Brasil enfrenta una epidemia de violencia contra los homosexuales

RÍO DE JANEIRO _ El agresor se abalanzó sobre Gabriel Figueira Lima, de 21 años de edad, mientras este estaba de pie en una calle de una ciudad en la Amazonia hace dos semanas, clavándole una navaja en el cuello y alejándose rápidamente en el asiento trasero de una motocicleta, dejándolo morir.

Unos días después, en el estado costeño de Bahía, dos maestros muy estimados, Edivaldo Silva de Oliveira y Jeovan Bandeira, también fueron asesinados, y sus restos achicharrados fueron encontrados en la cajuela de un auto en llamas.

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A fines de junio, fue el turno de Wellington Julio de Castro Mendonça, un tímido dependiente de una tienda minorista de 24 años de edad, quien fue asesinado a golpes y pedradas cerca de una autopista en una ciudad al noroeste de Río de Janeiro.

En una nación al parecer acostumbrada a la delincuencia, los asesinatos brutales destacan: las víctimas no fueron robadas, la policía no ha identificado a ningún sospechoso y todos los muertos eran gays o transexuales.

Mientras los estadounidenses debatían fieramente cómo responder a la matanza en junio en un club nocturno gay en Orlando, Florida, los brasileños han estado enfrentando su propia epidemia de violencia contra los homosexuales; una que, según algunas versiones, le ha hecho ganar a Brasil el ignominioso título del lugar más mortal del mundo para lesbianas, homosexuales, bisexuales y transexuales (LGBT).

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Casi 1,600 personas han muerto en ataques motivados por el odio en los últimos cuatro años y medio, según el Grupo Gay da Bahía, que da seguimiento a las muertes a través de artículos noticiosos. Según su recuento, una persona gay o transexuales es asesinada casi todos los días en esta nación de 200 millones de habitantes.

“Y estas cifras representan solo la punta del iceberg de la violencia y el baño de sangre”, dijo Eduardo Michels, el administrador de datos del grupo, quien añadió que la policía brasileña a menudo omite el odio contra los homosexuales cuando recopila los informes de homicidios.

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Esas estadísticas pueden ser difíciles de encajar con la ilustre imagen de Brasil como una sociedad tolerante y abierta; una nación que aparentemente nutre las expresiones libres de la sexualidad durante el Carnaval y celebra el desfile del orgullo gay más grande del mundo en la ciudad de Sao Paulo.

Aquí, en Río de Janeiro, que albergará a las próximas Olimpiadas de Verano, el temor a la delincuencia violenta está en la mente de muchas personas. En medio de una sofocante recesión y un creciente desempleo, los crímenes en las calles se incrementaron en 24 por ciento este año y los homicidios han aumentado en más del 15 por ciento.

Al mismo tiempo, activistas de derechos humanos dicen que los miembros de la fuerza policial de Río, ansiosos de limpiar la ciudad antes de la ceremonia inaugural de los juegos el 5 de agosto, han abatido a tiros a más de 100 personas este año, la mayoría jóvenes negros que viven en barrios pobres.

Pero los activistas dicen que la violencia homofóbica constante también amenaza con cambiar drásticamente una imagen nacional idealizada que promete igualdad y respeto para todos los brasileños.

“Vivimos de esta imagen como un lugar abierto y tolerante”, dijo Jandira Queiroz, coordinadora de movilizaciones en Amnistía Internacional Brasil. “La violencia homofóbica ha alcanzado niveles de crisis, y está empeorando”.

La reputación de tolerancia casi mítica de Brasil no carece de justificación. En las casi tres décadas desde que la democracia reemplazó a la dictadura militar, el gobierno brasileño ha introducido numerosas leyes y políticas destinadas a mejorar la vida de las minorías sexuales. En 1996, estuvo entre los primeros en ofrecer medicamentos antirretrovirales gratuitos a las personas con VIH. En 2003, Brasil se convirtió en el primer país en Latinoamérica en reconocer las uniones entre personas del mismo sexo para propósitos de inmigración, y estuvo entre los primeros en permitir que las parejas gays adoptaran niños.

