El problema de Hillary

© 2016 New York Times News Service

Al ver la convención de los demócratas la semana pasada, montada sin ningún tropiezo y basada en un libreto convincente, los ciudadanos fácilmente pudieron haber pensado que Hillary Clinton tiene la elección en la bolsa.

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Los críticos de Donald Trump han dejado perfectamente claro y bien establecido que se trata de un candidato a la presidencia ridículo y peligroso. Los argumentos en favor de Clinton son convincentes y prácticamente todos los jerarcas del partido que importan estuvieron presentes para refrendarlos.

Entre ellos estuvo, naturalmente, el presidente Barack Obama, que respondió a la deprimente y sombría imagen del país pintada por Trump con una conmovedora seguridad de que tenemos todas las razones para sentirnos bien. Clinton reforzó contundentemente esa evaluación. Ella pregonó lo que enaltece, no la ansiedad.

Pero, ¿ese pregón es el adecuado para 2016? ¿Las palabras bonitas son el mejor argumento de ventas?

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Favorecen efectivamente una convención más emotiva e inspiradora, al grado de que muchos conservadores se quejaron a voz en cuello de que los demócratas se habían apropiado del excitante patriotismo y del espíritu de sí se puede que poseyeran los republicanos en tiempos pasados. Trump, empero, le cedió el optimismo a Clinton precisamente en el momento en que es una mercancía en rebaja, fuera de sintonía con el ánimo nacional. Seguramente es por eso que él estuvo tan dispuesto a cederlo.

Clinton tiene muchas ventajas en esta competencia. Yo no apostaría en su contra. Espero que ella se recupere de forma significativa en las encuestas después de la convención. Un sondeo Ipsos-Reuters que fue dado a conocer el viernes pasado, basado en entrevistas repartidas entre los asistentes a la convención demócrata de Filadelfia a lo largo de cuatro días, la muestra con una ventaja de 5 puntos sobre Trump a nivel nacional entre los probables votantes.

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Pero, no obstante, ella podría enfrentarse a algunos problemas; y la posible desconexión de su mensaje con el momento es uno de los principales. Ella tiene que aprovechar la oportunidad de la excesiva desolación del paisaje pintado por Trump sin dar la impresión de ser complaciente. Esa no es una tarea fácil, pero sí es muy necesaria. Los números no mienten.

En una encuesta Gallup de hace dos semanas, solo 17 por ciento de los entrevistados dijeron que el país iba por buen camino, mientras que 82 por ciento dijo que estaba en mal camino. Y en una encuesta de NBC News-Wall Street Journal, realizada poco después de esa, las cifras correspondientes fueron de 18 y 73 por ciento.

Y aunque ese grado de negatividad es insólitamente pronunciado, desde hace más de diez años reina una sensación general de pesimismo en Estados Unidos, lo que le abrió el camino a Trump. Como observara recientemente mi colega Ross Douthat: “La última vez que más de 40 por ciento de estadounidenses dijeron el país iba por buen camino fue un mes después de la reelección del presidente, y el porcentaje de quienes piensan que va por mal camino ha estado fijo por encima de 60 por ciento desde antes del ascenso de Trump en las elecciones primarias.”

No es de extrañar que ahora haya aumentado mucho más que eso pero eso no se debe a que Trump esté diciendo tantas barbaridades. Es porque el mundo está presentando muchas pesadillas, una después de otra en sucesión cada vez más rápida.

A principios de julio, fueron asesinados cinco agentes de la policía en Dallas, seguidos por tres más en Baton Rouge, Louisiana.

En los últimos dos meses tuvimos la masacre de Orlando, Florida, seguida de la masacre de Niza, Francia, por no hablar de las matanzas en Afganistán, Siria e Irak, o del sacerdote francés al que le cortaron la garganta la semana pasada. Muchos estadounidenses sienten que están viviendo en medio de un terror aleatorio que se encuentra en todas partes. Y empero, el primer día de la convención demócrata no hubo una sola mención al terrorismo.

