Candela para el Año Viejo

BOGOTÁ — A pesar de la temperatura sofocante del Caribe, él luce una pesada indumentaria de clima frío: chaqueta de paño abotonada hasta el cuello, pantalón de pana, botas de cuero que casi le llegan a las rodillas. Tiene un rifle de juguete en la mano derecha y una botella de aguardiente en la izquierda. De su boca entreabierta pende un habano que parece a punto de caerse. Sentado al borde de la carretera que conecta a las ciudades costeras de Santa Marta y Barranquilla, es la sensación de los viajeros navideños.

El nombre que lleva inscrito en el pecho —don Benigno de la Paz— alude al acuerdo entre las Farc y el gobierno de Colombia. Debajo, en el mismo retazo de cartulina, hay un mensaje dirigido a los transeúntes: “Seguir en guerra para que haya paz es como tener sexo para defender la virginidad. Un próspero Año Nuevo”.

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Don Benigno de la Paz es uno de los tantos monigotes que, por esta época, invaden el espacio público. Rellenos con trapos o con aserrín, tienen una apariencia disparatada que causa hilaridad entre el público: barbas revueltas, gorros contrahechos, gafas sin patas, extremidades desiguales.

El muñeco de Año Viejo es un símbolo navideño muy popular en Colombia. Desde principios de diciembre se enseñorea por los cuatro puntos cardinales del país con sus vestimentas estrafalarias y su exaltación del gozo:

“El licor no soluciona tus problemas, pero, bueno, el agua tampoco”.

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“No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Déjalo para pasado mañana y así estarás libre hoy y mañana”.

Entre los monigotes de 2016 también hay críticos del acuerdo con las Farc. Por ejemplo, uno que apareció recientemente en televisión portando este letrero: “Si Santos le regaló el país a la guerrilla, ¿por qué ustedes no me regalan un litro de ron?”.

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El muñeco de Año Viejo siempre se pronuncia a favor o en contra, independientemente de lo que piensen quienes verán sus glosas. Jamás elige el cómodo centro que dictan los mandamases de la corrección política. O lo uno o lo otro, o par o impar, o blanco o negro. Es intenso, chillón, altisonante, radical. Suele darles a ciertas adversidades una interpretación satírica: “Que el próximo año nos sigan meando si quieren, pero que no nos digan que está lloviendo”. El Muñeco de Año Viejo descubre el peso de nuestra realidad en una balanza que la exagera. Por eso encaja en la definición de caricatura que planteaba Joseph Conrad: “Poner la cara de una broma en el cuerpo de una verdad”. La sociedad necesita este recurso para comprenderse a sí misma.

En todo caso, la mayoría de quienes participan en esta tradición están menos interesados en la arenga política que en la celebración pagana de la Navidad. El 31 de diciembre el muñeco es quemado al aire libre en una velada comunal. Los oficiantes suponen que es un rito liberador por cuanto destruye ciertos males encostrados durante el año: desempleo, congojas, epidemias. Cuando el monigote termina de arder todos se sienten alivianados. Hay cánticos, abrazos. A veces los asistentes manifiestan un deseo para el ciclo que comienza.

El escritor rumano Mircea Eliade decía que hasta los pueblos civilizados necesitan estas ceremonias de supresión del pasado para alimentar cada tanto la ilusión de un nuevo orden, más justo para todos. En la nueva vuelta al sol seguramente abundarán las oportunidades, así que a beber y a comer antes de que venga la muerte. El próximo año lo delicioso no será tan caro ni estará prohibido ni nos matará. Está escrito en la humareda que, a partir de hoy, la mujer amada tirará el beso y esconderá la piedra y el amor eterno remplazará al desamor crónico. Además, gozaremos de buena salud, ahorraremos dinero, tendremos tiempo para contemplar los paisajes.

El colombiano, a pesar de su propensión a la fiesta, suele ser pesimista. Un campesino de Córdoba lo plantea con esta sentencia inspirada: “El que nace para tres pesos, se encuentra diez y se le pierden siete”. Al final, de todos modos, el dinero se nos saldrá de los bolsillos. Entonces sigamos celebrando. ¿Para qué diablos nos preocupamos por lo que sucederá mañana, si lo que está sucediendo ahora es sabroso? ¡Salud, compadre! ¡Salud, comadre!

Si la fogata del muñeco no despeja el futuro, por lo menos atiza el presente. Espanta a los zancudos, nos despabila a nosotros. Ya decían las abuelas que cuando chisporrotea la candela ningún perro es vago. Encendamos un mazo de velas y bailemos un fandango, carajo. Luego expresemos otro deseo para el año que viene. Total, como decía el genial Roberto Fontanarrosa, Dios aprieta pero no ahorca porque no es sádico.

El muñeco de Año Viejo nos ayuda a reencontrar el niño que fuimos. A él lo engañamos más fácilmente con la ficción de que el próximo año comeremos perdices y seremos felices.