En expansión de influencia Rusa, la fe se combina con poderío armado

© 2016 New York Times News Service

PARÍS – El principal domo dorado de una nueva catedral rusa ortodoxa actualmente en construcción en las márgenes del Siena titila en el sol, irguiéndose sobre un vecindario de París repleto de edificios de gobierno y embajadas extranjeras. Lo más delicado de todo está siendo construido al lado de un palacio del siglo XIX, el cual se ha usado para ocultar algunos de los secretos más estrechamente custodiados de la presidencia francesa.

- Publicidad-

La principal ubicación, asegurada por el estado ruso después de años de cabildeo por parte del Kremlin, está tan cerca de tantos lugares dignos de ir a husmear que, cuando Moscú propuso por primera vez un “centro espiritual y cultural” ahí, los servicios de seguridad de Francia temieron que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, ex oficial de inteligencia de la KGB, pudiera tener en mente más que solo un acercamiento religioso.

Sin embargo, la ansiedad con respecto a si el centro espiritual pudiera hacer las veces de puesto de escucha ha oscurecido su papel principal y quizá el más intrusivo: un desmedido despliegue en el corazón de París, la capital de la insistentemente secular República Francesa, del poderío de Rusia como una potencia religiosa, no solo militar.

Si bien tanques y artillería han sido las armas preferidas de Rusia a fin de proyectar su poder a las vecinas Ucrania y Georgia, Putin también ha movilizado la fe para acrecentar el alcance e influencia del país. Ferviente enemiga de la homosexualidad y cualquier intento por poner los derechos individuales por encima de aquéllos de la familia, la comunidad o la nación, la Iglesia Ortodoxa de Rusia contribuye a proyectar a Rusia como el aliado natural de todos aquellos que desean un mundo más seguro e iliberal exento de la prisa de la globalización por aplastar la tradición, el multiculturalismo y los derechos de mujeres y homosexuales.

- Publicidad -

Gracias a una cercana alianza entre la iglesia ortodoxa de Rusia y el Kremlin, la religión ha terminado siendo una herramienta particularmente poderosa en ex tierras soviéticas como Moldavia, donde altos sacerdotes leales a la jerarquía eclesiástica de Moscú han hecho campaña incesantemente por obstruir la integración de su país con Occidente. En tanto, sacerdotes en Montenegro han encabezado campañas por descarrilar los planes de su país para unirse a la OTAN.

Sin embargo, la fe también ha ayudado a que Putin amplifique la voz de Rusia más al oeste, con la iglesia a la cabeza de un impulso dentro de integrantes resolutamente laicos de la Unión Europea como Francia.

- Publicidad -

La señal más visible de esto es el nuevo centro espiritual financiado por el Kremlin aquí, cerca de la Torre Eiffel, actualmente asociado tan estrechamente con Putin que el ex ministro de Cultura de Francia, Frederic Mitterrand, sugirió que lo llamaran “de Saint Vladimir”.

Sin embargo, el impulso de la iglesia rusa en Europa ha dado un giro incluso más agresivo en Niza, en la Riviera francesa, donde intentó en febrero incautar un cementerio ortodoxo de particulares, el episodio más reciente en una larga campaña por hacerse de bienes raíces de la iglesia controlado por rivales de la jerarquía religiosa de Moscú.

“Ellos son peones avanzando aquí y por todas partes; ellos quieren mostrar que hay una sola Rusia, la Rusia de Putin”, dijo Alexis Obolensky, el vicepresidente de la Association Cultuelle Orthodoxe Russe de Nice, grupo de creyentes franceses, muchos de los cuales son descendientes de rusos blancos que huyeron de Rusia tras la Revolución Bolchevique de 1917. Ellos no quieren nada que ver con una dirigencia eclesiástica con base en Moscú y encabezada por Kirill, patriarca de Moscú y Toda Rusia, quien es un cercano aliado del presidente ruso.

Más bien, la asociación francesa ortodoxa es leal al patriarca ecuménico de Constantinopla, dirigencia rival de la iglesia en Estambul que ha suministrado un refugio para muchos de los enemigos de Putin que asisten a la iglesia. Tras una larga batalla legal con Moscú, la asociación de Obolensky en 2013 perdió control de la catedral ortodoxa de Niza, San Nicolás, ante el Patriarcado de Moscú, que instaló a sus propios sacerdote y convocó a los fieles detrás de proyectos para entibiar las heladas relaciones de Francia con Rusia.

Cuando sacerdotes rusos y sus partidarios legos franceses irrumpieron en el cementerio ortodoxo de Niza en febrero u lo declararon propiedad rusa, aliados de Obolensky izaron una pancarta sobre la verja de hierro: “Fuera manos, Sr. Putin. No estamos en Crimea o Ucrania. Deje que nuestros muertos descansen en paz”.

La búsqueda de Moscú por ganar el control de iglesia y tumbas que se remontan a tiempos zaristas y exprimir a creyentes que ven al patriarca de Constantinopla forman parte de un impulso más extenso del Kremlin por afirmarse tanto a sí mismo como al legítimo heredero y amo de “Santa Rusia”, y como defensor de valores tradicionales en contra de decadentes herejías, notablemente la democracia, promovida, promovida por Estados Unidos y lo que ellos llaman frecuentemente “Gayropa”.

