El Brexit, un salto en la oscuridad

LONDRES. Los británicos les propinaron una dura patada en la cara a los sectores políticos, financieros y empresariales de todo el mundo al votar en favor de abandonar la Unión Europea. Esta histórica decisión hundirá a la Gran Bretaña en la incertidumbre en los años venideros y dará marcha atrás a la integración en la que se había basado la estabilidad del continente.

Las advertencias del presidente Barack Obama, de los líderes políticos británicos y del Fondo Monetario Internacional sobre las sombrías consecuencias del mutis británico cayeron en oídos sordos. Y en todo caso, solo sirvieron para azuzar el ánimo de rabia desafiante contra esas mismas élites.

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Ese resentimiento tiene su raíz en muchas cosas, pero puede resumirse como una revuelta contra el capitalismo global. Al diablo con los expertos y la corrección política, que fue el ánimo predominante hacia el final. La mayoría de los británicos no tiene tiempo para los políticos que le dieron al mundo la desastrosa guerra de Irak, el derrumbe financiero de 2008, la austeridad como solución a los males del euro, los salarios estancados para la clase trabajadora, la elevada inmigración y los paraísos fiscales para los súper ricos.

No importó que algunas de esas cuestiones no tuvieran relación directa con la Unión Europea ni con la tan difamada burocracia de Bruselas. Fue un blanco conveniente en esos inquietos momentos que también hicieron de Donald Drumpf el presunto candidato republicano a la presidencia; y que ahora podría llevarlo más allá en una oleada similar de nativismo y furia contra el establecimiento.

David Cameron, el primer ministro británico que se vio obligado a convocar al referendo por el ala derecha de su Partido Conservador, anunció que iba a renunciar, permaneciendo en calidad de encargado durante unos meses. Esa fue la mejor decisión y, por lo demás, fue inevitable. Él condujo al país a esta debacle.

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La libra, como era de esperarse, se hundió un diez por ciento, alcanzando su nivel más bajo desde 1985. Los mercados globales resintieron la sacudida. Los políticos europeos tradicionales lamentaron la triste jornada para Europa y Gran Bretaña; los derechistas como Marine le Pen en Francia estaban exultantes. El mundo ha entrado en un periodo de grave volatilidad.

El acrecentamiento de la unidad fue una base fundamental desde los años cincuenta, no solo para la paz en Europa _ pues puso fin a las guerras repetitivas que devastaron a varias generaciones de europeos _ sino también para el orden político mundial. Ahora puede ocurrir cualquier cosa. Es posible que haya empezado un proceso de desmembramiento europeo. Se ha socavado uno de los supuestos centrales de la política exterior de Estados Unidos: que una Europa unida ha superado sus divisiones.

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Geert Wilders, político holandés de extrema derecha que milita contra la inmigración, no tardó en comentar por Twitter: “¡Bravo por los británicos! Ahora es nuestro turno. Es hora de un referendo holandés.” La Unión Europea ahora está más vulnerable que en cualquier otro momento desde su concepción. Las imágenes sagradas de antaño _ como la del presidente francés François Miterrand del brazo del canciller alemán Helmut Kohl en Verdún _ han perdido su resonancia. Los apuros del euro, la oleada migratoria (tanto dentro de la Unión Europea, de los países miembros pobres a los ricos, como desde el exterior) y la alta tasa de desempleo han provocado una escalofriante pérdida colectiva de paciencia, prudencia y memoria. Todo lo demás se ha vuelto un sentimiento generalizado; la irracionalidad está en el aire.

Debe tomarse muy en serio el colosal salto en la oscuridad que estuvo dispuesto a dar un pueblo tradicionalmente cauto, el británico. Da a entender que tales saltos pueden ocurrir en otras partes, quizá en Estados Unidos con Drumpf. Ahora es más probable la victoria de Drumpf en noviembre pues tiene un precedente inmediato en una democracia desarrollada que estuvo dispuesta a lanzar por el vertedero el estatus quo en favor del gran riesgo de lo desconocido.

