En Kansas City, parrillada, cerveza y ofertas

NUEVA YORK ⎯ Recién aprendí mi primera lección de las parrilladas de Kansas City del modo difícil: no solo entré cerca de la hora de cerrar esperando que me sirvieran. En mi defensa, acudí directamente del Aeropuerto Internacional de Kansas City, donde había aterrizado un sábado en la noche. Me registré en mi hotel en el centro de la ciudad del lado de Missouri, y rápidamente crucé hacia Kansas para ir a Slap’s BBQ, del cual había escuchado buenas cosas. Llegué mucho antes de la hora de cerrar; un letrero que me dio la bienvenida decía claramente que estaba abierto hasta las 8 de la noche, o cuando se agotara todo, lo que ocurriera primero. Se agotó todo primero. Así que regresé a Missouri.

Afortunadamente, el resto de mi tiempo en Kansas City estuvo lleno de parrilladas de primera (y cruces fronterizos estatales). Es un destino de parrilladas tan venerado que es uno de los estilos regionales principales que se cita típicamente (junto con los de las Carolinas, Texas y Memphis) cuando la gente habla sobre carnes asadas. También me topé con una fantástica escena musical, algunos museos satisfactorios y una gran experiencia de compras (todo con un presupuesto limitado, naturalmente). Y tuve oportunidad de ver diferentes lados de una gran ciudad en el corazón de Estados Unidos que verdaderamente parece estar desarrollando su potencial.

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En cuanto a cualquier tipo de rivalidad entre los lados de Missouri y Kansas, no sentí mucho que existiera. El lado de Missouri, francamente, tiene la mayor parte de las cosas: la gente, el desarrollo urbano, los equipos deportivos y el aeropuerto internacional. Pero la ciudad existía antes de que Kansas fuera declarado estado en 1861 y la actual frontera norte-sur, y la ciudad parece unificada, aunque dividida por una frontera arbitraria.

Eso no quiere decir que no haya diferencias. Encontré que el lado de Kansas era más tranquilo y se sentía más suburbano que el lado de Missouri. También era más barato. Mi Airbnb en Kansas en el barrio de Rosedale fue grandioso a 70 dólares la noche y me dio la amplitud de una casa pequeña. Me hospedé una noche en el centro, en el lado de Missouri, y no pude encontrar nada más barato que la habitación de 169 dólares del Crowne Plaza.

En cuanto a las parrilladas, hay suficientes a ambos lados del límite estatal para satisfacer al fanático más dedicado. Durante mi tiempo en Kansas City pregunté a media docena de residentes: “¿Cuál es la mejor parrillada de la ciudad?” y recibí media docena de respuestas diferentes. En general, espere carnes lentamente asadas cubiertas con una salsa de jitomate dulce ligeramente espesa (contrario a, digamos, las Carolinas, donde se espera una salsa más avinagrada).

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“Los asados son altamente subjetivos”, dijo James Folder, un residente local al que conocí afuera de Blip Roasters en el barrio de West Bottoms, una antigua área industrial que ha visto la llegada de restaurantes, cafeterías y tiendas de artículos clásicos en los últimos años. Tomé una taza fuerte de 2 dólares de Colombia El Obraje (tostado en el lugar) y entablé conversación con Folder y Ed Klein, quienes llegaron en motocicletas. Folder tenía las letras “T-R-U-E” (“verdadero” en inglés) en los dedos de su mano derecha y “G-R-I-T” (“valor”) en la derecha.

Klein, quien vive en el cercano Leawood y es juez en competencias de parrilladas, dijo que se fija principalmente en “el sabor, la presentación y la textura”, entre otros atributos. “Los verdaderos asados no se desprenden del hueso”, dijo. “Debería tener cierta fuerza maleable”. Ambos me dieron listas de sus sitios favoritos antes de alejarse zumbando.

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Pero yo tenía mi propia lista con la cual trabajar, empezando con Arthur Bryant’s. El restaurante remonta su linaje al legendario Henry Perry, el padre de las parrilladas de Kansas City.