La iglesia se ha convertido en un instrumento del estado ruso. Es usada para extender y legitimar los intereses del Kremlin”, dijo Sergei Chapnin, quien es el ex director editorial del diario oficial del Patriarcado de Moscú, la cabecera de la iglesia ortodoxa rusa e iglesias afiliadas fuera de Rusia.

A diferencia de la iglesia católica, que tiene un solo líder indisputable, el papa en Roma, la rama ortodoxa u oriental del cristianismo está dividida en más de una docena de provincias que se autogobiernan, cada una con su propio patriarcado. El mayor de estos, la Iglesia Ortodoxa de Rusia, no solo abarca Rusia, sino también frágiles estados nuevos como Moldavia que solían pertenecer a los imperios ruso y después soviético.

“Hemos sido independientes durante 25 años pero nuestra iglesia sigue dependiendo de Moscú”, se quejó Iurie Leanca, ex Primer Ministro de Moldavia, quien firmó en 2014 un pacto comercial y político con la Unión Europea por el que la iglesia y el Kremlin trabajaron duro para descarrilar.

A la vanguardia de la causa antieuropea en Moldavia ha estado Marchel Mihaescu, el obispo ortodoxo, profundamente conservador, de Balti, quien fue nombrado para su puesto por el Patriarca de Moscú.

Europa, dijo el obispo, “definitivamente nos ha dado mucho dinero, pero quiere demasiado a cambio. Exige que paguemos con nuestras almas, que nos alienemos de Dios. Esto no es aceptable”.

En su determinación de mantener a raya a Occidente, conservadores sacerdotes ortodoxos en Moldavia han hecho causa en común con políticos como Igor Dodon, líder del Partido Socialista en pro de Moscú.

Cuando activistas gay efectuaron un desfile este verano en el centro de la capital moldava, Chisinau, Dodon convocó a sus propios partidarios para un evento rival dedicado a valores tradicionales, al tiempo que un grupo de sacerdotes ortodoxos se reunieron en la cercanía para entonar plegarias y maldecir homosexuales. El desfile gay, al que se unieron diversos diplomáticos occidentales, fue cancelado tras apenas pocas calles, cuando encontró una multitud de manifestantes ondeando pancartas religiosas y arrojando huevos.

La oposición a los derechos de homosexuales también ha sido retomada con gusto por Rusia y la iglesia ortodoxa en Europa Occidental.

El instituto por la Democracia y Cooperación, grupo de investigación en París encabezado por un ex diplomático soviético, arrojó su apoyo detrás de oponentes de una nueva ley francesa de 2013, que permite el matrimonio homosexual. Organizó una conferencia sobre “defensa de la familia”, y promueve a Rusia y su fe ortodoxa como protectores de valores cristianos a lo largo de Europa.

Natalia Narochnitskaya, la directora del instituto, le dijo a un sitio en línea de la iglesia ortodoxa administrado por el Obispo Tikhon Shevkunov, monje en Moscú allegado a Putin, que los europeos están hartos de que ella llamó el “desfile de victoria del pecado” y vuelven la mirada a Rusia cada vez más en busca de guía y solaz. “Hemos empezado a recibir cartas en el instituto: ‘Gracias Rusia y su líder'”, dijo Narochnitskaya.

El papel que el nuevo complejo de la catedral en París pudiera desempeñar en esta agenda no será claro hasta que abra más adelante en el año, pero quienes han estudiado los métodos de Putin pronostican que eso servirá como un megáfono para su visión del mundo.

“Esta catedral es un puesto de avanzada de la otra Europa – ultraconservadora y antimoderna – en el corazón del país de los libertinos y el secularismo”, dijo Michel Eltchaninoff, escritor francés y autor de ““Dans la tête de Vladimir Poutine”, libro sobre el pensamiento del presidente ruso.

Un descomunal complejo de cuatro edificios separados, el “centro espiritual” incluirá no solo una iglesia pero una escuela, salones de conferencias y un centro cultural administrado por la Embajada de Rusia. El complejo no pertenece a la iglesia sino al estado ruso, que derrotó a Arabia Saudí, Canadá y otros países que también habían buscado comprar el codiciado lote.

Moscú había estado buscando una imponente iglesia en París desde que el principal sitio de los ortodoxos en la ciudad, la catedral Alexander Nevsky, rompió con la jerarquía de la iglesia rusa después de 1917 y transfirió su lealtad a Constantinopla.

Aunque opuestos fervientemente a la religión, los líderes soviéticos Josef Stalin y Nikita Jruschev presionaron a Charles de Gaulle para que entregara a Moscú el control de la catedral Nevsky.

Él se negó, dejando a parroquianos ortodoxos leales al Patriarcado de Moscú para crear su propio sitio de veneración, mucho más modesto, en un garaje de París.

Bajo Putin, la búsqueda por recuperar propiedad de la iglesia se ha reanudado con vigor; a la par de un impulso por acercarse a fuerzas políticas de extrema derecha en Europa, seducidas por la idea de Rusia como un bastión de conservadores valores sociales y culturales.

Andrew Higgins
© The New York Times 2016