El conflicto central de la política del siglo XXI: ¿Quién pertenece?

WASHINGTON _ La tendencia surgió en la conciencia popular el año pasado con el ascenso de la política de extrema derecha en Europa. Se propagó con la exitosa campaña de Donald Trump para convertirse en el presunto candidato presidencial republicano en Estados Unidos. Y sus consecuencias se hicieron inequívocas con el voto del mes pasado que se dio en Gran Bretaña para salirse de la Unión Europea.

¿Qué impulsa este aumento en el populismo antinmigrante en la política occidental?

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Michael Ignatieff tiene una teoría, enraizada en su investigación como un profesor en la Escuela Kennedy de Gobierno en Harvard, así como en su experiencia cuando fue dirigente del Partido Liberal de Canadá.

Según su argumento, lo que estamos viendo, en parte, es una división ideológica entre las elites cosmopolitas que ven a la inmigración como un bien común basado en los derechos universales y los electores que la ven como un don conferido a ciertos extraños considerados dignos de unirse a la comunidad.

Este desacuerdo, dijo en una entrevista, ha animado gran parte de las reacciones violentas en contra de la inmigración, a la que se describe como “incontrolada” y una amenaza para las comunidades receptoras. Estos desacuerdos por “quién pertenece”, dijo, “definirán al siglo XXI”.

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A continuación se presentan fragmentos de nuestra conversación, corregidos por razones de claridad.

PREGUNTA: La “brexit” tomó por sorpresa a muchas personas en tanto un acontecimiento político específico, pero, también, como una expresión de algunas tendencias más generales. Una de ellas es el nacionalismo en aumento, a pesar de la globalización y del desarrollo de instituciones transfronterizas, como la Unión Europea. ¿De dónde es que provienen?

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RESPUESTA: Una idea que sí me asombra es: ¿Por qué debería sorprendernos?

La globalización y un mundo sin fronteras han sido increíbles para los educados, jóvenes, que tienen movilidad, multilingües, multiculturales. Pero la globalización ha sido, realmente, dura para personas cuyos empleos están atados a una comunidad, cuya movilidad está limitada por una instrucción limitada y _ más positivamente _ porque su primera fidelidad es para con su comunidad, su localidad, su lugar de nacimiento.

Los cosmopolitas se sorprenden perpetuamente porque A, solo son uno por ciento de la población y B, la mayoría de las personas no piensan como ellos.

Y, como consecuencia, se sorprenden perpetuamente cuando las personas, por ejemplo, en el norte de Inglaterra, en Sunderland y Wigan _ su periódico ha estado haciendo artículos maravillosos sobre esto _, dicen: “Yo no quiero defender a Stuttgart o a Dusseldorf. Yo quiero alzarme y defender a Wigan”.

Ese es el mundo que conocen. Ese es el mundo que les importa. Es donde crecieron sus padres o donde están enterrados. Es donde están sus lealtades.

Sienten que, sencillamente, el mundo global, con movilidad y cosmopolita está fuera de alcance. No solo fuera del alcance, sino que es maligno, en el sentido en el que la elite cosmopolita mundial es las personas que están sacando los empleos del país. Son las personas que están aprobando estas normativas incomprensibles en Bruselas. Son las personas que han cerrado las minas de carbón y las fábricas de acero, y siguen diciéndote que el libre mercado mundial hace flotar a todos los barcos.

Cuando se les da un referendo que les ofrece la ilusión de recuperar el control, lo aprovechan.

Esta no es solo una historia de nacionalismo. También es una historia sobre desigualdad. La división entre los cosmopolitas y los nacionalistas va a definir al siglo XXI. La “brexit” no es solo un traspié en el camino hacia un brillante futuro cosmopolita, ni tampoco es nacionalismo. Los cosmopolitas condescienden continuamente con el nacionalismo, pero mi orgullo patriota es tu nacionalismo, ¿cierto?

