Cuba despide a Fidel Castro como un héroe nacional

SANTIAGO DE CUBA – La Plaza de la Revolución no lucía atestada la noche del sábado en que los santiagueros despidieron a Fidel Castro. Con una nutrida asistencia, pero sin colmar todos los accesos al área, Santiago fue la última parada en la caravana que realizó el gobierno con las cenizas de Fidel Castro para que los cubanos pudieran rendirle tributo a su máximo líder político.

“Sí se puede proclamar el carácter socialista de Cuba a 90 millas del imperio”, dijo Raúl Castro, presidente de Cuba, en el último acto masivo de la caravana de 1000 kilómetros que llevó los restos de su hermano por la mayoría de las principales ciudades de la isla. “Sí se puede resistir, sobrevivir y desarrollarnos sin renunciar a nuestros principios y los ideales del socialismo”.

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La audiencia lo interrumpía al grito de “Raúl, amigo, el pueblo está contigo”.

El discurso de Castro se centró en los diversos logros de la carrera política de Fidel, destacando momentos históricos como el asalto al cuartel Moncada, la crisis de los misiles, el período especial de los años noventa —cuando el producto interno bruto del país se contrajo un 34,8 por ciento—, la educación y salud gratuitas, las luchas internacionalistas en África y la gesta bélica que ambos desarrollaron en Sierra Maestra junto al Che Guevara, Juan Almeida Bosque y Ramiro Valdés Menéndez, entre otros.

Raúl Castro dijo que el domingo las cenizas de su hermano reposarán en el cementerio de Santa Ifigenia, muy cerca del mausoleo de José Martí, héroe de la independencia cubana.

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Hacia el final de su intervención, el líder cubano dijo: “Ante los restos de Fidel, en la heroica ciudad de Santiago de Cuba, juramos defender la patria y el socialismo”.

La coreografía política

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Horas antes, camino hacia el acto masivo en la Plaza de la Revolución de Santiago, la caravana motorizada que transportaba las cenizas de Castro hacía una de sus últimas paradas en el antiguo cuartel Moncada.

Aunque en 1959 fue convertido en la Ciudad Escolar 26 de julio, todo el mundo lo recuerda por la célebre incursión de Castro en 1953, cuando comandó tres columnas para asaltarlo. Falló y fue capturado, pero se trata de un enclave histórico de la Revolución Cubana porque al frente está el Parque Museo Abel Santamaría, que fue el sitio donde enjuiciaron a Castro; unos metros más allá está el Palacio de Justicia (que sí fue tomado por Raúl Castro en 1953) y el antiguo hospital Saturnino Lora, que era el tercer objetivo de ese día.

Las antiguas instalaciones militares ahora albergan 1386 alumnos y 116 profesores, como Andrés Roberts, de 24 años, quien enseña historia contemporánea: “Para nosotros es maravilloso que se haya elegido a Santiago como el sepulcro del comandante, es un honor. Esta es la ciudad de los héroes, por eso es ideal que descanse junto a Martí y Maceo”.

Cerca del mediodía, bajo el intenso sol del oriente de Cuba, los maestros lucían desesperados porque no podían controlar a los niños. Ubicados en sus sitios desde las 10:45 de la mañana los jóvenes se paraban, caminaban, se sentaban y no se quedaban quietos porque les dolían las piernas.

Las maestras estallaban y regañaban a los pequeños. “¡Tenemos que dar el ejemplo, nosotros somos revolucionarios, aquí no pueden cansarse, nadie puede moverse hasta que pase Fidel!”, gritaba una profesora.

Dianelys Malsan, de 16 años, la miraba desde lejos con cierta sonrisa: “Todos estamos muy tristes y no queremos que se le olvide… pero con todos esos gritos”.

Mientras tanto la gente hablaba. Euclides Loynaz, de 44 años, comentó: “Dicen que la bóveda donde lo van a meter es grandísima”. Una mujer le respondió: “También tiene una escultura de maíz”. Varios preguntaron a coro: “¿Y eso por qué?”. Como nadie sabía, Euclides concluyó: “Habrá que ver lo que significa el maíz. Algo bueno debe ser si lo metieron en la tumba de Fidel”.

