Complicidades y traiciones de Castro en México

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Fidel Castro fue siempre un aliado del régimen autoritario del PRI. Por décadas, los servicios secretos mexicanos estuvieron a su servicio. Desde su preparación logística a fines de los años 50 para hacer la revolución en Cuba hasta la neutralización, ya en el año 2000, de quienes les resultaran una amenaza.
Por eso no fue extraño que en diciembre de 1988 le diera el aval a Carlos Salinas de Gortari. Tampoco, que en la segunda mitad de los años noventa, con Salinas convertido entonces en un paria internacional, le diera refugio.
Cuando decidió estar presente en la toma de posesión de Salinas, sabía del efecto devastador en el movimiento social que se había aglutinado en torno a Cuauhtémoc Cárdenas. Pero sobre todo en el proceso democratizador de México.
Contribuyó así a preservar el régimen autoritario e indirectamente a orientar hacia la derecha el control político de México.
Su lealtad fue para el general Lázaro Cárdenas, hombre fuerte del régimen priista. No para su hijo Cuauhtémoc, que rompió con el partido hegemónico.
En las décadas de la guerra fría incentivó los procesos revolucionarios en América Latina. No en México. Fue un mudo testigo de la fiebre anticomunista del régimen priista que asesinó a estudiantes, aplastó los movimientos sociales y aniquiló a la guerrilla.
A cambio, sus servicios de seguridad podían operar sin problemas, reclutando a colaboradores y persiguiendo a críticos y disidentes. Pero, sobre todo, jugando en el teatro internacional de espionaje y contraespionaje que entonces era la Ciudad de México.
El régimen priista no fue ajeno a ese juego de espejos, y hasta el presidente Luis Echeverría se ofreció al presidente estadunidense Richard Nixon para detener los impulsos revolucionarios de Castro en la región.
Incluso con su liberalismo económico, el régimen del PRI mantuvo la relación de mutuo interés con Castro. El presidente Ernesto Zedillo todavía le hizo un último favor, a pesar de la franca confrontación que tuvieron por el tema de los derechos humanos.
En octubre de 2000, agentes del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), herederos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) que tanto ayudó a Castro, detuvieron a quien había sido cónsul de Cuba en México, Pedro Riera Escalante.
Desafecto del castrismo, Riera Escalante era una amenaza para los dos regímenes. Estaba dispuesto a revelar los secretos de las operaciones de inteligencia de Cuba en México. Los detalles los conocía muy bien porque durante años fue el encargado de infiltrar a la embajada de Estados Unidos en México. Para esa tarea reclutó a empresarios, intelectuales, periodistas y otros colaboradores mexicanos.
El gobierno de Zedillo lo secuestró en la capital mexicana y se lo entregó al régimen, que lo encarceló varios años. Exiliado, Riera Escalante ahora tiene demandado al Estado mexicano ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Cuba no reconoce a la CIDH, pero México aún tiene pendiente aclarar el caso que puede ventilar parte de las complicidades y traiciones de Castro y el PRI.