Diana Krall sobre el manejo del duelo y “encontrar el romance en todo”

NUEVA YORK — Una tarde de primavera, Diana Krall se sentó en un asiento del Café Carlyle vacío, citando frases de “Hannah and Her Sisters”, de Woody Allen. Krall, la pianista y cantante de jazz, mencionó una escena donde el personaje de Allen hace una cita para ver a Bobby Short, el viejo embajador cultural de Carlyle.

Krall conoció a Short hace más de dos décadas, cuando todavía aspiraba a ser música. En ese entonces, era muy tímida para decirle que tocaba el piano. “Simplemente me sentaba atrás, en esa silla”, dijo señalando hacia el fondo de la sala, tan lejos del escenario como lo permitía este espacio íntimo.

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La Diana Krall de ahora no se esconde en las esquinas. Actualmente, a sus 52 años, fácilmente es la artista de jazz de más alto perfil de su generación, con una serie de álbumes de oro y platino así como una película y proyectos de TV.

Krall ahora está ansiosa por involucrar esa talla veterana tutelando a músicos jóvenes de la misma forma en que Rosemary Clooney, Marian McPartland y otros la estimularon. Su álbum más reciente, “Turn Up the Quiet”, es una colección de estándares sacada en mayo firmemente guiada por su autoridad artística.

“Si tenía la idea de algo, y se sentía definitivo, nos lo hacía saber”, dice el baterista Jeff Hamilton, un colaborador frecuente que tocó en el disco, “mientras que anteriormente pudo haber dicho: ‘¿Les parece bien, muchachos?’”

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“Turn Up the Quiet” también es su último álbum con su promotor, el productor Tommy LiPuma, quien murió en marzo a los 80 años. LiPuma, quien trabajó con Krall por primera vez en su segundo álbum (“Only Trust Your Heart”) en 1995, produjo “Quiet” con ella, y fue incansable hasta el final, señaló Krall; su muerte fue completamente inesperada. “No era un hombre viejo frágil”, subraya, destacando que era el que se quedaba en el estudio “lo más tarde posible”.

Krall ha llegado a ver a “Quiet” (que incluye canciones de Cole Porter, Irving Berlin y Johnny Mercer) como testamento de los valores que LiPuma encarnaba para ella, y no solo en su relación de trabajo. “Disfrutaba mucho la vida”, aseveró. “Tenía un tremendo sentido del humor, y me enseñó la importancia de tomarse el tiempo para estar con la familia”, recordó.

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Desde que Krall empezó su carrera de grabaciones a principios de la década de 1990, su apariencia de sirena de pantalla y atractivo tono alto (un tono de voz al mismo tiempo frío y sensual, ostentado con una rítmica sofisticación y discreción sacada de años de liderar con su otro instrumento) le han dado, según algunos, un aura de glamour casi inaccesible. No obstante, en persona Krall señala llanamente que es “malísima con vestido elegante, porque cuando te sientas frente a un piano, todo se mueve y simplemente te pones muy frustrada”. Cuando está grabando, visiones de Lauren Bacall y Bette Davis pudieran bailar en la cabeza de Krall, pero siente más afinidad con una diosa más boba (que alguna vez fue musa de Allen): Diane Keaton.

“No puedo terminar frases; me voy por todos lados”, dijo Krall, lo que es cierto, en la medida en que con su entusiasmo por cualquier tema determinado (las películas, la fotografía y la familia son intereses que la consumen), parece ansiosa por no dejar nada ni nadie afuera, desviando cualquier elogio dirigido a ella de paso.

Al hablar sobre los artistas que ha admirado, o con los que ha tenido la suerte de trabajar o con los que le gustaría trabajar con más frecuencia (las tres listas son interminables), Krall dice menos nombres que un nerd de la música sin aliento, entusiasmándose tranquilamente con Joe Lovano y Wynton Marsalis, o con Julie London y McPartland, a quien Krall llamó por teléfono por primera vez cuando tenía 17 años (McPartland le devolvió la llamada cuando Krall no estaba en casa; su papá le tomó el mensaje).

A lo largo de más de dos décadas bajo la mirada pública, tiempo durante el que se ha convertido en la mitad de una pareja célebre atípicamente duradera y en mamá (junto con su esposo Elvis Costello tiene unos gemelos, actualmente de 10 años), ha perdido una serie de familiares cercanos y mentores, y el álbum es un reflejo de su avance en el manejo del duelo.

“Se llega al punto donde hay que reírse”, señaló. “Y nos divertimos tanto haciendo este disco; eso es lo que espero que se note”, afirmó.

Krall reclutó y dirigió a tres conjuntos para el álbum, uno de ellos con el bajista John Clayton y con Hamilton; ambos empezaron a trabajar con Krall cuando ella tenía 19 años. En los primeros días de Krall, recordó Hamilton, “Ray Brown la llamaba ‘Pie’, porque pisaba fuerte con los pies cuando tocaba el piano; no los apoyaba, sino que pisaba con fuerza. Sabía el momento para ponerse candente, para encenderse”.

Para Krall, los estándares de jazz y pop que hay en “Quiet”, como los muchos otros que ha presentado con los años, no representan el pasado sino lo perdurable. “No se trata de un periodo ni de una demografía. Se trata de encontrar romance en todo, en la belleza o en las cosas que son tristes”, indicó.

Ve las grandes canciones estadounidenses como documentos vivos, interminablemente abiertos a reinterpretación: “Escuchar a Bill Evans y Oscar Peterson y Teddy Wilson tocar la misma música, o cómo Sheila Jordan y Rosemary Clooney y Al Jarreau cantaron la misma canción. Cómo Charlie Parker inventó el ‘bebop’ con estas canciones. Eso hace que me sienta completamente satisfecha; la libertad en ello”, aseveró.

Si la maternidad y las pérdidas han hecho que Krall sea más consciente de su mortalidad, eso no le preocupa. “Alguien me dijo el otro día: ‘¡No puedo creer que tengas 52 años!’ Y pensé: ‘¡No hay problema, hombre!’ Y luego una piensa: ‘Me pregunto si Joni Mitchell vivió esto’. Pero es liberador, de cierta forma”, destacó. “Creo que estoy más cómoda que nunca conmigo misma”, agregó.

Elysa Gardner
© 2017 New York Times News Service