Cincuenta y dos por ciento de la población británica estuvo dispuesta a enfrentarse a mayor desempleo, a una moneda más débil, a una posible recesión,

a las turbulencias políticas, la pérdida de un mercado de 500 millones de personas, un desastroso divorcio que podría llevar hasta dos años en darse por concluido, una subsecuente negociación muy prolongada de la relación que tendrá Gran Bretaña con Europa y el tortuoso examen de leyes y tratados comerciales y ambientales para volver a redactarlos. ¿Y todo esto por qué? Por lo que el líder de la derecha Nigel Farage llamó simplonamente el “día de la independencia”. Gran Bretaña era una nación soberana antes de esta votación en todos los sentidos importantes. Y lo sigue siendo. Un término más adecuado sería “día del alejamiento”.

Los ingleses también estuvieron dispuestos a arriesgar algo más: la estabilidad del Reino Unido. Escocia votó en favor de permanecer en la Unión Europea por un margen de 62 a 38 por ciento. Irlanda del Norte votó en favor de quedarse por 56 a 44 por ciento. Ahora es probable que los escoceses busquen un nuevo referendo sobre su independencia.

Las divisiones no fueron solo nacionales. Londres votó abrumadoramente en favor de quedarse. Pero el campo, los pueblos pequeños y los centros industriales en provincia, muy afectados económicamente, votaron abrumadoramente en favor de salirse y fueron ellos los que ganaron. La votación reveló la existencia de una Gran Bretaña fisurada entre una clase urbana y liberal centrada en Londres y el resto de la población.

Las fallas de Europa _ y han sido conspicuas a lo largo de los últimos diez años _ simplemente no son suficientes para explicar lo que Gran Bretaña se hizo a sí misma. Este fue un voto en contra del orden económico y social global producido en los primeros dieciséis años del siglo XXI. No sabemos a dónde conduzca. Lo peor no es inevitable pero sí es posible. Gran Bretaña seguirá siendo una potencia de importancia. Pero estará dando peleas por debajo de su nivel. Se enfrenta a riesgos políticos y económicos muy graves y de largo plazo.

El enojo se centró básicamente en los cientos de miles de inmigrantes que llegan a Gran Bretaña cada año, la mayoría desde otras naciones europeas como Polonia. El Partido Independiente del Reino Unido de Farage, incitado en muchos sentidos por la prensa, logró agitar una tormenta que confundió la inmigración interna de la Unión Europea con los refugiados del Medio Oriente. Se cultivaron mitos descabellados, como el inminente ingreso de Turquía en la Unión Europea. La violencia entró en la campaña en una ola de xenofobia y de retórica basada en la idea de “recuperar al país”.

Bajo esta luz, no es sorprendente que los simpatizantes de Drumpf hayan quedado encantados. Sarah Palin recibió las “buenas noticias”. Un comentario en Twitter de un simpatizante decía: “Estoy fascinado con el Reino Unido. Primer paso; es tiempo de que caigan todos los dominós, que todos los países se salgan y se acabe la Unión Europea.”

Drumpf llegó a Escocia el viernes, en una visita muy oportuna. Él declaró que el voto para salirse de la Unión Europea era “una gran cosa” y que los británicos “habían recuperado su país”. No dijo quién se los había quitado en primer lugar, pero el gran espectro de nuestros tiempos es una fuerza oscura, controladora y global que roba la identidad nacional.

Es bastante seguro que el sucesor de Cameron sea Boris Johnson, ex alcalde de Londres ampuloso y voluble con una característica melena de cabello rubio. Johnson fue el líder de la campaña por la “Brexit” y ahora quizá pueda cosechar su recompensa política. Se avecina la era del pelo.

El historiador Timothy Garton Ash, parafraseando el dicho de Winston Churchill sobre la democracia, observó antes del referendo que “la Europa que tenemos actualmente es la peor Europa posible, excluyendo todas las otras Europas que hemos probado de tanto en tanto.”

Fue un sabio llamado a la prudencia en el imperfecto mundo real. Ahora, motivada por los mitos de la soberanía y de las hordas invasoras, Gran Bretaña ha abierto una nueva época de vicisitudes traicioneras, tanto para el Viejo Continente como para sí misma.

Mi sobrino escribió en Facebook que nunca se había sentido menos orgulloso de su país. Yo siento lo mismo por el país en el que crecí y que abandoné.

Roger Cohen

© 2016 New York Times News Service