En 2013, el sistema judicial brasileño legalizó efectivamente el matrimonio entre personas del mismos sexo.

Algunos expertos sugieren que las políticas gubernamentales liberales quizá se hayan adelantado demasiado a las costumbres sociales tradicionales. La violencia contra los homosexuales, afirman, puede tener su origen en la cultura de machismo de Brasil y en un tipo de cristianismo evangélico, exportado de Estados Unidos, que es abierto en su oposición a la homosexualidad.

Los evangélicos conforman casi una cuarta parte de la población de Brasil, un aumento significativo respecto del 5 por ciento en 1970, y los líderes religiosos llegan a millones de personas a través de los cientos de estaciones de televisión y radio que han comprado en los últimos años.

Las congregaciones pentecostales estilo estadounidense también desempeñan un papel cada vez más fuerte en la política brasileña. Los votantes evangélicos han ayudado a enviar a más de 60 legisladores a la cámara baja del Congreso de 513 miembros, duplicando su número desde 2010 y convirtiéndolos en uno de los bloques más disciplinados en una legislatura rebelde y dividida.

Jean Wyllys, el único miembro abiertamente gay del Congreso de Brasil, dijo que los legisladores evangélicos, el núcleo de una coalición conocida como el “caucus BBB” _ por la sigla de balas, quejas y Biblia _, han obstaculizado leyes que castigarían la discriminación contra los homosexuales e incrementarían las sanciones por los crímenes de odio.

“Los evangélicos están volviéndose cada vez más poderosos y se han apoderado del Congreso”, dijo Wyllys.

Marco Feliciano, un prominente miembro del bloque evangélico en el Congreso, rechaza las sugerencias de que el sentimiento contra los homosexuales fomente la violencia. En una entrevista, expresó remordimiento por una declaración anterior que describía al sida como “un cáncer de gays” pero defendió los esfuerzos por combatir la legislación de los derechos de los homosexuales, insistiendo, por ejemplo, en que las parejas del mismos sexo son poco aptas para ser padres.

“Ponen a la civilización y a las familias tradicionales en riesgo de destrucción”, afirmó.

Los políticos conservadores han resistido los esfuerzos para enseñar la tolerancia en las escuelas, y la policía ha mostrado poco interés en adoptar programas de entrenamiento para ayudar a sus agentes a hacer frente a los crímenes de odio. Las víctimas de la violencia contra los homosexuales y transexuales dicen que a menudo experimentan una nueva ronda de humillación de parte de las autoridades, algunas de las cuales son abiertamente hostiles a las solicitudes de que registren un crimen como motivado por prejuicios.

Dudu Quintanilha, un artista y fotógrafo de Sao Paulo de 28 años de edad, dijo que había sido apaleado por cuatro asaltantes durante el Carnaval de este año. Los atacantes, quienes se abalanzaron sobre él en el centro de la ciudad, le gritaron epítetos antigay mientras le ensangrentaban el rostro, dijo, pero la policía se negó a considerar el ataque como un acto de homofobia.

A lo largo de horas, dijo, los agentes de una estación de policía insistieron en que él había sido víctima de un robo simple porque perdió su teléfono celular y su cartera durante el caos. “Al final, me hicieron dudar si realmente había ocurrido un ataque homofóbico”, dijo. “Me hicieron dudar de si estaba en mi sano juicio”.

Activistas dicen que los brasileños transexuales enfrentan la mayor brutalidad, y muchas víctimas de asesinato son mutiladas. El año pasado, un grupo de hombres grabó en video su agresión a Piu da Silva, de 25 años de edad, una entusiasta bailarina de samba en Río de Janeiro, quien fue torturada y obligada a rogar por su vida antes de ser apuñalada y recibir seis disparos. Los asaltantes, que publicaron el ataque en Facebook, no fueron encontrados.

“Los transexuales viven con temor constante”, dijo Kvalo.

Andrew Jacobs
© 2016 New York Times News Service