Se cumplen 80 años del asesinato de una niña a manos de ‘Juan Soldado’

TIJUANA, Baja California.- Hace ochenta años la ciudad de Tijuana se convulsionó ante la violación y asesinato de la niña Olga Camacho Martínez a manos del soldado raso Juan Castillo Morales, lo que causó el levantamiento de la población que, enardecida, prendió fuego a la Cárcel Pública y al Palacio Municipal, pero… ¿Cuál era el entorno que vivía la ciudad en ese momento?

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Los trabajadores del Casino de Agua Caliente –que se habían quedado sin empleo después de que se prohibieran los juegos de azar en el país– recibieron el permiso de operar las instalaciones como un centro turístico. Sin embargo, el Presidente Lázaro Cárdenas canceló el permiso que había extendido a los trabajadores para explotar el lugar y expropió el casino de Agua Caliente para convertirlo en un centro escolar, la actual Preparatoria Federal Lázaro Cárdenas. El decreto fue expedido en diciembre de 1937.

Ante esto, los trabajadores –quienes formaban parte del sindicato de la CROM– exigieron una justa indemnización que terminaría siendo negada. Esto, claro está, irritó sobremanera a los líderes sindicales quienes organizaron un movimiento de protesta contra la expropiación. Tal movimiento llevó el nombre de la “huelga de los sentados”; la cual, en el punto más álgido del conflicto, incluso llegó a tomar la presidencia municipal. En ese clima de agitación ocurrieron los lamentables hechos donde perdió la vida de la niña Olga Camacho Martínez, hija de uno de los líderes del movimiento.

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En ese entorno la tarde-noche del 13 de febrero de 1938, desapareció frente a su casa la menor de ocho años Olga Camacho Martínez. En ese tiempo la ciudad de Tijuana sólo tenía 19,000 habitantes. Al día siguiente, la pequeña ciudad era un total caos. La comunidad entera se abocó a la búsqueda de la niña; pero hacia las diez de la mañana unos niños encontraron el cuerpo degollado y ultrajado de la menor.

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En el esclarecimiento del crimen contribuyeron autoridades de la vecina ciudad de San Diego, la cual envió al agente Ed Dieckmann, jefe de dactilografía del condado de San Diego, para asistir en las pesquisas. En cuanto el oficial Dieckmann inspeccionó la escena del crimen se dio cuenta que era un crimen fácil de resolver, ya que el homicida había dejado huellas por todos lados, e incluso había huellas exactas del calzado del asesino, las cuales tenían una especial particularidad: las huellas marcaban un diamante en el centro de la suela de los zapatos.

Entre los sospechosos estaba el soldado raso Juan Castillo Morales quien, al ser encarado, se desplomó, lloró y pidió perdón, confesando que había cometido el crimen bajo la influencia del alcohol y la marihuana. La esposa de Juan Castillo Morales relató al investigador que una semana antes lo había sorprendido en el intento de violar a una sobrina suya.

Ante toda la evidencia los vecinos exigieron que se les entregara el soldado para lincharlo. Durante la revuelta fue incendiada la jefatura de policía y la oficina de gobierno de la ciudad. Se habla de que hubo un muerto y  más de cien detenidos que participaron en las manifestaciones.

Ante el argumento de que el asesino era un militar, la justicia cambió de rango. Fue el comandante de la plaza militar, el general Contreras, quien fue el encargado de hacer justicia. Con las pruebas exhibidas por la policía local, por el jefe de la policía de San Diego (California) y por el personal del naciente FBI a cargo del agente William Menke, la justicia militar optó por hacer un juicio sumario al asesino Juan Castillo Morales, conocido hoy en día como Juan Soldado, por el grave crimen que cometió. Dada la confesión que hizo sin ningún tipo de coacción, fue encontrado culpable y sentenciado a muerte por el tribunal militar.

Para el cumplimiento de la sentencia , el reo fue trasladado la mañana del 17 de febrero de 1938 al panteón municipal conocido como Puerta Blanca (actual panteón municipal N.º 1) y se le aplicó la llamada ‘Ley Fuga’. Eso ocurrió a la vista de los vecinos de la ciudad, que se congregaron en las lomas cercanas al panteón para ser testigos de la muerte de Juan Soldado.

La tumba de la niña Olga Camacho Martínez permanece en el olvido. Por ser el único panteón municipal disponible en esos días, tanto la niña como su victimario fueron sepultados en el mismo camposanto. Posteriormente la familia de la niña Olga cambió su restos al panteón municipal “número dos” en donde aún yacen todavía, y su tumba se conoce entre quienes conocen la historia de su muerte como la “tumba olvidada”.

Con información de: Víctor Duarte Sigala