El argumento en picada por un muro fronterizo mexicano

© 2016 New York Times News Service

¿Existe efectivamente un argumento para El Muro?

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El alarde de Donald Trump sobre la construcción de un “grande, hermoso” muro a lo largo de la frontera sur suministró claramente un impulso a su candidatura, discutiblemente generándole la nominación presidencial de los republicanos. A la par de su promesa sobre la deportación de millones de inmigrantes que están viviendo en Estados Unidos sin autorización legal, sigue siendo el tema recurrente de su campaña, pese a estallidos ocasionales de retórica más suave.

Trump no está equivocado en cuanto a que, en el último cuarto de siglo, la inmigración desde México y otros países en el sur más pobre ha lastimado a algunos trabajadores estadounidenses que compitieron con inmigrantes en el mercado laboral. No es solo su inquietud, temores similares están siendo compartidos por sindicatos laborales y otros a la izquierda en el espectro político. Con lo improbable que esto pudiera parecer, la cuestión que él saca a colación es legítima.

Pero, incluso considerando la mejor situación posible, la respuesta sigue siendo directa: No. Incluso si solo te interesan los trabajadores más lastimados por nueva mano de obra inmigrante, las propuestas de Trump simplemente no valen la pena el costo.

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En un artículo en la Revista de Perspectivas Económicas programado para ser publicado este otoño, Gordon H. Hanson y Craig McIntosh de la Universidad de California en San Diego, exponen la razón más obvia de que aislar a México con un muro no tendría sentido: los mexicanos ya no están viniendo.

Los que llegaron en los años 80 y 90 nacieron en los años 60 y 70, cuando las tasas de fertilidad de México eran de hasta siete hijos por mujer. México fue golpeado por repetidas crisis macroeconómicas. Para los mexicanos que crecieron en esa época, las perspectivas de un empleo en la próspera economía de Estados Unidos en esa era valía la pena el reto de enfrentar el desierto de Arizona y la Patrulla Fronteriza.

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México es un país diferente hoy día. Es más viejo desde 1970, las tasas de fertilidad han bajado a justo por arriba de la tasa de reemplazo de 2.1. Su fuerza laboral está creciendo aproximadamente al mismo paso que en Estados Unidos. Y si bien México sigue siendo mucho más pobre, ya no es propenso a crisis y marcados aumentos en el desempleo cada dos años.

“La conclusión de la transición demográfica en la mayor parte del Hemisferio Occidental deja a uno preguntándose si los beneficios de continuar con gasto para la aplicación de leyes de EU justificarán sus costos”, concluyeron Hanson y McIntosh.

Por supuesto, esto no resolverá la discusión a satisfacción de la enojada base de Trump, integrada por hombres blancos de clase trabajadora. Y quizá el análisis demográfico tiene puntos ciegos. ¿Qué hay de inmigrantes no autorizados de África y Oriente Medio, donde las tasas de fertilidad aún son altas, frecuentes los conflictos y pobres las perspectivas laborales?

Quizá ellos no sean detenidos con un muro literal; es más probable que lleguen legalmente y excedan el plazo de su visa. ¿Pero, no justifican ellos un gasto mayor en aplicación de leyes de inmigración?

No puedo pensar en nadie entre las filas de prominentes expertos de inmigración que haría un mejor asesor para la campaña Trump que George J. Borjas. Durante una larga prolífica carrera, Borjas, prominente economista de Harvard, ha escrito innumerables documentos y librosen donde expone un argumento por menos inmigrantes y políticas migratorias más restrictivas.

Borjas reconoce que el repunte de la inmigración hacia Estados Unidos de 1990 a 2010 produjo un beneficio neto a la economía: 50,000 millones de dólares al año, con base en un informe que será publicado por la Academia Nacional de Ciencia. De cualquier forma, nota, nada de esto fue a los trabajadores. Los trabajadores que desertaron de la educación preparatoria, declara, perdieron en grande.

La investigación económica de Borjas, trazada en su libro de 2014, “Economía de la inmigración” (“Immigration Economics”, Harvard University Press) y reiterada en su próximo “Nosotros queríamos trabajadores” (“We Wanted Workers”, W.W. Norton), concluyó que el exceso en la inmigración durante dos décadas redujo 3.1 por ciento, a largo plazo, los salarios de desertores de preparatoria nacidos en EU. Esta penalización, que toma en cuenta cómo reaccionarían negocios al invertir más en empresas que pudieran lucrar a partir de la nueva mano de obra inmigrante, equivale a alrededor de 900 dólares anuales.

Este análisis ha sido criticado por otros académicos por hacer suposiciones que hacen ver la imagen más sombría de lo que es realmente. Por ejemplo, da por hecho que inmigrantes indocumentados sin diploma de preparatoria son perfectos substitutos de trabajadores estadounidenses sin diploma de preparatoria, inverosímil propuesta tan solo con base en el idioma.

Actualmente, la aplicación de leyes de inmigración cuesta 30,000 millones de dólares al año y, a decir del propio Trump, la frontera aún transmite la sensación de un queso suizo. ¿Se debería duplicar eso? ¿Cuadruplicar? ¿Qué hay del costo de encontrar y deportar a 11 millones de personas que han hecho sus vidas en Estados Unidos, en muchos casos teniendo hijos que tienen el derecho legal a quedarse?

Quizá más significativamente es el inmenso costo para los mismos inmigrantes; medido en oportunidades perdidas por alcanzar una vida mejor. Esto pudiera no ser del interés de partidarios de Trump. Sin embargo, vale la pena ponderar el costo para la estabilidad mexicana – y sus efectos laterales sobre Estados Unidos – si México hubiera pasado por las muchas crisis de los años 80 y 90 sin la válvula de escape de la migración.

La política de inmigración de EU a lo largo de las últimas dos décadas pudiera parecer un desastre. De cualquier forma, “si pudiéramos regresar en el tiempo”, dijo Hanson, “no estoy seguro de que habríamos hecho las cosas de otra manera”.

Y si la economía nos enseña algo, es que buena parte del dinero podría haber sido invertido mejor en algo más. En vez de un nuevo muro, ¿qué tal un crédito mayor al impuesto sobre ingresos percibidos? ¿O qué tal más capacitación para trabajadores con escasas habilidades?

“¿Dónde debería estar la política de inmigración entre las opciones para ayudarles a los trabajadores con salarios estancados?” preguntó Hanson. “Creo que eso debería estar muy abajo en la lista”.

Pese a todo su escepticismo sobre los beneficios de la inmigración, esto es algo con lo que incluso Borjas pudiera coincidir.

“Quizá tenemos que pensar sobre la inmigración en términos más amplios”, me dijo. “Quizá la discusión no debería ser solo sobre quién obtiene un carné verde sino sobre cómo los beneficios de la inmigración podrían ser distribuidos más equitativamente. Eso aclararía lo que está en juego”.

Eduardo Porter
© The New York Times 2016