Hoy, sigue sirviendo los rebosantes platos de puntas quemadas (9.55 dólares) que le hicieron famoso. Las puntas asadas, los trozos más duros y más pequeños del extremo de una costilla, originalmente eran consideradas sobras y incluso regaladas antes de que los dueños del restaurante se dieran cuenta de cuánto las disfrutaban los clientes (y que estarían dispuestos a pagar por ellas). En textura, son un poco como las puntas de costilla más carnosas, pero sin ese crujido del cartílago. En vez de ello, el crujido proviene de los trozos carnosos vueltos a poner en el asador. Todos saben que los trocitos quemados son la mejor parte de cualquier asado: Kansas City lo convirtió en una forma de arte. Me formé y salí 30 minutos después, lleno de pepinillos, papas fritas y carne tierna y atezada.

Sin embargo, ¿Arthur Bryant seguía siendo el rey? Pensé que las puntas quemadas eran ligeramente mejores en LC’s Bar-B-Q, 15 minutos al sudeste desde el centro de la ciudad. Las puntas crujientes, correosas y sabrosas eran perfectas, al igual que la atmósfera: nada de adornos, con un gran asador detrás del mostrador. Después de pagar por mi plato de puntas y una botella de agua (después de impuestos, poco menos de 15 dólares), le pregunté al hombre detrás del mostrador dónde estaba L.C. “El jefe no está aquí ahora”, respondió. “¿L.C. es un apodo de algo?”, pregunté. “No, es solo L.C.”, dijo. Le pregunté, probando mi suerte: “¿No son iniciales? ¿No significan algo?” Dijo: “Amigo, mire: significan L.C.”. Tomé por buena su palabra.

Las parrilladas, aunque el principal atractivo de Kansas City, ciertamente no son lo único ahí. Exploré el Museo del Beisbol de las Ligas de Negros y el Museo Americano del Jazz (albergados en el mismo complejo, 15 dólares por un boleto para ambos) en el distrito 18th and Vine. El museo del beisbol es el más completo de los dos, ofreciendo biografías de jugadores, recuerdos y una historia detallada de la formación de las Ligas de Negros; pero fue lo que descubrí después de que cerraron los museos lo que fue realmente espectacular: el Blue Room Jazz Club, anexo al complejo de los museos, organiza sesiones a micrófono abierto todos los domingos por la noche llamadas Neo-Soul Lounge (cover de 5 dólares).

También aproveché la oportunidad para abandonarme a un pasatiempo que rara vez disfruto: ir de compras. Kansas City es un lugar excelente para ello, especialmente para los objetos usados y clásicos. Después de que dejé a mis dos nuevos amigos motociclistas en la cafetería Blip en West Bottoms, caminé a lo largo de la calle Hickory, donde hay al menos media docena de grandiosas tiendas de segunda mano todas a corta distancia unas de otras.

El enorme Le Fou Flea es quizá el más impresionante, aunque solo sea por su tamaño: un almacén de cuatro pisos de ropa, zapatos, libros y chucherías. Al otro lado de la calle está Varnish and Vine, una tienda ligeramente más elegante abierta hace unos nueve meses por un tipo agradable llamado Michael Lays. También entré en Pink Daisy, una tienda con una sensación más estadounidense que renta espacio a múltiples vendedores locales, y el Gathering Place, que no tenía la más amplia selección de los lugares que en que había estado pero parecía ser el más organizado.

Al final, sin embargo, se redujo a las parrilladas. Joe’s Kansas City Bar-B-Que, anteriormente conocido como Oklahoma Joe’s, estaba a corta distancia caminando de mi Airbnb. Joe’s está dentro de una estación de gasolina en funcionamiento, y la fila se forma temprano. Para cuando llegué ahí alrededor de las 11:30 de la mañana, la fila estaba mucho más allá de la puerta. Mis ojos se humedecieron al ver las costillares completos, pero pedí algo más acorde a mi presupuesto austero: un emparedado Z-Man con falda, queso provolone y aros de cebolla por 7.79 dólares.

Otra noche cerca de la hora del cierre, entré en Ricky’s Pit Bar B Que, un encantador antro lleno de objetos y fotografías antiguos. “Tenemos el mejor bagre ahumado del mundo”, dijo Ricky Smith, que ha sido dueño del lugar con su esposa, Bonnie, desde 1985. Pedí una enorme porción de bagre asado, escamoso y ligeramente picante con ensalada de papa y ensalada de repollo por 20 dólares. Fue excelente, ¿pero era el mejor? Una afirmación difícil de hacer en una ciudad con tanta comida grandiosa. Pero entre bocados de bagre escamoso y tierno, no iba yo a discutirlo.

Lucas Peterson
© 2017 New York Times News Service