En anárquica provincia afgana, ni valor ni justicia para las mujeres

NUEVA YORK Hay tres versiones de cómo murió Tabaruk, madre de seis hijos, durante una travesía esta primavera a través de las traicioneras montañas cubiertas de nieve en Afganistán.

Ella y su familia habían sido expulsados de su aldea en la provincia de Ghor porque se dijo que su hija adolescente, Mah Yamsar, había llevado la deshonra al embarazarse fuera del matrimonio.

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La policía en Ghor dice que Tabaruk cayó de su caballo y murió.

Miembros del concejo provincial y activistas de derechos humanos dicen que fue empujada hacia un precipicio, y luego atada a un caballo y arrastrada hasta que murió.

Una tercera versión de la historia fue contada a Mah Yamsar por su hermano de ocho años, quien viajaba con Tabaruk en ese momento. “Mataron a mi madre disparándole con una pistola”, relató el hermano.

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Si Afganistán es uno de los peores lugares para ser mujer, entonces Ghor, una provincia tan anárquica que la gente a menudo se pregunta si siquiera existe un gobierno, quizá sea la capital del país de la violencia y el abuso basados en el género. Semana tras semana, hay reportes de mujeres asesinadas en Ghor por hombres que nunca enfrentan la justicia.

“Ha habido 118 casos de violencia contra mujeres registrados en Ghor en el último año, y esos son solo los casos que han sido reportados”, dijo Fawzia Koofi, directora de la comisión para los derechos de la mujer en el Parlamento afgano, quien visitó recientemente Ghor para concientizar sobre la falta de justicia. “Y no ha sido arrestado ni un solo sospechoso en estos 118 casos”.

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“No se da valor a las mujeres ahí”, añadió Koofi. “Es como si merecieran morir”.

Con una población de más de 700,000 habitantes y ubicada en el centro occidental de Afganistán, Ghor es considerada una de las provincias más desfavorecidas del país. Ha recibido poca atención gubernamental a lo largo de los años, y el régimen de derecho es casi inexistente en ciertas partes del territorio. Ghor también comparte fronteras con algunas de las provincias más violentas con fuerte presencia del talibán, lo que la hace vulnerable a la insurgencia.

Algunos de los casos en Ghor consternan brevemente a la nación antes de que se desvanezcan en su larga historia de abusos.

Una adolescente, Rukhshana, que fue forzada a un matrimonio arreglado, posteriormente fue atrapada huyendo con un amante. Fue sepultada hasta la cintura y lapidada hasta morir en octubre de 2015 por un grupo de hombres que el gobierno dijo eran talibanes. El amante fue azotado y puesto en libertad.

“De la cintura para arriba, las piedras desgarraron su cuerpo y algunas se habían metido en sus costillas”, dijo Hanifa, la madre de Rukhshana. “La sangre no paraba. Había otras 12 mujeres en la habitación ayudándome a lavarla” en preparación para su funeral, dijo.

Aziz Gul, de 19 años de edad, fue acribillada en la noche y enterrada antes de que sus padres siquiera pudieran ver su cuerpo.

Registros policiales señalaron que también estaba huyendo con un hombre, se dice que un amante, para evitar un matrimonio forzado, cuando fue atrapada por una muchedumbre y asesinada en el lugar en junio de 2016. Pero sus padres dijeron que fue secuestrada de la casa de su tío, y después de que la recuperaron, los aldeanos la acusaron de adulterio y luego la mataron a tiros.

“La mataron alrededor de la hora de la oración nocturna, y yo me enteré de la noticia en la oración del amanecer”, dijo su madre, Belqis. “Para entonces, ya habían enterrado su cuerpo”.

En el caso más reciente, una mujer llamada Suraya estaba tratando de huir de lo que dijo era un matrimonio forzado abusivo de cuatro años. Se fue en marzo con su amante y una tía anciana, quien los acompañó para ayudarles a evitar las sospechas. Los tres fueron perseguidos por aldeanos fuertemente armados y asesinados. Sus cuerpos achicharrados permanecieron a la vista durante días; los aldeanos amenazaban a quien se acercara a recogerlos.

