En la reestructuración del trabajo en Francia, un líder sindical ofrece una vía al compromiso

PARÍS. El año pasado, mientras miles de trabajadores protestaban contra los cambios en las leyes laborales francesas, Laurent Berger, secretario general de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo, uno de los sindicatos más poderosos del país, recibió una perturbadora llamada.

Unos cien protestantes se habían separado de un acto y habían rodeado las oficinas generales del sindicato, gritando y rompiendo ventanas. Cerca de la entrada había una amenaza garabateada en pintura roja: “¡Esta traición debe terminar!”

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La “traición” se refería a la controvertida decisión de Berger de apoyar las revisiones al código laboral de Francia, el cual se extiende por 3,400 páginas. Su decisión fue rara en un país conocido por las profundas divisiones entre los dirigentes sindicales y los funcionarios del gobierno. Algunos de los cambios relajarían les reglas respecto de la muy apreciada semana laboral de 35 horas, lo que Berger vio como una forma de animar a que las compañías contraten más empleados.

Ese respaldo sindical será decisivo cuando el presidente Emmanuel Macron proceda a reestructurar la economía y cambiar las leyes laborales, notoriamente rígidas. El sindicato de Berger, el más moderado de Francia, ofrece un posible camino al compromiso.

“Acabamos de tener un profundo cambio político, así que estamos en un momento de transición en el que las cosas pueden cambiar mucho”, explicó Berger en una entrevista.

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Hay muchas cosas en juego. El desempleo ha estado rondado el 10 por ciento desde hace cuatro años y la economía no ha podido recuperarse de la crisis financiera tan rápido como la de Alemania.

Macron quiere dirigir a Francia hacia un modelo económico más de estilo escandinavo, llamado de “seguridad flexible”. Lanzado en Dinamarca, promueve el consenso entre sindicatos y empresas y aspira a reducir el desempleo facilitando que las compañías ajusten su fuerza de trabajo y capacitando a los desempleados.

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La idea es dejar de proteger los empleos de por vida, al tiempo que se ofrecen a los trabajadores elementos para hacer la transición a otras carreras.

“Los trabajadores siguen necesitando protección, pero en un mundo globalizado, la economía también debe de poder ajustarse”, señaló Berger. “Si los sindicatos simplemente se oponen a todo, jamás avanzaremos.”

Está por verse si Berger apoyará sus palabras en los hechos. La CFDT recientemente se convirtió en el sindicato más grande de Francia, cuando su membresía rebasó a la de la militante Confederación General del Trabajo (CGT), que ha dominado el panorama sindical por muchos años.

En medio del ascenso de Macron, Berger en ocasiones ha caracterizado su sindicato como una fuerza moderadora en el movimiento obrero de Francia en un momento decisivo de la economía. Berger ha presionado para que haya un enfoque más flexible en Francia ahora que las fuerzas de la globalización están modificando el panorama competitivo.

En Francia, aun los cambios pequeños suelen poner nerviosos a los sindicatos, que siempre han tratado de obtener protecciones para el centro de trabajo mediante protestas y huelgas. La CGT ha estado a la vanguardia de frecuentes acciones de movilización, algunas veces violentas, ya sea quemando neumáticos o tomando en rehenes a los jefes.

Y si bien los sindicatos están en su nivel de membresía más bajo de la historia –representan solamente 8 por ciento de la fuerza de trabajo– todavía pueden impedir que se hagan cambios en algunos de los principios básicos, como la duración de la semana laboral, o cualquier medida que socave su propio poder.

Los planes de Macron contienen varios elementos que los sindicatos, entre ellos la CFDT, consideran inaceptables. En primer lugar está la propuesta de permitir que las empresas negocien directamente con los empleados en gran variedad de asuntos relacionados con el lugar de trabajo. Eso pasaría por encima de los acuerdos sectoriales establecidos con los sindicatos. Las organizaciones laborales también se oponen a ponerle tope a las compensaciones otorgadas en caso de despido injusto.

Berger insiste en que su sindicato no es el enemigo del gobierno. Hombre imponente y enérgico proveniente de una familia de clase trabajadora del norte de Francia, él se dedicó al activismo laboral después de una carrera ayudando a gente pobre y en desventaja.

Él está dispuesto a concederles a los patrones más flexibilidad para reducir sus actividades cuando la economía decaiga, habida cuenta de que vuelvan a contratar cuando mejoren las condiciones y de que aquellos que pierdan su empleo queden protegidos y sean capacitados para otro puesto.

En Francia “hay un conflicto natural entre patrones y empleados”, señaló en las oficinas centrales de la CFDT. “Pero ¿se necesita luchar o dialogar para llegar a un compromiso? Yo escojo el diálogo.”

Su posición le ha valido detractores, que consideran que la CFDT está vendiéndose a los intereses empresariales. Los protestantes que vandalizaron sus oficinas lo llamaron traidor. Otros llevaban carteles que decían: “Cuando se reestablezca la esclavitud, la CFDT ve a negociar la longitud de las cadenas.”

Empero, parecería una medida estratégica en tiempos de Macron, centrista cuyo rápido ascenso trastrocó el equilibrio de poder tradicional en Francia. La mayoría obtenida en la Asamblea Nacional por su partido, República en Marcha, le dará el impulso necesario para negociar una agenda fuertemente pro-empresarial.

“Macron es bueno para hablar con los sindicatos, para darles algo”, observó Philippe Aghion, profesor de economía en Harvard y en el prestigioso Colegio de Francia, que fue mentor de Macron cuando este era estudiante y al que asesora en materia de política laboral. “Él va a tomar en cuenta lo que digan los sindicatos.”

Empero, los triunfos políticos de Macron enmascaran debilidades que no pasan desapercibidas para los dirigentes sindicales. Muchos que apoyaron a Macron para presidente lo hicieron para evitar que ganara su rival, la presidenta del Frente Nacional, Marine Le Pen, de extrema derecha. No votaron por él para que debilitara las protecciones sindicales.

“Por ahora, la gente dice que lo acaban de elegir presidente y que hay que darle una oportunidad”, señala Jean-Claude Mailly, líder de Fuerza Obrera, el tercer sindicato más grande. “pero en Francia hay un auténtico malestar.”

En medio del descontento actual, Berger igualmente está caminando sobre una tenue división entre su papel de liderazgo durante la campaña de reestructuración del presidente, y apaciguar a los miembros de su sindicato, recelosos de cambios radicales. Con todo, Berger asegura que, al menos por lo pronto, no piensa incitar protestas masivas.

“Hay una mentalidad en Francia que dice que debemos cortarles la cabeza a quienes están arriba”, señala. “Y también existe la tendencia de concentrarse en aquello que podría salir mal.”

Hace una pausa para continuar después con voz firme: “Podemos cambiar eso”, afirma.

“No tengo ningún deseo de ser de aquellos que dicen que nada va a funcionar. Esto tiene que funcionar”, insiste Berger. “Porque si no funciona, acabaremos con Le Pen dentro de cinco años. Y las cosas estarían mucho peor.”

Liz Alderman
© 2017 New York Times News Service