Los republicanos, por supuesto, asumen una táctica diferente y más sombría, en particular Trump. Mucho se ha hablado de que manipuló las estadísticas de delincuencia para mostrar las más desalentadoras, para envolver con ellas la realidad y llenar las calles del país con tanta sangre y augurios como hizo.

Pero aunque los detalles en sí fueron incorrectos, la sensación de aprensión básicamente fue correcta. Y las refutaciones que han hecho los demócratas hasta ahora no han logrado captar lo fuerte que resuena esa imagen de pánico del país entre muchos ciudadanos.

Las incesantes promesas de Trump de “volver a hacer grande a Estados Unidos” han hecho que los demócratas insistan cada vez más en que ya hay mucha grandeza, perspectiva que puede parecer desdeñosa para algunos estadounidenses y simplemente desconectada de la realidad para otros. La borrasca de palabras de Trump complementa su clima emocional.

La encuesta de NBC News-Wall Street Journal que mencioné también encontró que 58 por ciento de los candidatos prefieren a un candidato que haga cambios demoledores en el funcionamiento del gobierno, por muy imprevisibles que pudieran ser tales cambios. Por el otro lado, solo 41 por ciento de los encuestados se inclinaron por un enfoque continuo y posiblemente más gradual. Esa diferencia favorece a Trump por sobre Clinton.

También explica por qué Bill Clinton, en el testimonio que presentó el martes por la noche a favor de su esposa, no dejó de alabarla como “promotora del cambio” y usó la palabra “cambio” más de una docena de veces.

Pero su misma presencia socavó ese vocabulario, pues les recordó a los estadounidenses que Hillary ya pasó ocho años en la Casa Blanca (si bien como primera dama). Y Obama pareció asegurarles a los ciudadanos que elegirla a ella es garantía de que las cosas no van a cambiar demasiado.

Después de un cuarto de siglo de constante exposición al público y de estrecho escrutinio, es inevitable que ella tenga la connotación de más de lo mismo. Y esa es la principal razón de que ella y sus seguidores estén haciendo tanto énfasis en el hito que representaría la primera mujer presidente. Ese énfasis es parte de un difícil acto de equilibrismo en el que ella está tratando de decir y de hacer varias cosas contradictorias al mismo tiempo.

Ella está prometiendo soluciones novedosas a los problemas del país, pero sostiene que esas soluciones serán moldeadas por dos personas _ Tim Kaine, su candidato a la vicepresidencia, y ella misma _ que son, más o menos, políticos de carrera.

Ella está en campaña en favor de un tercer mandato para Obama pero no exactamente. Culpa a los ataques salvajes y continuos de los republicanos de su puntuación desfavorable en las encuestas, al tiempo que asegura que ella está colocada y equipada para cortejar a los republicanos y colaborar con ellos con más éxito que el que tuvo Obama.

Esos mensajes ambiguos parecen sacados de la serie de sátira política de HBO “Veep”, en el que la increíblemente insincera política Selina Meyer usó el lema “Continuidad con cambio”. Hay ciertos resabios de esa contradicción en la campaña de Clinton.

Trump aprovechó el optimismo de su discurso en la convención y lo usó en contra de Clinton en una serie de tuits el jueves por la noche y el viernes en la mañana, en los que se quejó de que ella había olvidado “mencionar los muchos problemas que tiene nuestro país” y porque “no mencionó al islam radical”.

También tuiteó este boletín: “Dos policías acaban de ser baleados en San Diego, uno de ellos murió. Las cosas se están poniendo peor. ¡El pueblo quiere LEY Y ORDEN!”

Dudo que la mayoría del pueblo lo quiere en puras mayúsculas, en medio de signos de admiración, de manos de un egocéntrico con tan poca sutileza intelectual como tipográfica.

Pero para garantizar la derrota de Trump, Clinton necesita calibrar su voz con más destreza de la que por lo general hace gala.

Ella tiene razón al decir que “juntos somos más fuertes”. Pero no debe de olvidar que en estos momentos muchos estadounidenses se sienten débiles.

Sí, “al amor vence al odio”. Pero las corrientes de odio que recorren el país son muy potentes y han surgido a partir de una desilusión que Clinton ignora a su propio riesgo.

Frank Bruni
© The New York Times 2016