Don Gustavo

Siempre he sostenido que en Tijuana, en Baja California toda, los auténticos policías se ganaban el respeto de la población a la que defendían e incluso de los delincuentes a los que perseguían.

No eran peritas en dulce, y era difícil mantener un equilibrio entre la comisión de un crimen y la necesidad de resolverlo, pero los viejos policías no tenían doblez: la gente los conocía, conocían a sus esposas e hijos, sabían donde vivían porque no había necesidad de esconderse ni de amurallarse.

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Con más intuición que tecnología, resolvían casos con un olfato que iban agudizando con el tiempo. Sabían qué rateros “le pegaban” a ciertas calles y colonias, y cuando desconocían quien era el criminal, poco a poco iban cercándolo hasta atraparlo.

Conocí a Romero Meza en Esenada allá por 1986 y desde entonces me unió una amistad especial con ese hombre alto, pero noble.

Le tocó el nada fácil caso de investigar la muerte de Héctor Felix Miranda, el cual tenía una serie de aristas muy puntiagudas ya que había aspectos políticos que no podían soslayarse.

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Finalmente, nos volvíamos a encontrar eventualmente en los distintos cafés que frecuentaba para reunirse con sus amigos, como el Big Boy y el Sanborns de la 8 entre otros. Quedó pendiente alguna plática entre ambos, la última que por desgracia ya nunca se dio, pero ambos nos recordábamos con cariño, el cariño sui generis que puede existir entre un periodista de -entonces-, 23 años y un policía experimentado de más de 50 de edad y muchos pero muchos más de experiencia.