No, Donald Trump, Estados Unidos no es un hoyo infernal

© 2016 New York Times News Service

Donald Trump ha dado un extraño giro últimamente. De acuerdo, ha dado muchos giros extraños: eso es lo que ocurre cuando se nomina a un candidato con escasa capacidad de atención que no sabe nada sobre estrategia y se niega a quedarse sentado en paz durante más de tres minutos. Sin embargo, no prestemos atención a lo que pasa por ideas trumpianas de tipo estratégico. Lo que resulta raro es el cambio en lo que, se supone, es el problema.

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Cuando empezó la campaña de Trump, giró en torno a la economía, cuando menos nominalmente. Los extranjeros están robando sus empleos, declaró el candidato, tanto a través del comercio injusto como al venir aquí como inmigrantes. Además, él le devolvería la grandeza a Estados Unidos con aranceles punitivos y deportaciones masivas.

Sin embargo, la historia cambió en la convención republicana. Notablemente, hubo de manifiesto muy poca discusión de tipo económico; ni siquiera hubo gran cosa de demagogia económica. Más bien. El acento estuvo sobre la ley y el orden, en salvar a la nación de lo que el candidato describió como una aterradora ola de delincuencia.

Ese tema ha seguido en semanas recientes, con el “acercamiento” de Trump a votantes de minorías. Su noción de un argumento de ventas a estos electores consiste en decirles cuán horribles son sus vidas, que están enfrentando “niveles de delincuencia que nadie ha visto”. Incluso “zonas de guerra”, dice, son “más seguras que vivir en algunos cinturones de pobreza de nuestras ciudades”.

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Todo esto es realmente extraño… porque nada como eso está ocurriendo realmente.

En la época en que la campaña de Trump era ostensiblemente sobre la pérdida de empleos de la clase media, al menos estuvo pretendiendo que era sobre un tema real: empleo en la manufactura realmente ha bajado mucho; los salarios reales de trabajadores fabriles han caído. Se podría decir que el trumpismo no es la respuesta (no lo es), pero no que el tema fuera una fantasía de la imaginación del candidato.

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Sin embargo, cuando Trump presenta a las ciudades de Estados Unidos como hoyos infernales de delincuencia descontrolada y destrucción social, ¿de qué diablos está hablando él? La vida urbana es una de las cosas que ha salido bien en Estados Unidos. Lo que es más, ha ido tan bien que aquellos de nosotros que recuerdan los malos días de antaño seguimos teniendo dificultades para creerlo.

Hablemos específicamente sobre la delincuencia violenta. Consideremos, en particular, la tasa de homicidios, discutiblemente el indicador más sólido para comparaciones a largo plazo porque no hay ambigüedad alguna con respecto a las definiciones. Los homicidios se dispararon entre comienzos de los años 60 y los 80, e imágenes de una distopia futura – piense en “Escape de Nueva York” (1981) o “Blade Runner (1982) – se convirtieron en un elemento fijo de la cultura popular. Escritores conservadores nos aseguraron que la creciente delincuencia era el resultado inevitable de un colapso en valores tradicionales y que la situación empeoraría incluso más a menos que se restablecieran esos valores.

Pero, entonces, ocurrió una cosa curiosa: la tasa de homicidio empezó a caer, y caer y caer. Para 2014, había regresado hasta donde estuvo medio siglo antes. Hubo cierto aumento en 2015, pero al menos hasta ahora, a duras penas es un parpadeo en la perspectiva a largo plazo.

Básicamente, las ciudades estadounidenses son tan seguras como siempre han sido. Nadie está seguro de por qué exactamente la delincuencia se ha desplomado, pero el punto es que el panorama de pesadilla de la retórica del candidato republicano -¿digamos, el hoyo infernal de Trump? – no guarda semejanza con la realidad.

Y aquí no solo estamos hablando de estadísticas; estamos hablando también sobre experiencia vivida. El temor a la delincuencia no ha desaparecido de la vida estadounidense; actualmente Nueva York es increíblemente seguro si se compara con estándares históricos, pero, de todos modos, yo no caminaría por ciertas áreas a las 3 de la madrugada. Sin embargo, el temor ahora desempeña claramente un papel muy disminuido en la vida cotidiana.

Entonces, ¿sobre qué es todo esto? Sobre lo mismo que todo en la campaña de Trump: raza.

Utilicé citas de miedo cuando hablé sobre el “acercamiento” racial de Trump, pues es claro que el verdadero propósito de su retórica vagamente conciliadora no es tanto atraer a votantes no-blancos como lo es tranquilizar a remilgosos blancos de que él no es tan racista como parece. Pero, hay que considerar: incluso cuando él está intentando sonar racialmente incluyente, sus imágenes están impregnadas de una sensibilidad “alt-right” (por derecha alternativa) que, fundamentalmente, ve como subhumanos a personas que no son blancas.

De aquí que cuando él les pregunta a negros estadounidenses, “¿Qué tienen que perder probando algo nuevo, como Trump?”, denota ignorancia de la realidad que la mayoría de los estadounidenses negros trabaja duro para ganarse la vida y que existe una gran clase media de personas negras. Ah, y 86 por ciento de los adultos negros que no son ancianos tiene seguro de salud, por arriba de 73 por ciento en 2010, gracias al programa Obamacare. ¿Quizá ellos sí tienen algo que perder?

Pero, ¿cómo se suponía que él lo supiera? En el mundo mental que él y aquellos a quienes escucha habitan, negros y otras personas que no son blancas son, por definición, perezosas cargas sobre la sociedad.

Lo cual nos lleva de nuevo a la noción de Estados Unidos como una distopia de pesadilla. Tomado literalmente, eso es una tontería. Sin embargo, la sociedad actual, cada vez más multirracial y multicultural, es una pesadilla para gente que quiere una nación blanca y cristiana en la que razas inferiores conozcan su lugar. Y esa es la gente a la que Trump ha puesto al descubierto.

Paul Krugman
© The New York Times 2016