Cultivan un fruto olvidado y preservan una cultura

SAN LORENZO DI LERCHI, Italia _ Probablemente hay pocos lugares tan tranquilos como las lánguidas colinas que rodean a Città di Castello en Umbría. Pero en su granja, Isabella Dalla Ragione se dedica a una misión personal _ salvar a antiguos árboles frutales de la extinción _ con una fuerte sensación de urgencia.

Rescatar a variedades en desaparición es una carrera contra el tiempo, dice, “y muchas veces llegamos tarde”.

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“Si una planta muere, basta, se acaba”, añade. “No se le puede preservar”.

En esa carrera, ella tomó la batuta a corta edad de su padre, Livio Dalla Ragione, quien empezó a explorar el campo circundante hace décadas, en busca de árboles frutales descuidados que ya no satisfacían las cambiantes tendencias agrícolas, demandas del mercado y gustos modernos.

Él recolectaba ramas con brotes tiernos y las plantaba en un portainjerto para crear un huerto de cerezas, higos, manzanas, peras, duraznos, membrillos y otras varias especies en peligro en una granja perteneciente a una iglesia abandonada que había comprado en 1960.

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Isabella Dalla Ragione, de 59 años de edad, empezó seguir sus pasos en su niñez, estudió agronomía en la universidad para aportar conocimiento técnico a su empresa y, después de que su padre murió en 2007, continuó manteniendo el huerto.

Llamaron a su colección de antiguas variedades frutales “arqueología arbórea”.

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“Cuando él empezó, la gente no hablaba de la biodiversidad o la erosión genética”, dijo Dalla Ragione, aun cuando la pérdida de variedades ya era un hecho documentado.

Los tratados de agricultura frutal a principios del siglo XIX registraban unas 100 variedades de manzanas.

Cien años después, el número había declinado a alrededor de 50 y, hoy, tres variedades conforman 80 por ciento de la producción en Italia, dijo.

“En este momento histórico, la diversidad es vista como un defecto. En este momento, la gente busca homogeneidad”, dijo de un impulso del mercado por conseguir frutas que se apeguen a una estética específica. “En Estados Unidos, si una manzana no es muy crujiente, ni siquiera es considerada. No importa que no tenga sabor en tanto sea crujiente”.

La iniciativa de Dalla Ragione para preservar las variedades declinantes no es única en Italia, pero San Lorenzo y sus alrededores han resultado ser un tesoro de la diversidad especialmente vital.

El Alto Valle del Tíber fue por siglos un cruce de caminos de los viajeros y peregrinos, “un lugar de llegadas y salidas e intercambios y, como todas las áreas de paso, la biodiversidad es extraordinaria”, dijo Dalla Ragione.

Para encontrar y recolectar sus variedades olvidadas, durante décadas ella y su padre charlaron con granjeros y diversos residentes locales en el campo de Umbría y La Toscana. Reunían ramas, y con ellas las tradiciones y crónicas vinculadas a los frutos.

“Comprendí que nuestro trabajo era también importante para salvaguardar el conocimiento tradicional, la cultura rural y la historia oral”, dijo Dalla Ragione de sus largas conversaciones con los últimos testigos directos de una cultura rural ahora pasada. “Eso es lo que estamos perdiendo más rápidamente”.

Cada planta conservada en San Lorenzo tiene una historia _ lazos profundamente arraigados en el territorio y en sus habitantes desaparecidos hace tiempo _ que Dalla Ragione se esfuerza por transmitir más delante.

“Estas plantas son importantes porque están repletas de cultura e historia”, dijo, “y uno tiene que contar esa historia, porque de otro modo no se comprende su importancia”: por qué fueron seleccionadas por los agricultores, por qué continuaron siendo cultivadas.

Pero como las frutas no siempre fueron descritas a detalle en los registros escritos, ella también empezó a examinar las obras de pintores renacentistas y barrocos que trabajaron en Umbría y La Toscana en una época en que “los artistas tenían relaciones cercanas con la agricultura”, y eran sensibles a las estaciones y las variedades locales, afirmó.

Dalla Ragione pasó cuatro años estudiando la obra de Cristofano Gherardi, también conocido como il Doceno, quien pintó frescos en palacios para dos familias en Città di Castello y la cercana San Giustino. Reconoció diversas variedades presentes en sus decoraciones entre su colección botánica, lo que le permitió datarlas.

También se topó con algunas meteduras de pata. “Los historiadores del arte, qué lástima, no preguntan a los agrónomos, y han cometido algunas torpezas horribles”, dijo.

Sentada en la mesa de su cocina _ en una pintoresca casa campestre que data del siglo XII y trae a la mente los cuentos de hadas clásicos _, Dalla Ragione tomó una fruta amarilla alargada y magullada muy parecida a una pera.

“En realidad, es una manzana muso di bue”, llamada así por su semejanza al hocico de un buey, dijo.

La manzana alguna vez popular y ampliamente cultivada, que persiste solo en unas cuantas propiedades familiares, ha engañado a legiones de expertos. Una mirada más cercana a “La Virgen y El Niño con Pera” de Albrecht Durer, en la Uffizi Gallery en Florencia, por ejemplo, revela claramente que el nombre es erróneo, dijo Dalla Ragione.

“Si fuera una pera, tendría un tallo encima”, dijo. “María está sosteniendo claramente una manzana muso di bue”.

Dalla Ragione tiene varios árboles de muso di bue en su granja de ocho hectáreas, junto con otras 40 y tantas variedades de manzanas. Hay alrededor de una docena de variedades de cerezas, y casi 30 perales entre unos 500 árboles en total, a los cuales atiende amorosamente.

Es un trabajo agotador, el cual realiza mayormente sola, transportando agua desde una cisterna en lo bajo del valle, podando árboles, injertando nuevas plantas mientras trata de mantener a raya a ciervos, jabalíes, ardillas y aves.

“Los espantapájaros no hacen nada”, dijo irónicamente.

Dalla Ragione creó una fundación sin fines de lucro, la Fundación de Arqueología Arbórea, en 2014 “porque hizo más fácil dar un futuro a todo esto”, dijo. A través de la fundación, cuya principal misión es preservar la colección, tiene acceso a financiamiento de la Comunidad Europea y otros patrocinadores.

Los gobiernos locales y otros financistas públicos casi la han ignorado, dijo.

“Pensamos que es importante tener involucramiento público porque esta es nuestra memoria pública, no privada”, dijo, pero los fondos públicos se han agotado en medio de la larga sequía económica de Italia.

Para apoyar a la fundación, Dalla Ragione vende pequeños árboles de un vivero en su granja, y los donantes pueden adoptar árboles. Un fanático australiano visitó recientemente la granja y pidió adoptar el árbol de la manzana culo d’asino, llamada así porque se parece al trasero de un burro.

Sigue habiendo variedades elusivas, como el fico rondinino di San Sepolcro, un higo que Dalla Ragione no ha identificado aún. “Quizá solo cambió de nombre”, dijo. “Quizá nunca lo conoceremos”.

Mientras tanto, continúa haciendo crónicas de sus hallazgos para la posteridad, lo mejor que puede.

“Les digo en broma a mis colegas que ahora ellos tendrán que salvarme”, dijo. “Muchas cosas se siguen preservando solo en mi mente y mi memoria”.

Elisabetta Povoledo
© 2016 New York Times News Service