Cuando Fidel Castro fascinaba a los intelectuales franceses

En los años 1960, los intelectuales y artistas franceses, desde el actor Gérard Philipe al filósofo Jean-Paul Sartre, acuden a La Habana, fascinados por la Revolución cubana. Para ellos Fidel Castro, fallecido el viernes, encarnó “la esperanza”, al menos durante un tiempo.

“Fidel Castro llegó cuando el estalinismo empezaba a bajar el telón. Encarnó la esperanza como algo salvador”, explica a la AFP Jean Daniel, cofundador del semanario Le Nouvel Observateur, quien se entrevistó con el líder cubano en 1963, cuando aún era periodista en la revista Express.

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El 1 de enero de 1959, cuando Castro proclamó el inicio de la Revolución desde el balcón del Ayuntamiento de Santiago de Cuba, ésta aún no era marxista. Pero era sin duda de izquierdas y representaba un maravillosa esperanza para algunos intelectuales tras la debacle estalinista.

“Fidel Castro, eran esos jóvenes, esos estudiantes que habían logrado vencer a una dictadura y también al imperialismo estadounidense. Había una simpatía inmediata, casi irresistible”, recuerda el exministro socialista Jack Lang.

“Sus primeras medidas a favor de la educación, de la salud, de la cultura seducían a quienes soñaban con otra sociedad en Francia o en otros lugares”, añade. “En aquel momento, Fidel podía encarnar una especie de utopía. Y algunos la suscribieron hasta la obcecación”.

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En plena Guerra Fría, el actor Gérard Philipe es uno de los primeros en estrechar la mano de Castro en 1959, tan sólo unos meses después de su acceso al poder tras dos años de guerrilla contra el régimen de Fulgencio Batista.

Otros muchos seguirán su ejemplo, como el cofundador de Médicos Sin Fronteras, Bernard Kouchner, el periodista Claude Julien, los escritores Michel Leiris, Marguerite Duras y Jorge Semprun, o el editor François Maspero.

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“Había algo romántico en Castro, algo brillante”, dice Jean Daniel. El mito Castro “también era el color, la música y el romanticismo cubanos”.

“Era un régimen totalitario que fascinaba por la personalidad autoritaria del líder y por el lado libertario de la isla (…) Castro añadía al totalitarismo comunista un toque picante”, opina el filósofo Pascal Bruckner, que describe sin embargo al cubano como “un dictador espantoso que mantuvo a su isla en la miseria y el hambre hasta su muerte”.

– “Necesario creer en él” –

En aquella época, “Fidel Castro encarna la felicidad, la felicidad dentro de la revolución”, dice Daniel.

El intelectual Régis Debray, que fue amigo de Castro y del Che Guevara, no pudo ser contactado por la AFP este sábado.

“Tuve mis años cubanos, de los que no reniego. Hasta 1989, recibía la tradicional caja de (puros) ‘Cohiba’ de parte de Fidel Castro. Luego se acabó, a raíz de divergencias políticas”, declaraba Debray en una entrevista en 2013.

En 1960, la visita de Sartre y Simone de Beauvoir acabó de glorificar la labor castrista a ojos de los intelectuales parisinos y de la izquierda antiestadounidense.

La cineasta Agnès Varda dirige en 1963 una película de propaganda, musical y poética, que refleja el entusiasmo de los intelectuales del barrio parisino de Saint-Germain-des-Près por el líder cubano.

“Fidel Castro representaba la forma de antiamericanismo más osada, dado el tamaño del país”, explica Daniel. “Fue necesario creer en él, incluso entre los más escépticos”.

El exiliado cubano Jacobo Machover, en su ensayo “Cuba, el acompañamiento culpable, los compañeros de la barbarie” (2010), denuncia a los intelectuales que “se negaron a criticar el horror tras las imágenes de dirigentes revolucionarios transformados en héroes románticos”.

“Fidel Castro mistificó a los intelectuales franceses”, acusa.

Sin embargo, desde 1961, Castro dejó claros los límites de la libertad de expresión: “En la Revolución todo, contra la Revolución, nada”. Pero sus partidarios siguen alabándolo.

En 1971, las autoridades detuvieron al poeta Heberto Padilla, lo cual provocó la ruptura de los intelectuales franceses con el régimen cubano. Sarte envió a la isla una carta firmada por unos 60 intelectuales, en una suerte de ejercicio de autocrítica.

Castro replicó calificándolos de “agentes de la CIA” y prohibiéndoles la entrada a Cuba de forma indefinida.