En lo que tiene razón Trump

¡Asombrosamente, Donald Trump tiene razón en algo!

Después de que hace poco lo atraparon en una cinta del 2005, en la que se regodea sobre los acosos sexuales que cometió, Trump emitió una apología, sin remordimientos, en la que se centró en “la gran diferencia” entre las palabras y las acciones. Y tiene razón en eso.

- Publicidad-

Sin embargo, hay evidencia abundante de que Trump, se ha permitido no solo una retórica injuriosa, sino, también, acciones nefastas. Varias otras mujeres se han presentado a ofrecer relatos oficiales sobre cómo Trump las manoseó o besó agresivamente sin su consentimiento, justo después de conocerlas.

También encuentro que los alegatos de que Trump abusó sexualmente de Jill Harth en 1992 y 1993, quien fuera su socia de negocios, son totalmente creíbles. De la misma forma, lo es la aseveración de quien fuera Señorita Utah en cuanto a que Trump besó inapropiadamente en los labios a las concursantes.

Algunos republicanos han exigido leyes para prohibir que la mujeres transgénero entren en los baños o vestuarios para damas, pero, en cambio, podrían concentrarse en el riesgo de que Trump lo haga. El ha hecho alarde de haber entrado sin anunciarse en los probadores para comerse con los ojos a las participantes en concursos de belleza cuando estaban desnudas, y Tasha Dixon, que fue Señorita Arizona, dijo que hizo justamente eso cuando se estaban cambiando para ponerse el bikini. “Algunas de las chicas tenían el torso desnudo”, dijo. “Otras, estaban desnudas”.

- Publicidad -

¿El tema del concurso de ese año? El empoderamiento de las mujeres.

Hay más. En la cinta del 2005, Trump se refería, en formas vulgares, a Nancy O’Dell, una mujer casada a la que había perseguido infructuosamente, pero lo que se sabe menos es que, supuestamente, en el 2007, trató de que la despidieran de ser presentadora en el concurso de belleza Señorita Estados Unidos. ¿Por qué? Porque estaba embarazada.

- Publicidad -

Claro, como reconoció Trump, las palabras también importan. En mi blog, publiqué un ensayo de Michelle Bowdler, una sobreviviente de un allanamiento de morada y violación, quien narra que su atacante había dicho que quería “un coñito”, y que al momento en el que él utilizó esa palabra, ella sintió que su vida corría peligro, que “solo existía como una cosa”.

Lo que es deshumanizador no son, necesariamente, las palabras obscenas como tales, sino, más bien, la jactancia informal de los hombres que normalizan el abuso sexual. En el estudio de 16,000 comentarios hechos por hombres en fraternidades se encontró que la parte del cuerpo que se mencionaba más comúnmente era “trasero”, seguida de “tetas”. Resultó 25 veces más probable que los hombres que publicaban en el sitio se refirieran al “trasero” de una mujer que a su “sonrisa”.

Existe cierta evidencia de que escuchar lenguaje sexista puede estar vinculado a una mayor tolerancia a las violaciones. Y, en Estados Unidos, tenemos un problema nacional con el acoso sexual: en un estudio enorme se encontró que casi un cuarto de las estadounidenses dijeron que las habían manoseado en espacios públicos.

Así es que estoy encantado de que al menos una persona, Billy Bush, esté pagando en una forma concreta por las palabras que hay en la cinta de Trump. Quizá pueda ser una llamada de atención para nosotros, los hombres, para que apreciemos que los epítetos sexistas no son más aceptables que los epítetos racistas.

Dicho lo cual, Trump tiene razón en enfatizar la importancia de las acciones por sobre las palabras: si nos indignan las palabras vulgares, ¿acaso no deberíamos sentirnos todavía más horrorizados con las acciones depredadoras? ¿Y las políticas públicas? Aquí, la verdad es que las políticas de un gobierno de Trump podrían despertar menos interés que sus palabras, pero serían muchísimo más peligrosas.

Cada año, 550,000 mujeres en Estados Unidos requieren atención médica después de que el novio o el esposo las agredieron. Es un problema que se está abordando tardíamente mediante exámenes con el Obamacare, al que Trump quiere derogar, así como por medio de la Ley sobre la violencia contra las mujeres, a la que se opusieron un enorme bloque de republicanos en el Congreso federal. La preocupación de Trump sobre ese abuso sexual parece dudosa y, de hecho, es que tanto a su coordinador de campaña, Steve Bannon, como a él, los han acusado de violencia doméstica.

Dado que nunca ha tenido un cargo público, Trump carece de antecedentes electorales. Sin embargo, su compañero de fórmula ha tendido a ver lo que podría ayudar a las mujeres y hacer lo contrario, incluido votar en contra de la legislación por la paga igualitaria.

Mike Pence también firmó una extraña iniciativa de ley en contra del aborto, cuando era gobernador de Indiana, por la cual se exigía que se enterrara o cremara hasta el tejido de un aborto espontáneo prematuro. Eso llevó a que unas mujeres formaran el grupo Periods for Pence en Facebook y anunciaran cuando tenían su periodo por si acaso se trataba de un aborto.

En un momento en el que 11 mujeres al día mueren de cáncer cervical, Trump y Pence también se han opuesto incondicionalmente a los programas de salud para las mujeres, por los cuales se brindan exámenes de cáncer. En parte, los motiva la hostilidad hacia la Planeación Familiar por los abortos, pero Pence, en tanto legislador, también respaldó legislaciones para quitarle los fondos a Título X, el principal programa federal de planeación familiar. No cubre los abortos, pero sí ayuda a que más de 750,000 mujeres se hagan exámenes de cáncer cervicouterino al año.

Alguna vez, la revista New York citó que Trump le dijo a un amigo sobre las mujeres: “las tienes que tratar como, bueno, estiércol”. Sin embargo, para mí, sus palabras palidecen junto a su comportamiento y las que podrían ser sus políticas. Así es que tratemos de alejarnos de las palabras repugnantes, y condenar las conductas y políticas inadmisibles. En ese solo punto, el de que las acciones importan más que las palabras, Trump tiene, alarmantemente, toda la razón.

(Es posible contactar a Kristof en Facebook.com/Kristof, Twitter.com/NickKristof o por correo ordinario en The New York Times, 620 Eighth Ave., New York, NY 10018.)

Nicholas Kristof
© 2016 New York Times News Service