P: Pero si el nacionalismo provienen de sentimientos positivos de orgullo y conexión con la propia comunidad, ¿por qué es frecuente que eso parezca manifestarse en temores a la inmigración, como una amenaza a esa comunidad, como sucedió con la “brexit”?

R: El problema siempre es: ¿quién pertenece?

De muchas formas, la migración mundial está exacerbando el rasgo sobresaliente de la división entre un ciudadano y un extraño. Por todas partes, los ciudadanos dicen,: “Lo único que para significa la comunidad política, lo único que significa la nación, es el control de mis fronteras y el derecho a definir quién entra y quién no”.

La “brexit” fue un espectáculo asombroso en el que las personas que son inmigrantes recientes, indios, paquistaníes, de origen, estaban diciendo: “No mas polacos”. Se trataba de ciudadanos que decían: “Hemos perdido el control de nuestras fronteras. El libre movimiento de las personas es, simplemente, incompatible con la democracia. Es incompatible con la autodeterminación de los pueblos”.

Eso es lo que es el nacionalismo: “Recuperar el control, el control de nuestras fronteras. Recuperar el control de nuestra economía”.

El problema, en un mundo globalizado, es que todo control es relativo.

P: Ese temor a perder el control es algo que oímos mucho en Estados Unidos, especialmente con Donald Trump. ¿Usted cree que esté relacionado con lo que está pasando en Europa?

R: El desastre para la gente fuera de Estados Unidos es ver que el país más poderoso del mundo _ la nación que tiene más soberanía y más soberanía efectiva que cualquier otro país en el mundo _ tiene millones de personas dentro, en Ohio y Pensilvania e Indiana, que piensan que su país perdió el control. Es decir, que no puede controlar sus frontera, no puede controlar quién consigue empleo, no puede controlar las condiciones básicas de su vida. Así es que se sienten desamparados.

Y eso produce una reacción nacionalista que es muy, pero muy fuerte, misma que está aprovechando un cierto candidato.

Resalta el hecho de que si millones de estadounidenses pueden sentir que Estados Unidos no es un país totalmente soberano, es posible imaginar cuántos millones de británicos podrían sentir lo mismo, o millones de húngaros, o millones en otros pueblos.

P: ¿Acaso a esto lo impulsa, en algún nivel, un conflicto entre democracia y globalización? De ser así, ¿se puede resolver?

R: Sí creo que hay una verdadera desconexión entre el discurso cosmopolita internacional sobre los derechos _ los derechos de los migrantes, los derechos de los refugiados _ frente a la forma en la que la gente común en la mayoría de las democracias ve esta cuestión.

Para la gente común, la relación de un ciudadano con un extraño es una de don, no una de derechos. Piensan que depende del ciudadano decidir quién entra. Depende del ciudadano quién decide cuáles son los límites de una comunidad política.

Eso es lo que significa la democracia para ellos. Eso es lo que la democracia les promete: el control de las fronteras y la distribución de dones discrecionales a quienes ellos deciden que pertenecen a la comunidad.

Hay muchos partidarios de la “brexit” que piensan que un país decente es generoso para con los extranjeros, es compasivo con los extraños. Sin embargo, ese es el lenguaje del don. No es un lenguaje de derechos. Se trata de un tema emergente que muchos políticos cosmopolitas liberales _ ¡y yo he sido uno! _ no entendían.

Se trata de un elemento clave en este giro nacionalista. Todos hemos sido lentos en ver lo que está pasando, pero es una enorme tendencia que se está aceptando, la distinción entre los derechos y los dones. Ayuda entenderlo.

Isaiah Berlin dijo que el nacionalismo es como la vara retorcida. La globalización puede destorcer la vara, pero, en cierto punto volverá a su lugar con fuerza renovada y eso es lo que está pasando con la “brexit”. Está sucediendo por toda Europa.

Amanda Taub
© 2016 New York Times News Service