Juan Montes, de 33 años, se lamentaba por la lentitud de todo y con desgano recitaba el recorrido: “Va a pasar por Versalles, luego va para Chicharrón, de ahí arranca a Parque de Céspedes, que fue donde habló la primera vez que triunfó la revolución. De ahí se lanza pal Parque de Marte y, entonces es que se viene al Moncada. Imagínate cuándo es que va a llegar, ahora es que falta”.

La lucha por la foto perfecta

Aunque la gente reunida en la calle Trinidad, a un costado del Moncada, lucía emocionada, también parecía que todos formaban parte de una gran puesta en escena: oficiales y profesores luchaban para conseguir que la gente se alineara para que la foto fuese perfecta.

Parecía que el fin de todo ese operativo, custodiado por decenas de policías, agentes y maestros, era que cada encuadre tuviera un trozo de humanidad con banderines de Cuba, caras pintadas y algunas lágrimas.

Esta era la composición humana de una acera cubana durante el duelo: los oficiales de seguridad en la primera línea, con separaciones de cuatro o cinco metros entre ellos. Luego estaban los pioneritos de uniformes vinotinto, camisas blancas y el pañuelo azul anudado en el cuello. Inmediatamente detrás estaban los padres, el público en general y cada tantos metros se desplegaba en primera fila una bandera cubana o un estandarte rojinegro del Movimiento 26 de julio.

Cuando se escuchaba el sonido de algún helicóptero o emergía algo de ruido del tráfico callejero todo el mundo se activaba. Las maestras corrían por la acera y levantaban los puños al cielo mientras los niños gritaban: “¡Yo soy Fidel!”, y otros alumnos les contestaban: “¡Se oye, se siente, Fidel está presente!”. Como todos lo hacían a la vez, no se les entendía casi nada.

Los organizadores recurrentemente ponían la canción “Cabalgando con Fidel”, un himno laudatorio compuesto por varios cantantes cubanos que corean: “Hombre, los agradecidos te acompañan/ Cómo anhelaremos tus hazañas/ Ni la muerte cree que se apoderó de ti”. Es el tema más escuchado en Cuba por estos días de duelo, en los que casi cualquier manifestación de alegría y regocijo público está prohibida por el luto.

Sara Mendoza canturreaba el coro mientras contaba que estaba parada en la calle Trinidad desde las cinco de la mañana y le dolían los riñones: “Yo fui la que barrió por donde va a pasar Fidel. Me siento orgullosísima por eso no me importa el dolor. Después veré”.

Una madre pellizcaba a su hijo mientras le decía: “No te muevas tanto José David y ¡cállate!”. Más que un grave memorial público para honrar los restos del máximo líder de la isla, parecía una manifestación de padres regañones y niños fastidiados. Los jóvenes solo se calmaban cuando los ponían a gritar consignas.
A la 13:45 llegó un sedán blanco y detrás venía un enorme camión militar verde oliva donde iban los fotógrafos. Luego pasaron unos generales en un rústico descapotado.

“¡Ahora sí, ahora sí!”, empezó a gritar la gente. Todos enarbolaron sus celulares y, sin detenerse ni disminuir la velocidad, pasó el vehículo que arrastraba el remolque con la urna que contenía las cenizas de Castro. Después de cinco horas de espera solo pudieron verlo en movimiento durante seis segundos. “¡Ay yo casi no lo vi!”, se lamentó Sara Mendoza.

“Estoy muy agradecido de haber nacido en el tiempo que Fidel gobernó este país”, decía Euclides Loynaz. “Pero la verdad es que pasó muy rápido, si me descuido ni lo veo”.

El cortejo de Castro fue una sombra rápida, un simulacro de tráfico patriótico que se perdió en el camino, rumbo a la Plaza de la Revolución.