Ataque en nombre del estado Islámico exponen una lucha para detectar futuros territorios

MAGNANVILLE, Francia _ La primera vez que Larossi Abballa apareció en el radar de los investigadores del terrorismo franceses, el único acto de violencia que pudieron endilgarle fue matar conejos.

Se había unido a un pequeño grupo de hombres, todos decididos a combatir la yihad, en un viaje a un nevado bosque en el norte de Francia cinco años antes, cuando tenía 19 años de edad. Ahí, se grabaron en video masacrando a los conejos, con la intención de ver si los hombres podían acostumbrarse a la sensación de matar.

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Cuando él y otros fueron arrestados posteriormente, las autoridades encontraron que varios de los hombres habían guardado el video de la matanza en sus teléfonos celulares, junto con imágenes de soldados que estaban siendo decapitados, según registros judiciales franceses. Abballa eventualmente fue sentenciado por un cargo de terrorismo y pasó más de dos años en prisión.

En retrospectiva, no es difícil ver cómo ese primer acto de brutalidad presagió lo que sucedió en junio: armado con un cuchillo, Abballa atacó a una pareja en el norte de Francia en nombre del Estado Islámico y los dejó morir desangrados.

Pero en el momento de su arresto en 2011, los investigadores no pudieron demostrar definitivamente que él era una amenaza permanente para Francia. Después de su periodo en prisión, fue puesto bajo vigilancia. Apenas meses después de que las intervenciones telefónicas fueron suspendidas, cometió el doble asesinato.

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En toda Europa y Estados Unidos, funcionarios de procuración de justicia están pasando apuros para evaluar a atacantes como Abballa y Omar Mateen, cuyo ataque a tiros en un club nocturno gay en Orlando, Florida, en junio, dejó 49 muertos. Son hombres que evidentemente parecían estarse encaminando hacia acciones violentas, y cuyos nombres habían surgido en investigaciones sobre terrorismo pero que evitaron cruzar las líneas legales que podían haberlos delatado ante las autoridades hasta que fue demasiado tarde.

Con miles de casos de vigilancia por terrorismo en marcha en cualquier momento dado, las autoridades europeas dicen que están abrumadas y están en la difícil posición de tratar de desactivar ataques de los cuales las únicas advertencias tempranas a menudo se dan en la forma de lo que alguien piensa o lo que se les alcanza a escuchar decir.

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“Un hombre está en una tienda y piensa en robar un objeto”, dijo Georges Sauveur, un abogado de París que ha defendido a varios sospechosos de terrorismo, incluido uno de los hombres que acompañó a Abballa al bosque a masacrar conejos en 2011. “¿Qué hace usted? ¿Lo mete en la cárcel?”

Sauveur añadió: “No se le puede poner en la cárcel a menos que dé el siguiente paso e intente robar algo”.

A fines de 2010, la agencia de espionaje nacional de Francia empezó a observar a Mohamed Niaz Abdul Raseed, de 33 años de edad, quien estaba viviendo en la región de Val d’Oise en el norte de Francia y de quien la agencia sospechaba era un recluta de Al Qaeda. La investigación reveló que había atraído a siete adherentes, de los cuales el más joven era Abballa.

Bajo instrucciones del hombre mayor, los jóvenes se juntaban en un parque público para realizar ejercicios de calistenia, se inscribieron en una clase de kung fu y se reunían para tomar lecciones sobre islamismo extremista. También hicieron un viaje de un día al bosque en Cormeilles-en-Parisis con los conejos, los cuales habían comprado con el dinero reunido entre todos.

Para la primavera de 2011, dos miembros del grupo habían ido a Pakistán, donde se habían encontrado con un facilitador de Al Qaeda, según los registros judiciales franceses obtenidos por The New York Times.

Como el miembro más joven del grupo, Abballa no fue elegido para ir, y eso lo frustró. “Estoy sediento de sangre, Alá es mi testigo”, escribió en un correo electrónico interceptado por las autoridades. En otro, rogó: “Por favor, déjenme ir, por favor, por favor, por favor”.

Cuando fue evidente que no sería enviado a Pakistán, volcó su ira en Francia, escribiendo el 19 de febrero de 2011: “Con la voluntad de Alá, encontraremos una forma de elevar la bandera aquí”.