Koofi, la legisladora, dijo que la violencia tenía sus raíces en las enemistades tribales y la práctica extendida de dar en matrimonio a las niñas a muy corta edad por grandes dotes. Para cuando el futuro marido aparece con el dinero, a menudo después de años de trabajo en Irán, la muchacha ha crecido y desarrollado sentimientos por alguien más.

También desempeña un papel crucial en la violencia, dijo Koofi, la ausencia del régimen de derecho y una completa sensación de impunidad.

Cuando los funcionarios de seguridad son presionados sobre la situación en Ghor, dijo Koofi, responden que tienen que equilibrar la justicia con la seguridad; y que si van tras los perpetradores, estos se ponen del lado de los talibanes que ya están ganando terreno en la provincia.

Esta sensación de que la misoginia y la injusticia de la provincia se tolerarían como un compromiso a favor de la estabilidad fue subrayada cuando el presidente Ashraf Ghani decidió no apoyar a una gobernadora a la que envió a la provincia después de que ella enfrentó resistencia. La gobernadora, Seema Joyenda, fue destituida a fines de 2015, a los seis meses de su llegada, y esa acción quizá haya consolidado la sensación de impunidad entre los fundamentalistas.

Hay otros episodios que plantean dudas sobre el empeño del gobierno para tratar de frenar, o al menos castigar, los asesinatos de mujeres en la provincia.

Mullah Saadyar, uno de los líderes militantes mencionados en documentos policiacos como quien ordenó la lapidación de Rukhshana, recientemente acudió en busca de tratamiento para una enfermedad a la capital provincial de Ghor, Chaghcharan, pero el gobierno no lo arrestó.

Ni tampoco ha sido perseguido por la muerte de Tabaruk.

En los meses previos a su fallecimiento, Tabaruk, quien , como muchos afganos usaba solo un nombre, se enfocó en proteger a su hija de su propia muerte casi segura.

La hija, Mah Yamsar, dice que ella estaba en casa el año pasado cuando un vecino, Sayed Ahmad, la violó. Ocultó el episodio a todos, hasta que su cuerpo empezó a cambiar, y se dio cuenta de que estaba embarazada. Su madre compartió su secreto y la ayudó. En el Afganistán rural, es común que esos embarazos terminen en asesinatos por honor.

Ahmad hizo que le entregaran a Mah Yamsar píldoras que la ayudarían a abortar, lo cual ocurrió en el séptimo mes de su embarazo.

Mah Yamsar fue al hospital y permaneció ahí durante ocho noches, necesitando dos transfusiones sanguíneas.

Cuando fue dada de alta y regresó a su aldea en el distrito de Dawlat Yar en Ghor, los ancianos se reunieron en un concejo para decidir el futuro de la familia. Tabaruk y su esposo asistieron, así como Ahmad, el acusado de violación, pero Mah Yamsar no.

“Él dijo: ‘No lo juraré sobre el Corán, pero yo no la violé’”, dijo Mah Yamsar que le contó su madre sobre las palabras de Ahmad en la reunión.

El concejo de la aldea, influenciado por los poderosos familiares de Ahmad, dijo que la familia de Mah Yamsar había deshonrado a la aldea. “Carguen sus cosas y váyanse de este lugar”, le dijo a la familia.

Mah Yamsar, aun recuperándose del aborto, fue puesta en una motocicleta. Su madre montó un caballo, mientras su padre, su hermano y dos ancianos de la aldea, ambos hombres les siguieron.

Mah Yamsar llegó antes que su familia a Kharsang, también en Ghor, donde la familia planeaba iniciar una nueva vida. Su madre nunca llegó.

Al principio, su padre dijo que Tabaruk llegaría. Luego dijo que se había caído del caballo y había muerto.

Pero su hermano dijo que su padre mentía. Su padre y los dos ancianos de la aldea alejaron a su madre, diciéndole a él que se quedara atrás. Cuando regresaron, su padre dijo que Tabaruk se había caído del caballo.

Pero el niño le dijo a Mah Yamsar que escuchó disparos.

Mujib Mashal y Zahra Nader

© 2017 New York Times News Service