Golden, especialista en ciencias políticas de la Universidad de California, quien, junto a Fisman, escribió un nuevo libro sobre la corrupción. “No quiero decir que las instituciones solo existen en nuestras mentes, pero en realidad así es. ¿Qué es el Estado de derecho sino que en última instancia creemos que debemos seguir ciertas reglas?”.

En los sistemas corruptos tal creencia es inexistente porque las instituciones que deben rendir cuentas con frecuencia se han debilitado a través de sobornos, amenazas y otros medios ilícitos.

“Las instituciones de justicia (cortes, fiscales, auditores, ombudsmen, y demás) están tan profundamente corrompidas que es posible robar impunemente”, señaló Matthew C. Stephenson, profesor de la Facultad de Leyes de Harvard, quien estudia la corrupción. Eso golpea la confianza pública y fortalece la percepción de que la corrupción es universal e inevitable.

Los controles democráticos sobre abusos públicos pueden debilitarse de la misma forma, añadió. “Si el sistema electoral es tan corrupto que es posible comprar votos o manipularlo de alguna otra manera, en realidad no te preocupa que tus actos corruptos constituyan una amenaza electoral”.

Tal es la situación en países como Rusia, dijo Christoph Stefes, profesor de Ciencias Política en la Universidad de Colorado, quien estudia el autoritarismo y la democratización. En Rusia, el poder político y la corrupción se concentra en un reducido grupo de políticos y los oligarcas de su círculo interno, y ninguna institución tiene el poder necesario para desafiarlos.

Sin embargo, cuando los fiscales u otros funcionarios obtienen la independencia suficiente para investigar a los funcionarios corruptos, pueden alterar el equilibrio.

“Las llamo ‘islas de honestidad’”, dijo Stefes y señaló que esas pesquisas no son suficientes para erradicar la corrupción. “Pero ciertamente pueden hacer una diferencia en cuanto comienzan a extenderse, en especial si logran conectarse con la sociedad civil”.

Ese tipo de conexión se manifiesta en muchas de las principales historias de corrupción de los últimos años. En Guatemala, los hallazgos de una comisión especial de las Naciones Unidas que trabajó por fuera del sistema judicial dieron pie a enormes protestas públicas, y tanto Pérez Molina como Baldetti renunciaron.

¿Qué hay de Estados Unidos, donde el presidente electo Donald Trump recientemente ha sido criticado por su borrar los límites entre asuntos personales y públicos? Hasta hace poco, los expertos habían creído que las fuertes instituciones típicas de las democracias prósperas y desarrolladas eran una protección sólida ante la corrupción sistémica.

“Siempre dije que no estudiaba a Estados Unidos porque no era tan interesante”, dijo Golden en una entrevista reciente. “No hay tanta corrupción”. Sin embargo, la experta asegura que desde la victoria de Trump eso ha cambiado.