Fue arrestado el 14 de mayo de 2011, y como los otros miembros de la célula fue sentenciado bajo un cargo de pertenecer a una organización criminal o terrorista, el cual conlleva una sentencia máxima de 10 años, dijo Sébastien Bono, el abogado que representó al líder acusado del grupo.

Considerado el miembro menos influyente del grupo, Abballa pasó más de dos años en prisión y fue liberado en 2013. Fue mantenido bajo vigilancia hasta fines de 2015.

“Es muy fácil, en retrospectiva, decir que las autoridades policiales, o el gobierno, debería haber conocido la intención de alguien. Pero obviamente hay una gran diferencia entre la motivación _ alguien que se esté radicalizando _ y luego ir y realmente actuar con base en eso”, dijo Richard Walton, quien encabezó la unidad de antiterrorismo de la Policía Metropolitana de Londres durante las Olimpiadas de 2012. “En cualquier momento, en cualquier país, habrá muchos cientos, sino varios miles de sospechosos, que encajen con este perfil”.

Entre las dificultades para las autoridades en 2011 estuvo que Abballa había negado agresivamente cualquier conexión con el terrorismo. Dijo a los investigadores que era ateo. Negó que hubiera tomado parte en las decapitaciones de práctica de los conejos _ no se le veía en el video _ aun cuando los otros siete hombres en la célula dijeron que había participado.

Aunque los sistemas legales quizá sean diferentes, Estados Unidos enfrentó muchos de los mismos problemas en sus interacciones con Mateen, quien cuando fue interrogado por las autoridades sobre amenazas de violencia anteriores insistió en que había dicho esas cosas porque estaba enojado tras enfrentar discriminación.

Después de la matanza de Mateen, James B. Comey, director del FBI, dijo que el expediente de Mateen había sido uno de “cientos y cientos de casos en todo el país” y comparó la tarea de diferenciar a quienes están expresando ideas extremistas de quienes podrían actuar con base en esas ideas a “buscar agujas en un pajar del tamaño de la nación”.

Para Francia, de la que se cree tiene una de las mayores cantidades de supuestos leales del Estado Islámico en Europa, el pajar es al menos igual de grande, y algunos dicen que la carga de casos se ha vuelto inmanejable.

“De hecho nos estamos ahogando en información de inteligencia”, dijo Alain Bauer, profesor de criminología en el Conservatorio Nacional de las Artes y los Oficios en París.

Las calles en Magnanville, una comunidad de unas 5,600 personas, están bordeadas por setos cuidadosamente recortados. Fue aquí que Abballa esperó a que un agente policial fuera de servicio, Jean-Baptiste Salvaing, llegara a casa. Mientras sus vecinos veían horrorizados, Abballa apuñaló a Salvaing en la calle y lo dejó desangrándose en la entrada, luego penetró en la casa. Ahí, mató a puñaladas a Jessica Schneider, la pareja del agente por mucho tiempo, ante la mirada del hijo de tres años de ambos.

En el tiempo que le llevó a la policía acercarse y matar a tiros a Abballa, él hizo una pausa para subir un video en Facebook Live.

“Primero que todo, juro lealtad al Emir al-Mumineem Abu Bakr al-Baghdadi”, empezó, refiriéndose al líder del Estado Islámico usando una fórmula similar al juramento pronunciado por Mateen, quien llamó al 911 desde dentro del club nocturno para dedicar su acto de violencia al grupo terrorista.

En una larga diatriba capturada en el video, los pensamientos de Abballa regresaron a la frustración que sintió en 2011, cuando rogó se le permitiera ir al extranjero a combatir en la yihad.

“Dirijo esto también a las autoridades infieles francesas. Este es el resultado de su trabajo. Cerraron la puerta a mi Hijrah”, dijo, usando el término árabe para una peregrinación que para algunos devotos del Estado Islámico ha llegado a significar viajar a Siria e Irak para unirse al grupo. “¿Me cerraron la puerta hacia las tierras del califato? Bueno, entonces bien, tenemos que abrir la puerta de la yihad en su territorio”.

Rukmini Callimachi
© 2016 New York Times News Service