Cuando un chiflado busca un alto cargo

© 2016 New York Times News Service

Una de las trampas mentales en que todos caemos, incluidos periodistas, es percibir la política a través de narrativas.

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El Presidente Gerald Ford había sido una estrella de futbol americano, pero, de alguna forma, en los medios desarrollamos una narrativa de él como un torpe; de forma que cada vez que tropezaba, aparecía un clip en el noticiario nocturno. De la misma forma, en los medios presentamos erróneamente al Presidente Jimmy Carter como un balbuceante pelagatos, incluso al tiempo que él enfrentó los desafíos más duros, desde reconocer a China hasta regresar el Canal de Panamá.

Después, en 2000, pintamos a Al Gore como inauténtico y con propensión a exageraciones de autobombo, y el elemento más memorable de los debates presidenciales ese año terminaron siendo no las declaraciones erradas de George W. Bush, sino los dramáticos suspiros de Gore.

Saco a colación este registro probado de altibajos porque me pregunto si una vez más, nuestros reportajes colectivos no están alimentando percepciones equivocadas.

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Un sondeo entre CNN y ORC este mes arrojó que, por margen de 15 puntos porcentuales, los votantes pensaban que Donald Trump era “más honesto y confiable” que Hillary Clinton. Seamos francos: Esta percepción popular va totalmente en contra de toda evidencia.

En el sitio en línea PolitiFact, 13 por ciento de las declaraciones de Clinton que fueron revisadas terminaron con la categoría de “falsas” o “mentiras grandes”, comparado con 53 por ciento de las de Trump. Al revés, la mitad de las de Clinton son catalogadas “ciertas” o “mayormente ciertas” comparado con 15 por ciento de las declaraciones de Trump.

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Claramente, Clinton matiza la verdad… pero no hay comparación con Trump.

No estoy seguro de que el periodismo sea responsable, pero esto efectivamente saca a colación el espinoso tema de la falsa equivalencia, que ha sido debatido intensamente entre periodistas en esta campaña. A continuación la pregunta: ¿Es mal praxis periodística citar a cada parte y dejarle a los lectores sacar sus propias conclusiones, incluso si una de las partes parece estar fabricando hechos o haciendo comentarios absurdos?

El Presidente Barack Obama intervino esta semana, diciendo que “no podemos darnos el lujo de actuar como si aquí hubiera una equivalencia”.

Desconfío de grandes conclusiones sobre la falsa equivalencia desde 30,000 pies de altura. Pero en las bases populares de una campaña, creo que podemos hacerlo mejor para indicar que una de las partes es un payaso.

Hay chiflados que creen que la tierra es plana, y no merecen ser citados sin explicar que esto es una, eh, perspectiva periférica, y lo mismo va para un chiflado que ha argumentado que el cambio climático es un engaño hecho por los chinos, quien se ha pronunciado por prohibir la entrada de musulmanes y quien ha dicho que construirá un muro fronterizo y que México lo pagará.

Debemos a nuestros lectores una indicación de cuando estamos escribiendo sobre un chiflado. Incluso si es un candidato presidencial. No: particularmente cuando se trata de un candidato presidencial.

Francamente se ha dado un nivel de irrealidad en una parte de la discusión de campaña: en parte debido a que la narrativa de Hillary Clinton es la de una candidata resbaladiza y deshonesta, la discusión gira desproporcionadamente en torno a ese tema. Sí, Clinton ha sido taimada y legalista en sus explicaciones sobre mensajes de correo electrónico. En el ínterin, Trump es un mitómano que, a todas luces, engañó sistemáticamente a clientes de la Universidad Trump.

Las finanzas de Clinton son un campo minado, lo cual sabemos porque ella ha divulgado 39 años de declaraciones fiscales; Trump sería el primer nominado de importancia del partido desde Ford que no da a conocer su declaración de impuestos (incluso Ford divulgó un sumario fiscal). Además, cada analista serio sabe que Trump está contando una mentira cuando promete alegremente construir un muro de 25,000 millones de dólares que México pagará.

Después está la cuestión de las fundaciones. Sí, Clinton creó conflictos de interés con la fundación familiar y no reveló plenamente a los donadores, como lo había prometido. Sin embargo, la Fundación Trump violó llanamente la ley al hacer una contribución política (que pudiera haber sido un soborno para evitar una investigación, pero esa es otra historia).

Vale igualmente la pena evitar la equivalencia moral con respecto al trabajo de las dos fundaciones: la Fundación Clinton salva vidas por todo el mundo de SIDA y desnutrición, en tanto la Fundación Trump usó sus recursos para comprar – ¡sí! – un gran pintura de Trump, como un regalo para Trump (eso también pudiera violar las reglas hacendarias).

El último zafarrancho ha sido el cuidado de salud. Ninguno de los candidatos ha sido muy abierto con respecto a salud, pero Clinton ha presentado registros médicos mucho más detallados que Trump, y una empresa actuarial le dijo al The Washington Post Fact Checker que Clinton tiene 5.9 por ciento de probabilidades de morir para el final de un segundo mandato en la presidencia estadounidense, mientras que Trump tendría una probabilidad de 8.4 por ciento.

Así que me pregunto si los esfuerzos periodísticos por la imparcialidad no generan el riesgo de normalizar a Trump, sin reconocer cabalmente hasta qué grado él es un candidato anormal. Históricamente en los medios informativos, a veces hemos caído en las garras de simplistas narrativas o falsas equivalencias, y realmente deberíamos intentar garantizar que eso no ocurra de nuevo.

Deberíamos ser perros guardianes, no perros falderos, y cuando la población considera que Trump es más honesto que Clinton, algo ha salido mal.

Por mi parte, nunca he conocido a un político nacional tan mal informado, tan engañoso, tan evasivo y tan vacuo como Trump. Él no es normal. Y de alguna forma, eso es lo que nuestros ladridos necesitan transmitir.

Póngase en contacto con Nicholas Kristof en Facebook.com/Kristof, Twitter.com/NickKristof o por correo postal escribiéndole a: The New York Times, 620 Eighth Ave., New York, NY 10018.

Nicholas Kristof
© The New York Times 2016